jueves, 17 de febrero de 2011

Psicomagia para Julia: Sanando su Solitaria Infancia


JULIA CONSULTA:
Querido Jodo, para mí es muy difícil escribir esta carta ya que me obliga a recordar experiencias que yo esperaba que se desvanecieran con el tiempo. En cambio, siento cada vez más que me persiguen, me siento casi como la esposa de Lot, que seguía mirándo hacia atrás y quedó convertida en una estatua de sal. Tengo 21 años, y ya he acudido a psicólogos y psiquiatras varias veces, pero nadie logra hacerme sentir mejor. No tengo grandes recuerdos de mi infancia: pasaba mis días sola, a menudo con la compañía de mis animales, por los que siempre he sentido un amor incondicional y casi materno, y asistiendo a las continuas peleas entre mis padres. Un padre violento, a menudo ausente, para jugar o saliendo con otras mujeres, y mi madre siempre enfadada con él. El día en que comencé el sexto año de colegio, cuando volví a la casa, mi madre y mi hermana mayor me dijeron que preparara mis cosas, porque íbamos a vivir a otro sitio, a escondidas de mi padre. Nos quedamos escondidas por bastante tiempo, siempre con el terror que mi padre nos descubriera. Cada mañana, ir a la escuela era una pesadilla. También porque en el colegio empezaba otra pesadilla: siempre estaba sola, sin ninguna amistad, aislada de los demás, que a menudo se burlaban de mí porque no me consideraban linda (hasta llegaron a escupirme encima por este motivo). Para mí era eso, y todavía lo es, una verdadera obsesión. Salía de mi habitación sólo cuando era absolutamente necesario, y siempre con ropa que me cubría toda, también en el verano, y con el pelo que me cubría la cara lo más posible. El divorcio de mis padres fue muy pesado para mí: me sentía usada, cuando una contra otro se echaban acusaciones con el pretexto de quién obtendría mi custodia… Pasados dos años, el alguacil desahució a mi padre, y pudimos volver a vivir en la casa de antes. Pero desafortunadamente mi padre a menudo entraba a hurtadillas, y se iba sólo cuando intervenía la policía… A mi padre lo mató un infarto cuando yo tenía 15 años, después de un año largo que no le veía, y sin que yo siquiera pudiera saludarlo la última vez… En la secundaria conseguí hacerme algunas amigas, aunque siempre me quedaba sola y mis resultados escolares empeoraban de año en año. A los 18 años, durante el último año de secundaria, un coche me atropelló, y no pude caminar por varios meses. De nuevo me encontraba con que pasaba mucho tiempo sola; mi decimonono cumpleaños lo pasé sola, aunque pocas semanas antes del accidente me había metido con un chico que me traicionó a los pocos días de estar yo en el hospital, y desapareció para volver a aparecer de vez en cuando e irse de nuevo después… Conseguí terminar el colegio, pero todavía tenía varios meses de terapia y no pude empezar enseguida la universidad. En este periodo conocía un chico, que todavía amo aunque hace poco me dejó, con el que tuve una relación de casi dos años, muy atormentada y que me hizo sufrir mucho. Abel no soporta mi timidez (me ruborizo no más alguien me habla), ni el hecho que nunca logré pegar con sus amigos, cosa que Abel quería absolutamente. Muchas veces me pidió que cambiara, tanto en esto como en cuanto a mi inseguridad eterna (me reprochaba cuando caminaba cabizbaja), también porque sostiene que ha cambiado por mí, y se refiere al hecho que yo le pedí que no hiciera continuamente ante mí comentarios sobre las otras chicas, porque la cosa me hacía sentir muy insegura: siempre tuve miedo de perderlo y, a veces, esta idea me volvía muy celosa, y paranoica en cuanto a mi aspecto físico (con la esperanza de gustarle más, también me sometía una operación de cirugía estética). Nos peleábamos a menudo, hasta llegar a veces a la violencia física. Pero a pesar de todo esto, todavía no me he resignado a la idea que Abel ya no me ame (suponiendo que me haya amado alguna vez)… Ahora estoy matriculada en la universidad pero he sostenido pocos exámenes y ya no consigo estudiar: me siento continuamente una fracasada (mi madre y mi ex novio me lo repiten a menudo, y cada vez más me convenzo de que tienen razón). Sólo la idea de dar un examen me provoca un enorme estado de ansiedad y crisis de llanto. Últimamente tuve algunos ataques de pánico, así que no consigo ir a clases ni estar en medio de la gente… Quisiera realmente salir de este laberinto de miedos, y poder al fin realizar algo para mí (estudiar con serenidad y, acaso, ser magistrado), lograr más independencia (y poder renunciar tranquilamente al deseo de tener una relación estable y sincera con alguien) y, en cierto sentido, vengarme por todo el dolor que me ha provocado la gente. ¿Qué acto me aconseja Ud.? Le ruego que, de ser posible, me envíe una respuesta privada, y que mi carta no sea publicada en Plano Creativo, aunque sea éste el medio que me permitió ponerme en contacto con Ud. Mi dirección de correo electrónico es ” …………….. “.

