lunes, 7 de febrero de 2011
Con la Identidad de su Abuelo: Psicomagia para José.
JOSÉ CONSULTA:
Querido Jodorowsky, tengo 30 años y grandes dificultades en dedicar empeño y concentración a lo que hago, tanto en el trabajo, como en el estudio, como en mis aficiones. Un tupido velo de indiferencia y apatía me separa del mundo, y quizás de mí mismo. Siento que tengo mucha fuerza y grandes recursos, pero cualquier cosa que quiera hacer o que tenga que hacer la aplazo hasta el último momento, y la completo de modo aproximado.
Además, todavía vivo con mis padres y tengo un trabajo que no amo, vinculado con el de mi padre. Puedo afirmar que ellos siempre me amaron, pero mi infancia estuvo llena de angustias y pesadillas, y seguramente mi padre no estaba contento de verme tan emotivo. Lloraba a menudo, y mi madre le achacaba la culpa a una cuadro con un niño en lágrimas, que me aterraba, y que ella decía que había mirado demasiado durante el embarazo.
Hijo único, llevo el nombre y el apellido de mi abuelo paterno, muerto cuando yo tenía casi 10 años. Me identifiqué inmediatamente con él, desde que vi la lápida con mi nombre inscrito, imitaba sus gestos y me puse silencioso e introvertido. Desde entonces, cada año en ese periodo caigo en una profunda depresión.
Alejandro te estimo mucho y confío en tí, te pido que me ayudes a ponerme en contacto con mi verdadera identidad, que todavía no conozco, para poder al fin ejercer mi voluntad. ¡Deseo ser realmente libre!
ALEJANDRO RESPONDE:
Querido José, ¿te das cuenta cómo es extraño que una mujer encinta mire y remire durante el embarazo un cuadro con un niño llorando? Tienes 30 años y aún haces una vida infantil viviendo con tu familia, tienes un trabajo que no amas amarrado a tu padre, dices que tus padres te amaron pero viviste una infancia llena de angustias y pesadillas, llorando a menudo. ¿También no te parece extraño que hayan conservado el cuadro con el niño que llora, a pesar de aterrarte? Dices algo que es esencial: “Hijo único, llevo el nombre y el apellido de mi abuelo paterno, muerto cuando yo tenía casi 10 años. Me identifiqué inmediatamente con él, desde que vi la lápida con mi nombre inscrito, imitaba sus gestos y me puse silencioso e introvertido. Desde entonces, cada año en ese periodo caigo en una profunda depresión.” Te identificaste con él al ver tu nombre en la lápida porque cuando estabas en el vientre de tu madre, ella no quería que nacieras. El cuadro con el niño llorando, te representaba a ti, y tu madre lo miraba porque se sentía culpable de no querer parirte. La angustiaba convertirse en madre. La prueba de esto es que tu fuiste un hijo único. Te quitaron la posibilidad de ser tú mismo, al darte el nombre de tu abuelo paterno. Ese abuelo es la clave de tus depresiones: debe haber sido un tirano. Su fantasma te posee. Si ni eres él, no eres nadie. Por eso me dices: “te pido que me ayudes a ponerme en contacto con mi verdadera identidad, que todavía no conozco”. Para ponerte en contacto con tu verdadera identidad, ser lo que eres y no ser lo que los otros te proyectan, antes que nada debes confrontarte con tu poderoso abuelo…
Ve a la tumba donde está enterrado, lleva un litro de tinta china. Vierte esa tinta negra sobre el nombre de tu abuelo en la lápida, nombre que es el tuyo también. Saca una fotografía de esa lápida así manchada. Ve a ver a tus padres, llevando la foto de la tumba, una botellita llena de agua bendita, y una reproducción en grande del retrato del niño que llora, enrollada.. (Si no lo encuentras, dibújalo tal como lo recuerdas) Al verlos, les pedirás que se sienten frente a ti, diciéndoles que estás cansado de cargar sobre tus espaldas al fantasma de un muerto. Grítales a todo pulmón: “¡Yo no soy mi abuelo!”. Enséñales la fotografía de la lápida manchada y diles, mostrándoles la botellita de agua bendita: “Dejo de estar enterrado en esta tumba. ¡A partir de ahora mismo ya no me llamo como mi abuelo! Me cambio de nombre. Ustedes me deben bautizar ahora mismo, vertiendo esta agua bendita sobre mi cabeza”. Entonces les dirás el nuevo nombre que te has dado. Si lo hacen, los abrazarás diciéndoles “¡Los perdono!” Si no lo hacen, tratándote de loco o teniendo un ataque de ira, despliega el retrato del niño llorando y rómpelo en muchos trozos, trozos que les arrojarás a la cara. “¡Dejo de ser el niño que llora, dejo el trabajo que detesto, me voy a vivir lejos de ustedes, y no los veré hasta que me llamen para pedirme perdón!” Y así, te vas sin mirar hacia atrás. Si eres capaz de hacer esto, libre por fin, conocerás la paz y podrás realizar tu verdadera vida.