Esperar
Para algunas personas, esperar no les ayuda a ejercitar la paciencia, sino que les recuerda a un momento de sus vidas marcado por la incertidumbre o la inestabilidad.
Si dependías de un cuidador negligente o vivías adelantándote a los acontecimientos, puede que hayas desarrollado una cierta intolerancia a la incertidumbre que se manifiesta cuando te toca esperar.
Hay quienes demuestran afecto provocando a los demás, pero las personas que eran objeto de burla constante durante la infancia puede que no reaccionen bien a las bromas.
Quizás no pudieron expresar su incomodidad y sufrían en silencio, lo que no les permitía imponerse.
Quienes crecieron en un entorno caótico pueden desarrollar un profundo rechazo hacia el desorden.
Esto puede convertirse en una obsesión por el orden y el control, de ahí que una habitación desordenada pueda ser un factor estresante para estas personas.
Si de pequeño te criticaban o menospreciaban constantemente, puede que de mayor te cueste encajar las críticas.
Si sientes que no eres suficiente, puedes acabar reaccionando negativamente incluso a las críticas constructivas.
Quienes arrastran traumas de la infancia también suelen tener problemas de imagen y autoestima, lo que puede llevarles a refugiarse en la comida.
Estar con gente que solo sabe hablar de su cuerpo y su dieta puede hacer que estas personas se sientan incómodas consigo mismas.
La falta de constancia puede afectar a quienes pasaron por períodos de inestabilidad física o emocional durante sus años de formación.
La imprevisibilidad también puede dejar huella, llevándoles a querer mantener una rutina férrea que les permita sentirse seguros.
La aversión a los ruidos y sonidos fuertes puede ser más que una reacción sensorial. Para algunas personas, puede ser una respuesta traumática a un entorno agresivo.
Los ruidos fuertes y repentinos pueden provocar miedo y ansiedad en quienes tuvieron que pasar por experiencias conflictivas o violentas de pequeños.
Si de pequeño nadie respetaba tu espacio personal, puede que ahora de mayor te incomode enormemente que los demás lo invadan.
Estas invasiones, aunque no sean intencionales, pueden desencadenar un trauma arraigado en la falta de respeto o seguridad.
A la mayoría nos molesta este gesto, pero solemos reconocer que dice más del comportamiento de la otra persona que del nuestro.
Sin embargo, quienes reaccionan de forma extremadamente negativa puede que hayan interiorizado este comportamiento y que esto haga aflorar el sentimiento de no ser vistos o escuchados que sufrieron durante la infancia.
Para quienes crecieron con cuidadores pasivo-agresivos, este comportamiento puede hacer que se sientan muy incómodos en la edad adulta.
Esto se debe a que les recuerda a una época en la que no podían expresar su incomodidad.
Esto puede deberse a haber crecido cargando con la presión y las expectativas de los demás.
Sentir que tienes que hacer todo con prisa puede desencadenar una reacción adversa a situaciones similares en la edad adulta.
Este es un desencadenante común a quienes solían verse en apuros por padres o cuidadores con una capacidad de comunicación deficiente.
Que te pongan en un aprieto puede hacer que te sientas atrapado y preocupado por lo que sea que la otra persona va a decir y por si te va a traer aún más quebraderos de cabeza.
Fuentes:
- Psychology Today
- Psych Central.