RESPONDE ALEJANDRO JODOROWSKY:

Querida estatua de sal, como bien lo dices, te has quedado petrificada, viviendo en el pasado. Habitas, solitaria, en una cárcel mental. Tus padres se detestaban, vivían sin amar y sin sentirse amados. Tú, por falta de atención de ellos, no supiste amarte a ti misma y creciste creyéndote carente de valores. Hoy te sientes fracasada y llena de rencor contra el mundo. Sufres. Sí, sufres enormemente pero sin darte cuenta que ese sufrimiento es tu placer secreto. Sin sufrimiento, para ti, la vida dejaría de tener significado, te sentirías perdida. Tu individualidad se ha cristalizado en una forma de masoquismo… Para un niño, los padres son todo. Aunque ellos se comporten monstruosamente, el hijo necesita sentir que pertenece a la familia. Él sabe que sin el apoyo familiar se moriría… Tú creciste en ese medio inhóspito y lo consideras tu territorio. Si te realizaras, si te sintieras feliz, si los hombres no te abandonaran, si fueras hermosa, no pertenecerías al clan, y la angustia de morir te invadiría. Buscas con cierta morbosidad el ser despreciada, traicionada y abandonada. Cada hombre representa a ese padre colérico, ausente, ludópata, mujeriego. Cuando te abandonan te sientes ser lo que crees que en verdad eres: una víctima sin ninguna gracia. Medita bien estas palabras, concéntrate en ti misma y por fin te darás cuenta que, masoquista como te has formado, tienes el continuo goce de tu insatisfacción. Y a tal punto buscas esa insatisfacción, esos desprecios y traiciones, que al final de tu pedido de ayuda escribes: “Le ruego que, de ser posible, me envíe una respuesta privada, y que mi carta no sea publicada en Plano Creativo, aunque sea éste el medio que me permitió ponerme en contacto con Ud. Mi dirección de correo electrónico es ” …………….. “. (Para evitarte una avalancha de mensajes de sádicos he borrado tu email). Sabes muy bien que este blog es un consultorio público, que de ninguna manera se te responderá en privado, y que si eso se hace, será en forma abierta, para que sea leída y aprovechada por todos. Entonces, al ver tu carta así exhibida, podrás gozar por haber sido traicionada, me odiarás como odiaste a tu padre, y de ninguna manera aceptarás mis consejos psicomágicos, en el fondo porque temes que te sanen y te priven del goce masoquista de considerarte una fracasada…

Julia: la única manera que tienes de salirte del calabozo es la de trabajar para obtener un transformación espiritual… Primero que nada debes cambiarte el nombre. Eso parece difícil pero es muy posible. La gran poetisa chilena Gabriela Mistral, en verdad se llamaba Lucila Godoy. Con su verdadero nombre nunca hubiera podido triunfar. Segundo: para ir a fondo en la toma de conciencia de tu masoquismo -lo que te permitirá liberarte de él- debes, durante cuarenta días, ir vestida de monje franciscano, pero con una peluca rubia abundante y maquillada como ramera. Te pasearás por una calle populosa portando un látigo para caballos. Te acercarás a cualquier hombre diciéndole: “Soy una pecadora, ayúdeme a purificarme, déme un latigazo, por favor”. Cada día insistirás hasta obtener por lo menos tres latigazos… A
l cabo de los cuarenta días, depositarás el hábito de franciscano y el látigo en la tumba de tu padre. Te raparás el cabello y se lo enviarás por correo, dentro de una muñeca para niñas, a tu madre. Mientras te vuelve a crecer el pelo, irás a meditar con un maestro Zen. Durante todo ese período llevarás en la vagina una argolla de casamiento, en oro. Ese anillo, luego que termines tus actos psicomágicos, lo llevarás colgado del cuello mediante una cadena de plata, hasta que el mágico encuentro con el hombre que te amará suceda. Entonces, en una maceta, enterrarás la cadena y el anillo, plantando ahí una mata florida, a la que cuidarás con gran atención.

Imagen: Hope