Así como detrás del antifaz de superhéroe suele haber un personaje totalmente diferente, cuando tapamos nuestro rostro con una máscara puede surgir otra faceta de nuestra personalidad. Muchas veces, una que no conocíamos. De esta manera resulta factible, incluso, solucionar círculos viciosos y superar temores. Todo esto es lo que se conoce como terapia con máscaras.
Al mismo tiempo que ocultamos el rostro con una máscara se revelan facetas de nuestra personalidad, y así, poco a poco, aprendemos a conocernos profundamente. Eso es parte de la filosofía que sustenta la terapia desarrollada por el doctor psicoanalista y psicodramatista Mario Buchbinder, miembro fundador de la Sociedad Argentina de Psicodrama, quien trabaja hace 36 años en el Instituto de la Máscara, en la capital argentina, institución que dirige junto a Elina Matoso, licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires.
"De lo que nos fuimos dando cuenta -explica el psicoanalista- es que al colocarse una máscara se producen transformaciones muy interesantes". Y, más todavía, surgen aspectos sumamente significativos de la persona.
Es como si con la máscara dijéramos 'no soy yo'. Algo similar a lo que sucede con los niños cuando juegan a ser un personaje de cuento o un valiente superhéroe. "Ahora, esa cosa tan inocente que dice: 'no soy yo, es otro', define la condición humana. Porque uno está en relación al otro", explica Buchbinder.
La experiencia
Para compartir un poco de su larga trayectoria, Mario Buchbinder y Elina Matoso visitaron Santiago recientemente y, por intermedio de Serbal, Centro Desarrollos Sistémicos, participaron en el seminario Máscara, Cuerpo y Emoción, en el que se invitó a vivir la experiencia de conocerse un poco más gracias a las máscaras.
Cuando se accede a la terapia, es posible encontrar variadas piezas: máscaras de un solo color, de varios, con forma de animales, suaves, rugosas, con pelos, grandes, chicas… Algunas son confeccionadas por los terapeutas o los mismos pacientes, otras son compradas en diferentes lugares del mundo.
Lo primero es presentarse a cara descubierta para después hacer lo mismo, pero usando una máscara e interpretando el personaje según las impresiones que nos causa el antifaz. Si no se desea representarlo, también resulta bien describir lo que esa imagen genera.
"El proceso de elegir una máscara es muy rico. No siempre es una elección consciente", explica Mario Buchbinder. Así, la máscara de un león puede generar sensación de fortaleza y poder, en tanto para otro evoca tristeza y hasta debilidad. "La máscara transforma al sujeto que la usa, y el sujeto que la usa transforma a la máscara. Es un ida y vuelta", dice el psiquiatra.
Durante el proceso, los terapeutas acompañan interactuando con la persona, quien también recibe aportes del grupo. De esta forma se avanza hasta construir en conjunto determinadas significaciones sobre sí mismo y abriéndose a otras perspectivas.
La terapia con máscaras tarda lo que requiera cada objetivo. Mario Buchbinder explica que es como ir quemando etapas: "Si alguien busca un objetivo más profundo, bueno, puede ser como un acompañamiento que lleva su tiempo". Incluso, cuentan los especialistas, se puede hacer como una especie de ejercicio permanente o al que se puede ir de vez en cuando, siendo útil para cuando uno siente que tiene una falencia o para conocerse más.
El cantante sin cuerpo y otros casos
La metodología trabajada por Elina Matoso y Mario Buchbinder es pionera a nivel de terapia y también en el campo de las relaciones personales. Serbal busca extenderla en Chile con el apoyo de estos terapeutas argentinos, consciente de la importancia del cómo nos vinculamos y del valor que esta metodología tiene para 'desenmascararnos' y conocer el porqué de una determinada careta, encontrar facetas esenciales de nuestro ser y advertir conflictos o problemáticas. "Brindarle a alguien un elemento facilitador para transformarse, sirve para que bucee en cosas que le son propias, personales o que desconocía", cuenta Elina Matoso.
