jueves, 3 de enero de 2013

“Todo Sufrimiento se Fundamenta en el Rechazo a Algo”.



“Cuando no aceptamos a los padres o no nos ponemos en paz con ellos, nos mantenemos en el sufrimiento o buscamos aquello que nos sigue faltando de ellos en otros lugares que no corresponden.”
Joan Garriga es uno de los precursores de las Constelaciones familiares en el mundo Iberoamericano y nos visitó en Santiago en el marco de un seminario organizado por el Círculo de constelaciones familiares de Chile. Compartimos las comprensiones que ha venido desarrollando a lo largo de su vasta trayectoria como terapeuta, de una manera tradicional, tal como ha sido legado el conocimiento en antiguas culturas, es decir, al alero de un buen té. He aquí sus reflexiones.
“Cuando no aceptamos a los padres o no nos ponemos en paz con ellos, nos mantenemos en el sufrimiento o buscamos aquello que nos sigue faltando de ellos en otros lugares que no corresponden. A veces, buscamos aquello que pertenece a los padres en la pareja, en los hijos, en lo financiero, en la importancia personal, en la notoriedad, en la justicia, en el poder, y un largo etcétera. En realidad, es una historia que se va construyendo sola, no se planifica con una intención determinada, más allá de transmitir la importancia de aceptar a los padres de corazón y vivir una vida con sentido".
Es decir, ¿planteas que el sufrimiento estaría asociado al rechazo, al rechazo del origen, por ejemplo?
Yo creo que todo sufrimiento se fundamenta en el rechazo a algo que la vida impuso o trajo o quiso. La vida es soberana, a pesar de nuestros deseos de que sea de una cierta manera. Así lo explico en mi libro “Vivir en el Alma”. Oponerse a la vida es sufrimiento, asentir a la vida es bienestar. Y así lo formulan también muchas tradiciones espirituales y de sabiduría. A veces, el proceso de asentir no es fácil, lleva tiempo y un arduo esfuerzo emocional.
Los padres, para el hijo, representan y simbolizan la vida. En esta dialéctica entre los padres y el hijo, el rechazo a los padres, aunque hubiera habido heridas o dificultades o costos muy difíciles, conlleva sufrimiento y hace sufrir a los demás, porque a menudo pretende compensaciones por lo ocurrido mucho tiempo después y con personas que no tienen nada que ver. Por ejemplo, la persona que actúa como víctima pretende que alguien la compense, la persona que actúa de manera vengativa pretende hacer daño a alguien, la persona que actúa de manera resentida mira mal a los demás. De esta forma, se organizan esquemas de relación interpersonal basados en el sufrimiento. Esto se hace muy presente en nuestras relaciones posteriores: con la pareja, con los hijos, con los socios, con los amigos o con las personas del entorno en general. Y las personas que realizan el proceso de ponerse en paz con los padres y aceptarlos tal como fueron, en general se asientan en un principio de realidad que les da mucha fuerza para la vida; y no sólo fuerza, sino una mayor sensación estable de felicidad. Además, no pretenden lo que no es. Y por lo tanto, pueden mirar a la pareja, por ejemplo, como una pareja sin más, sin pretender que la pareja sea aquello que los padres no fueron o que no sea lo que los padres sí fueron.

¿Y cómo se llega a esa aceptación cuando las circunstancias han sido particularmente difíciles?
¿Con los padres?
