Más allá del pan o del veneno, busca el núcleo donde ser y no-ser se funden.
Si el cuerpo es una cárcel también lo es el espíritu. La ascensión del alma es el fruto de derrumbes sucesivos. No huyas, el aliento de tus huesos te fue dado para siempre, el sepulcro que has temido posee la pujanza del fermento.
Lacta la sangre de la tierra, aviva el fuego perpetuo, entrégate, inflámate, calcínate, que tu mente y tu carne vuelen en andrajos, que la insidiosa piedra del yo estancado se disuelva en el torrente universal.
Océano de goce, orgasmo eterno, felicidad indeleble, secreta vacuidad, ningún resplandor puede opacar el lucero que reina en tu interior. Te expandes a dimensiones tenues, llegas al sitio donde todo crece sin esfuerzo, la razón y su enemigo oscuro en equilibrio exacto.
Ya nunca más igual a ti mismo, el espacio es tuyo porque es prolongación de tu esperanza, un cristal convertido en fuente, un templo donde cada piedra es hija del silencio, lugar sagrado en el que puedes jugar a construir un nuevo mundo, sin miedo, sin daño, sin censura, otorgar un aura a la cabeza inerte, expulsar al verdugo que impera en tu memoria, unir las dos partes, luz y sombra, agua y fuego, macho y hembra.
Bajo rayos de oro eres por fin el ser humano mágico: tus huellas son abismos, tus palabras son joyas, dentro de tu carne danza el esqueleto.
No sabes nada, no posees nada, no te aferras a nada, no rechazas nada, sólo deseas seguir.
El dios que baja del cielo es el mismo que sube de la tierra.
Alejandro Jodorowsky.