Para los orientales la caña del bambú es un símbolo de crecimiento, perseverancia y paciencia. Una vez plantada la semilla, hay que regarla y cuidarla durante siete años sin saber si germinará o no. Ello supone un ejercicio de confianza ya que implica centrarse en “hacer lo que hay que hacer” aquí y ahora, dejando de lado las expectativas futuras.Cuando el brote asoma de la tierra, en apenas tres semanas el bambú puede alcanzar una altura de siete o más metros.
Las culturas asiáticas también ven en la prodigiosa planta un ejemplo de la conducta ideal del ser humano, quien para prosperar y prevalecer debe hacer gala de la flexibilidad y a la vez de la fortaleza del bambú ante los embates de la vida, recibiéndolos sin quebrarse.
En Occidente, el bambú ha despertado el interés debido a su potencial en la lucha contra el cambio climático, ya que este vegetal barato y resistente, tiene una gran capacidad de absorber dióxido de carbono, que lo convierte en un aliado para mitigar los efectos del calentamiento global.Un estudio de la Red Internacional del Bambú y Ratán (Inbar, por sus siglas en inglés) señala que en una década, una hectárea de bambú “Phyllostachys pubescens” captura 30 toneladas de dióxido de carbono (CO2).
Por: Daniel Galilea.