"En ese ocultar y revelar sería posible, sin darse cuenta, generar aspectos de verdad", concluye Mario. En definitiva, mejorar la calidad de vida y poder vivir mejor con lo que tiene y con lo que es. Por ejemplo, descubrir el origen de un temor y, a partir de eso, superarlo cuando se le deja en el pasado.
Lo anterior sucede porque cuando nos ponemos una máscara surge una mutación en nuestra actitud, pues el cuerpo es también una construcción social y nos afecta cómo se le valora. "Como cuando nos transformamos con la vestimenta, con el calzado, con el tipo de peinado. La imagen importa muchísimo y trastorna mucho. Yo trabajé con un cantante que quería cantar sin cuerpo, quería tener un telón que hiciera que solamente se le viera la boca, porque cada vez que se enfrentaba al público le salía la voz muy distorsionada. Tenía una voz maravillosa, pero se le bloqueaba".
El Instituto de la Máscara acumula numerosas experiencias similares a la del cantante sin cuerpo. Entre ellas está el caso de una persona tartamuda que se paró ante el grupo usando una máscara y al comenzar a hablar lo hizo perfectamente. El de una persona que solía verse triste, pero que bajo la máscara se daba el espacio para reír. O el de un geriátrico, donde un grupo de abuelitos bailó sin inhibiciones mientras usaban las caretas. Y también el de una escritora que no podía escribir su novela porque no lograba dar vida a sus personajes, pero tras jugar a interpretarlos pudo terminar su historia.
La terapia de máscaras permite, además, salir de un círculo vicioso. Lo explica Mario Buchbinder con el caso de una paciente obesa cuya vida y discurso giraban en torno a su problema de peso. En determinado momento le propuso que eligiera una máscara, y entonces ella dejó de referirse a la obesidad. Empezó a hablar de esa especie de disfraz blanco que había escogido y de quién era bajo él. Salió del rótulo que le imponía la sociedad contemporánea como mujer gorda y pudo darse cuenta de que es mucho más que eso.
También sucede con problemas de droga, en los que según la experiencia de los terapeutas transandinos la máscara revela muy fuertemente el tipo de conflicto que esconde la adicción. Buchbinder los resume así: "Nosotros decimos: frente al camino de la droga, está el camino de la máscara. Ellas permiten descubrir otros mundos, más allá del universo reducido de la droga".
"De lo que nos fuimos dando cuenta -explica el psicoanalista- es que al colocarse una máscara se producen transformaciones muy interesantes". Y, más todavía, surgen aspectos sumamente significativos de la persona.
Es como si con la máscara dijéramos 'no soy yo'. Algo similar a lo que sucede con los niños cuando juegan a ser un personaje de cuento o un valiente superhéroe. "Ahora, esa cosa tan inocente que dice: 'no soy yo, es otro', define la condición humana. Porque uno está en relación al otro", explica Buchbinder.
La experiencia
Para compartir un poco de su larga trayectoria, Mario Buchbinder y Elina Matoso visitaron Santiago recientemente y, por intermedio de Serbal, Centro Desarrollos Sistémicos, participaron en el seminario Máscara, Cuerpo y Emoción, en el que se invitó a vivir la experiencia de conocerse un poco más gracias a las máscaras.
Cuando se accede a la terapia, es posible encontrar variadas piezas: máscaras de un solo color, de varios, con forma de animales, suaves, rugosas, con pelos, grandes, chicas… Algunas son confeccionadas por los terapeutas o los mismos pacientes, otras son compradas en diferentes lugares del mundo.
Lo primero es presentarse a cara descubierta para después hacer lo mismo, pero usando una máscara e interpretando el personaje según las impresiones que nos causa el antifaz. Si no se desea representarlo, también resulta bien describir lo que esa imagen genera.
