lunes, 21 de febrero de 2011

El Alcohólico Y La Salvadora


Buscó como pareja a un bebedor empedernido, alguien que afirmaba que el vino tenía propiedades curativas. Clasificaba los años en función de la calidad de los caldos que conseguía. Tampoco despreciaba la cantidad, que en un año generoso podía alcanzar los 90 cántaros, todos para consumo propio. Pisaba la uva la víspera de fiestas de su pueblo. Un ritual que, a decir de los entendidos, compensaba las escasas caricias y la falta de afecto que tuvo en su infancia.

“El olor a clan” fue el que los unió. Su mujer recordaba el aroma de su infancia, aquellos domingos en los que junto a su hermana buscaban a un padre alcoholizado. ¡La santidad era un disfraz en el que se ocultaba la negación de su feminidad! Creyó que “salvar” a su marido, también supondría la salvación de su idealizado padre.

¿Pudo salvar a alguno de los dos? ¿Alguien puede salvar a quien no desea ser salvado?

***

En una noche de invierno, Juan bajó a la bodega…

-Hip hip… me voy a beber otra copita-dijo dirigiéndose dando tumbos, a su barril de oloroso.

De la canilla, en lugar de salir vino, apareció un genio gaseoso y azul que le dijo:

-Hombre de Dios, pídeme un deseo.

Juan, ebrio como una cuba, dijo:

-Deseo mamar leche de diosa hasta saciar mi sed infinita de amor materno.
El genio se transformó en nodriza, sacó un pecho redondo como la luna y le dio de mamar hasta que se quedó dormido.

Genio y nodriza, eran personajes interpretados por su esposa, para él alucinaciones propias de su intoxicación etílica. Ella, sabedora de las carencias que con la bebida Juan quería compensar, inventó esta forma creativa de tratar su adicción.

Imagen: Laurie Lipton