O con la vida en general
Mediante un proceso emocional y sabiendo sufrir y transitar por el dolor y por otros sentimientos difíciles. A la mayoría de la gente no nos queda otro remedio que bajar la cabeza en algunas ocasiones y entregarnos a vivir el dolor. No elegimos a los padres, por ejemplo; nos vienen dados por el juego cósmico de la sexualidad. Y los padres, nuestros padres, al igual que el resto del mundo, son como son y tienen su propia historia y su propia impronta, además de sus talentos y heridas, etc. A veces, hay heridas complejas con los padres. Como el dolor es tan duro de sentir y de aceptar, lo rodeamos de otras emociones que pareciera que nos protegen del dolor, pero nos acaban envolviendo también en una especie de cárcel. En tal caso, hay personas enojadas, personas culposas, personas obsesivas, personas histriónicas, etcétera. Son personas que difícilmente permiten o aceptan que el dolor se haga presente en sus vidas y que haya que hacerle espacio cuando los visita. Si hubo cosas y escenas con los padres que dolieron, pues que duelan. Y cuando podemos estar en el dolor, el dolor es un pariente muy cercano del amor. Entonces, yo creo que el procedimiento consiste en hacer un trabajo emocional, un trabajo terapéutico, un trabajo de desarrollo personal, donde en lugar de defendernos y protegernos, podemos también decir: sí esto me dolió y así lo tomo, con el dolor que me supone y no me defiendo más. Pues, lo que nos genera verdaderos problemas es todo aquello que hacemos para defendernos del dolor y toda la ideología que creamos y todos los argumentos que tomamos en consideración. Pero esto nos aleja de nosotros mismos en nuestra interioridad y de estar anclados en un lugar personal más profundo y más verdadero. No es fácil, a veces hay heridas graves, incluso asuntos crueles. 
Se trata de convertirlos en aprendizajes a través del dolor, a través del sinsabor también; en lugar de convertirlos en defensa, convertirlos en aprendizajes. Y hay personas que sufrieron gravemente con los padres (abusos, por ejemplo), y luego en su vida aprovechan esto que vivieron para hacer algo bueno. Otros, al revés, se sienten legitimados y con derechos y empiezan también a abusar de los demás en muchos sentidos. El sufrimiento, las posiciones manipuladoras en las que estamos instalados son también una forma de abusar de los demás, de hacerlos sufrir. Sin restar que merece compasión cualquier tipo de heridas, lo importante es aquello que hacemos con las heridas, no las heridas en sí mismas. He conocido a mucha gente que le fue muy bien, que se desarrolló muy bien a pesar de las heridas; y gente con una herida pequeña, que sobre la base de ésta vivió una vida amarga, de enojo y de resentimiento. Entonces, es una cuestión de recogimiento, de trabajo personal, de afrontar la vida con sus sinsabores, y rechazar todas las ofertas que cada día se nos presentan para cerrar el corazón. Motivos para cerrar el corazón, todos tendríamos en abundancia. Pero cerrar el corazón es un no-vivir y hay demasiada gente que no vive. No vive porque no ama o no ama lo suficiente, al vivir parapetados en su seguridad.
Y en un estado de cosas que dañan, ¿qué lugar tiene el “no” que permite diferenciarnos de eso y propiciar el cambio?
Hay que diferenciar el no del corazón del no de la acción. Los límites son necesarios para gestionar adecuadamente el bienestar en nuestra vida. Por ejemplo, uno puede separarse de una mujer o de un marido y decir: no te sigo eligiendo, no me hace bien la relación. Te digo no, no me conviene. Este es mi límite. No quiero más de esto. Y decir no es una forma de cuidado de uno mismo y de cuidado de la relación también, porque si uno sufre crónicamente en una relación, algo necesita ser cambiado. Y la vida está llena de noes. Tenemos que decir no, esto no quiero ser. No quiero ser abogado, quiero ser jardinero. No me conviene esto, me conviene lo otro. Estos “no” son funcionales y necesarios. También con los padres uno pone límites y gestiona la relación de una manera conveniente; y en ocasiones y en casos extremos, conviene apartarse temporalmente o poner límites estrictos, dando siempre prioridad a la vida propia o a la familia propia. Necesitamos poner límites. Pero otra cosa son los límites del corazón y el corazón es ilimitado. Entonces, los mejores “noes” son los noes con amor; o sea, poner límites con amor. A una ex pareja, conviene seguir teniéndola en un buen lugar en el corazón por la simple razón de que nos sentimos mejor (es frecuente que sea un proceso y que se necesite un cierto tiempo), aunque uno no la elija y diga: a este no lo quiero más y pongo límites severos; o también con los padres. Hay gente que hace un proceso interior de amar a los padres, de ponerse en paz con ellos, pero en la realidad no le conviene relacionarse muy a menudo con los padres. En tal caso, hay que decir: no lo hago. Entonces, decir sí a los padres, sí a la vida, es un sí de corazón, pero luego la vida la gestionamos con síes y con noes. Sí, me caso contigo. No, no me caso contigo. Sí, me asocio contigo. No, no me asocio contigo. Sí, elijo tomar este camino y no el otro. Obvio. Pero esto no significa que los caminos que no tomamos tengamos que despreciarlos ni mucho menos.
