jueves, 17 de enero de 2013

"Familias Nutridoras".

Virginia Satir, psiquiatra e investigadora americana, después de haber trabajado durante una década con tres mil familias, un total de diez mil personas, publicó, a fines de los ochenta, su monumental trabajo "Relaciones Familiares" donde expone estos temas y declara su optimismo respecto a perspectivas sanadoras del ámbito familiar. 

Alude al concepto tradicional de la familia como un lugar donde se encuentra el amor, al comprensión y el apoyo, aun cuando todo lo demás haya fracasado, el lugar donde podemos recuperar el aliento y sacar nuevas energías para enfrentarnos mejor al mundo exterior. Sin embargo, para la mayoría de las familias, esto resulta un mito. Según las estadísticas, que entrega su macizo estudio, solo cuatro de cada cien familias podría declararse una familia nutridora.

Satir denuncia: "En la enorme sociedad urbana industrializada, las instituciones con las que tenemos que convivir han sido proyectadas para ser practicas, eficientes, costeables y productivas, pero en muy pocas ocasiones para proteger y servir al elemento humano del ser humano".

Las personas pertenecientes a familias conflictivas, la mayoría, encuentran condiciones infelices en el hogar, está ausente "lo humano del ser humano", las tensiones son difíciles de soportar.

Satir describe en las familias conflictivas una especie de frialdad, como si todos estuviesen congelados. El ambiente es en extremo cortés y cada quien obviamente está aburrido. Los cuerpos y rostros muestran el conflicto. Tensos, rígidos o bien desmañados. Las caras de aspecto huraño o triste, inexpresivas como máscaras. Los ojos bajos esquivan la mirada. Los oídos obviamente no escuchan y las voces son duras, estridentes o apenas audibles.

Existe una actitud poco amistosa entra cada uno de los miembros de la familia, no hay alegría. La familia parece estar unida por el deber y sus integrantes apenas se toleran mutuamente. De vez en cuando alguien hace un intento por suavizar las cosas, pero sus palabras caen en el vacío.

Es una experiencia triste tratar con familias así. Es muy distinto estar con una familia nutridora. Según la investigadora, en esas 4 de cada 100 familias se siente vitalidad, sinceridad, honestidad y amor. Se siente la presencia del alma, corazón y sentido común. Los cuerpos son ágiles, las expresiones tranquilas, las personas se ven a la cara, no con miradas esquivas ni bajando la vista. Hablan con voz clara y sonora. Hay armonía y fluidez en sus relaciones. Los hijos, aún pequeños, pareen espontáneos o amables y el resto los toma en cuenta como personas.

El hogar donde viven está lleno de luz y color. Definitivamente es un lugar donde habita la gente, planeado para su solaz y esparcimiento y no únicamente para cubrir las apariencias. Cuando hay calma, es una calma pacífica; no la quietud del miedo y la cautela. Cuando hay ruido es el de una actividad significante, no el estruendo que enerva.

Las personas ven como normal el contacto físico y demuestran su afecto, cualquiera sea su edad. Se sienten libres para expresar sus sentimientos. Pueden hablar de todo: desengaños, temores, penas, críticas, al igual que de alegrías y éxitos.

Las familias nutridoras demuestran claramente que planean las cosas, pero si sucede algo imprevisto, con facilidad se acomodan al cambio. Así sortean sin dificultad ni confusión muchos problemas de la vida.

En ellas es fácil percibir la gran importancia adjudicada a los sentimientos y a la persona. Los padres se consideran guías y no jefes, y definen su tarea primordialmente como la de enseñar a sus hijos un comportamiento realmente humano en cualquier situación.

Reconoce Satir las burlas de algunas personas por la imagen que ella ha estructurado de la familia nutridora. Afirma haber conocido muchas y orientado a otras a convertirse, desde conflictivas a nutridoras. Esa es su labor esencial. Releer su descripción de la nutrición familiar me produce la sensación de estar llorando de hambre mientras observo los más deliciosos manjares a través de un vidrio impenetrable.

Siempre supe y sé lo que necesito para nutrir mi alma. Tuve la fortuna de ser acogida y querida por mi mamá y por familias amigas que me nutrieron, pero también sé cuán hambrienta me sentí de lo que esta minuciosa investigadora muestra como alimento para la persona integral.

Francisca Bertoglia.

Extracto del libro: 
"Quién te dijo que había que querer a los hijos".
Una mirada transgresora al mandato familiar. 
Editorial Catalonia.