Una muñeca de sal vivía sola en una zona muy seca y árida. No sabía quién era ni qué hacía allí. Su vida carecía de propósito y sentido. Un buen día tuvo el repentino impulso de emprender un viaje para obtener respuesta a sus preguntas existenciales. Después de caminar durante largos días llegó hasta una playa desierta. Fue entonces cuando vio una gigantesca masa azul, líquida y en movimiento: el mar.
Aquel paisaje le pareció lo más bonito que había visto nunca. Y nada más pisar la orilla sintió escalofríos. El sonido de las olas y el tacto con la arena le resultaban extrañamente familiares. A su vez, aquel olor salubre le hacía sentir como en casa. De pronto su ansiedad y angustia se disiparon casi instantáneamente.
En un momento dado, le preguntó al océano con mucha curiosidad: «¿Quién eres?». A lo que este le respondió: «Entra y compruébalo por ti misma». Sorprendida por su respuesta, la muñeca de sal se armó de valor y metió un pie dentro del mar. Y al hacerlo, sintió como si una parte de sí misma se desvaneciera. Temerosa, sacó su pie del agua y comprobó horrorizada como su miembro había desaparecido.
A pesar del terror que sentía, la muñeca de sal decidió seguir su intuición y se metió de lleno dentro del océano. Y en la medida que fue entrando su cuerpo se fue disolviendo, hasta que apenas quedó nada de ella. Y justo antes de fundirse por completo con el mar, exclamó: «¡Ahora ya sé quién soy!». Y una maravillosa sensación de paz y felicidad inundó aquella playa.
Fragmento extraído del libro
"Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos".
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