No al resentimiento
A veces, la gente fracasa por esto, por tratar de construir sobre escombros. Y una regla de la vida nos dice que el futuro se construye sobre un pasado del que aprendemos y al que respetamos, aunque deba ser cambiado. Hace años, una conocida que trabajaba en una empresa de recursos humanos me dijo: ha llegado mi momento, ahora voy a montar mi propia empresa y voy a darle una lección a la empresa en la que trabajaba. No me pareció una buena energía fundacional. Y añadió: y me voy a llevar a todos los clientes que pueda. Yo pensaba: esta mujer no sabe lo que hace, no le va a ir bien. No estaba tratando de seguir su propio y legítimo camino para desarrollarse más y ser más autónoma, sino que trataba de dar una lección a su empresa, en lugar de reconocerla y honrarla por todo lo vivido, recibido y aprendido en ella. Y le fue fatal, lógicamente, porque esto no tenía cimientos consistentes. Es como emprender una empresa propia en contra de mi empresa anterior. Me parece una locura. Si a uno no le conviene la empresa en la que está, se va y hace su propio camino. Bien, esta es la idea. Necesitamos “noes” lógicamente, noes en la acción, en la vida cotidiana, elecciones; pero los noes más rotundos, en realidad, son los que vienen de una posición amorosa. No te digo no porque me pareces un idiota, sino que te digo no porque no me conviene. Y porque te respeto, te digo que no, y porque no creo ni tengo fe en lo que vamos a vivir juntos. Entonces, digo que no; porque no me hace bien. En realidad, el corazón, el amor, no hace juicios, es la mente la que los hace. En definitiva, en algún momento hay que decidir si uno prefiere vivir en la mente o en el corazón.
¿Y qué aportan las constelaciones familiares para la reparación del sufrimiento?
Las constelaciones familiares son uno de los métodos más rápidos, más eficaces y más rentables que conozco, para mostrar en poco tiempo las dinámicas cruciales que nos mantienen en el sufrimiento y en nuestros problemas y también, en poco tiempo, generar movimientos, comprensiones, perspectivas, y sembrar semillas y acciones para re-orientarse hacia un lugar de más vida, de más libertad, de más energía, de más vitalidad; un lugar, en suma, de solución. Como metodología, son capaces de mostrar con claridad lo que pasa en nuestros vínculos y descubrir implicaciones y atmósferas muy hondas y sutiles, para que la persona gane conciencia de ello y lo pueda manejar, y llegue a estructurar sus relaciones y vínculos de manera que favorezcan su vida y la bañen de bienestar. Nuestras relaciones, ya sean afectivas, familiares o profesionales, tienen la potencialidad de darnos alas o bien de cortarnos las alas, de hacernos crecer o decrecer; son terrenos fértiles con suerte o desgraciadamente baldíos. Las relaciones sanan o enferman, suman o restan. Por lo mismo, considero a las constelaciones como una especie de sabiduría sobre las relaciones humanas que nos regala inmensa luz y orientación. La capacidad de mostrar, con tan poco tiempo y de manera tan evidente, las dinámicas que nos mantienen atados al sufrimiento y poder re-orientarlas en otra dirección, es algo muy impresionante. Y conste que no soy militante de nada y que en mi Institut Gestalt, en Barcelona, somos eclécticos y plurales, y tenemos equipos de trabajo en muchas áreas.
