Hay situaciones en
las que debemos dar explicaciones.
Hay situaciones en las que no. Así se sencillo.
Conocer la diferencia te ayudará a evitar una fuente de estrés innecesaria.
Hay situaciones en las que no. Así se sencillo.
Conocer la diferencia te ayudará a evitar una fuente de estrés innecesaria.
De hecho, no siempre es necesario justificar nuestras decisiones, comportamientos, actitudes o forma de ser. Quien nos quiere de verdad, nos respeta. Y quien no está dispuesto a entender razones, probablemente no cambiará su opinión.
Desgraciadamente, vivimos en una sociedad que tiene
un canon para cada cosa, lo cual genera la necesidad de justificarnos,
como si el hecho de ser diferentes fuera malo. Esa presión social a
menudo nos hace sentir inadecuados y nos impulsa a dar explicaciones a
cada paso que damos.
Por
supuesto, hay situaciones en las que debemos explicar nuestras
decisiones y conductas. Es importante que las personas que nos rodean
comprendan por qué hemos elegido un camino en
vez de otro. Sin embargo, cuando estas personas no se muestran abiertas
a las explicaciones, cuando no adoptan una actitud de diálogo sino que
asumen el papel de jueces, podemos ejercer nuestro derecho a no dar
explicaciones. En esos casos, intentar que entiendan nuestros
argumentos sería como arar en el mar, nuestras razones irían a parar a
un saco roto.
¿Por qué sentimos la necesidad de justificarnos?
- Inseguridad. En
muchos casos esa necesidad de dar explicaciones proviene de nuestra
propia inseguridad. Cuando intentamos justificarnos sin que nos lo
hayan pedido, quizá lo que estamos haciendo es intentar convencernos a
nosotros mismos de que nuestras decisiones han sido las más
convenientes.
- Miedo al juicio ajeno. En otros casos, nos justificamos por
miedo al qué dirán, porque estamos demasiado atados a las opiniones de
los demás. En ese caso, tememos ser rechazados o excluidos, y sentimos
la necesidad de explicar nuestras decisiones.
- Respeto y amor. Por último, también podemos sentir la necesidad de justificarnos porque esa otra persona es significativa y queremos que comprenda nuestro comportamiento y forma de pensar. Si alguien es importante para nosotros, no queremos generar conflictos y deseamos maximizar la empatía.
- Respeto y amor. Por último, también podemos sentir la necesidad de justificarnos porque esa otra persona es significativa y queremos que comprenda nuestro comportamiento y forma de pensar. Si alguien es importante para nosotros, no queremos generar conflictos y deseamos maximizar la empatía.
Tres situaciones en las que no debes dar explicaciones.
1. Cuando la persona que tienes delante asume el papel de juez. En estos casos, a esa persona no le interesa comprenderte realmente, sino criticarte. Por
eso, se aplica la norma de que cualquier cosa que digas o hagas será
usada en tu contra. No intentes justificarte porque será en vano.
2. Cuando la persona no asume una actitud abierta al diálogo. Si
notas que tu interlocutor se cierra en sus argumentos y no se muestra
flexible ante ideas diferentes a la suya, es probable que no quiera
escuchar tus argumentos y que no puedas cambiar su idea preconcebida.
3. Cuando el asunto en realidad no le incumbe. Hay
personas que cuestionan tus decisiones vitales y tu forma de ser, sin
ningún derecho. Se trata de esa gente que te pregunta cuándo tendrás un
hijo, por qué no te has casado o por
qué no buscas otro tipo de trabajo. Esas preguntas esconden ideas
preconcebidas que no podrás cambiar porque en realidad lo que desean es
imponerte su visión de cómo debes vivir tu vida.
En estos tres casos, el intento de justificarnos suele dar pie a discusiones que terminarán dejando un mal sabor en la boca, por lo que es mejor pasar página cuanto antes.
¿Cómo detener a estas personas?
- Sé consciente de tus derechos. Ante
todo, es importante que comprendas que tienes todo el derecho del
mundo de no dar explicaciones, si no quieres. Si tus decisiones y
comportamientos no afectan a otras personas, no tienes que
justificarte.
- Pon límites. Es fundamental que las preguntas incómodas no den pie a discusiones. Por eso, debes aprender a poner límites de forma diplomática. Por
ejemplo, si alguien te pregunta cuándo te vas a casar, puedes
responderle que en ese momento tienes otras prioridades. De esta forma
evitas herir la sensibilidad de tu interlocutor y, a la vez, no das
explicaciones que probablemente no comprenderá.
- Da las gracias. Cuando
te brinden un consejo que no has pedido y que, de cierta forma,
demanda una explicación de tu parte, una buena estrategia consiste en
limitarse a dar las gracias. Puedes decir: “Te agradezco tu consejo, pero me siento bien así”. De esta manera estás marcando una distancia y cerrando el tema.
- Cambia el argumento. Algunas
personas no entienden la diplomacia y continúan indagando en nuestra
vida personal. En esos casos, una buena estrategia para salir airosos
sin que nadie se moleste consiste en cambiar el argumento. Lo más
eficaz suele ser plantear una pregunta completamente diferente, sobre
un tema que le interese a tu interlocutor, de esta manera le estás
dando a entender que no deseas hablar más del asunto y reencaminas la
conversación.