"El proceso de elegir una máscara es muy rico. No siempre es una elección consciente", explica Mario Buchbinder. Así, la máscara de un león puede generar sensación de fortaleza y poder, en tanto para otro evoca tristeza y hasta debilidad. "La máscara transforma al sujeto que la usa, y el sujeto que la usa transforma a la máscara. Es un ida y vuelta", dice el psiquiatra.
Durante el proceso, los terapeutas acompañan interactuando con la persona, quien también recibe aportes del grupo. De esta forma se avanza hasta construir en conjunto determinadas significaciones sobre sí mismo y abriéndose a otras perspectivas.
La terapia con máscaras tarda lo que requiera cada objetivo. Mario Buchbinder explica que es como ir quemando etapas: "Si alguien busca un objetivo más profundo, bueno, puede ser como un acompañamiento que lleva su tiempo". Incluso, cuentan los especialistas, se puede hacer como una especie de ejercicio permanente o al que se puede ir de vez en cuando, siendo útil para cuando uno siente que tiene una falencia o para conocerse más.
El cantante sin cuerpo y otros casos
La metodología trabajada por Elina Matoso y Mario Buchbinder es pionera a nivel de terapia y también en el campo de las relaciones personales. Serbal busca extenderla en Chile con el apoyo de estos terapeutas argentinos, consciente de la importancia del cómo nos vinculamos y del valor que esta metodología tiene para 'desenmascararnos' y conocer el porqué de una determinada careta, encontrar facetas esenciales de nuestro ser y advertir conflictos o problemáticas. "Brindarle a alguien un elemento facilitador para transformarse, sirve para que bucee en cosas que le son propias, personales o que desconocía", cuenta Elina Matoso.
"En ese ocultar y revelar sería posible, sin darse cuenta, generar aspectos de verdad", concluye Mario. En definitiva, mejorar la calidad de vida y poder vivir mejor con lo que tiene y con lo que es. Por ejemplo, descubrir el origen de un temor y, a partir de eso, superarlo cuando se le deja en el pasado.
Lo anterior sucede porque cuando nos ponemos una máscara surge una mutación en nuestra actitud, pues el cuerpo es también una construcción social y nos afecta cómo se le valora. "Como cuando nos transformamos con la vestimenta, con el calzado, con el tipo de peinado. La imagen importa muchísimo y trastorna mucho. Yo trabajé con un cantante que quería cantar sin cuerpo, quería tener un telón que hiciera que solamente se le viera la boca, porque cada vez que se enfrentaba al público le salía la voz muy distorsionada. Tenía una voz maravillosa, pero se le bloqueaba".
El Instituto de la Máscara acumula numerosas experiencias similares a la del cantante sin cuerpo. Entre ellas está el caso de una persona tartamuda que se paró ante el grupo usando una máscara y al comenzar a hablar lo hizo perfectamente. El de una persona que solía verse triste, pero que bajo la máscara se daba el espacio para reír. O el de un geriátrico, donde un grupo de abuelitos bailó sin inhibiciones mientras usaban las caretas. Y también el de una escritora que no podía escribir su novela porque no lograba dar vida a sus personajes, pero tras jugar a interpretarlos pudo terminar su historia.
La terapia de máscaras permite, además, salir de un círculo vicioso. Lo explica Mario Buchbinder con el caso de una paciente obesa cuya vida y discurso giraban en torno a su problema de peso. En determinado momento le propuso que eligiera una máscara, y entonces ella dejó de referirse a la obesidad. Empezó a hablar de esa especie de disfraz blanco que había escogido y de quién era bajo él. Salió del rótulo que le imponía la sociedad contemporánea como mujer gorda y pudo darse cuenta de que es mucho más que eso.
También sucede con problemas de droga, en los que según la experiencia de los terapeutas transandinos la máscara revela muy fuertemente el tipo de conflicto que esconde la adicción. Buchbinder los resume así: "Nosotros decimos: frente al camino de la droga, está el camino de la máscara. Ellas permiten descubrir otros mundos, más allá del universo reducido de la droga".