¿Te parece un contrasentido que las constelaciones familiares, que evidencian que somos seres sistémicos, y que a veces parecen sugerir que estamos más cerca de un nosotros que de un yo, emerjan de contextos socioculturales donde existe un individualismo exacerbado?
Biológicamente, somos mamíferos y, por lo tanto, seres relacionales dependientes y apegados. Sin un “tu”, sin un “nosotros”, no hay vida para un mamífero. Somos co-dependientes, en el buen sentido. Nos necesitamos los unos a los otros. La vida crece en el intercambio entre dar y recibir. Vivimos en los vínculos y nadamos siempre en la corriente de los vínculos. Sin embargo, parece que como nunca antes en la historia el ser humano se había sentido tan Yo y tan dueño de sí mismo, presionado como estaba por las necesidades más grandes del grupo y sus intereses. Nunca como ahora el Yo había sido tan importante y la individualidad tan epicéntrica. Seguramente es un regalo evolutivo: la libertad se ha desarrollado tanto que el Yo prevalece frente al nosotros. Sin embargo, esta prevalencia del Yo tiene consecuencias, algunas de ellas fatales, como por ejemplo, el descuido de lo común y de la Naturaleza y el planeta, en beneficio del lucro y de mayores ventajas para algunos.
De todos modos, si lo miramos desde la perspectiva de las constelaciones, la idea de un “yo” único, voluntarista y separado de los demás es un mito. Y lo mismo me parece acerca de los pueblos o países que se cierran y aíslan –cosa extraña hoy en día. En el fondo, alguien que grita al universo “vivo mi propia vida sin depender de nadie”, en realidad está siendo movido también por un movimiento relacionado con su defensa contra los vínculos o con su posición en su sistema familiar dado. Es decir, si miramos su red de vínculos y nexos familiares, encontraremos la idea loca e imposible de “que mejor sólo que mal acompañado”.

Has señalado que para estar bien se necesita una cierta conexión con un lugar espiritual, el reconocimiento del Ser más allá del Yo…
Es frecuente que lo encontremos, porque no hay más remedio, cuando la vida parece que se nos derrumba, cuando encaramos pérdidas o grandes reveses. Cuando la vida nos devasta y todo parece perdido, entonces resplandece el tesoro escondido en el interior, el corazón. Otras veces se trata de la práctica meditativa o devocional; otras veces, la simple sencillez de la vida si no nos hemos perdido a nosotros mismos. Hay gente que se suicida, porque está demasiado identificada con lo que tenía y al perderlo no encuentra su verdadera identidad. Otros hallan liberación y ligereza. A veces lo que también ayuda es el silencio, la meditación, el buscar otro lugar que sea independiente de si me va bien o me va mal, si tengo esto o lo otro. Hay gente que lo desarrolla bien y hay gente que lo desarrolla menos o solo un poquito. Todo esto antes era canalizado más bien por las religiones, pero estas se convirtieron desde hace mucho en lugares dogmáticos o burocráticos, en territorios ideológicos y organizados, desconectados de la fase carismática original, que se aprovechan del temor y de la falsedad de las personas. Sin embargo, la verdadera espiritualidad no tiene que ver necesariamente con las religiones. Hay religión con espiritualidad y hay religión que es doctrina, que es adoctrinamiento y sectarismo, que conlleva y desemboca en un mayor adormecimiento del Ser.
Joan Garriga es uno de los más prestigiosos consteladores a nivel internacional. Psicólogo, director del Institut Gestalt de Barcelona, fundador y ex presidente de la Asociación Española de Constelaciones Familiares, Bert Hellinger (AEBH). Imparte talleres terapéuticos y formativos en múltiples países, siendo colaborador del Círculo de Constelaciones Familiares de Chile. Es autor de los libros Vivir en el alma: amar lo que es, amar lo que somos y amar a los que son y ¿Dónde están las monedas? El cuento de nuestros padres.

Entrevista de Alfredo Collovati.


Revista Mundo Nuevo. 
http://www.mundonuevo.cl/blog/articulos/joan-garriga-todo-sufrimiento-se-fundamenta-en-el-rechazo-a-algo/