Tao significa “principio”, “origen”. Es la causa sin causa, principio
y fin de todo lo manifestado, presente en todas las religiones y
filosofías trascendentales. De ahí su equiparación a la idea de camino o
ley universal, un camino circular que parte y termina en un mismo
punto: el Tao. Un camino por el que transitan todos los seres hasta su
reabsorción en el Tao que les dio origen.
El Tao Te King es un texto escueto pero profundo atribuido a Lao-Tsé.
Actualmente disponemos de cuarenta y dos originales, de los cuales
catorce están escritos en piedra. Hasta el año 1973, los originales más
antiguos que se conocían eran del siglo VII. Fue en ese año cuando,
excavando una tumba de la época Han, aparecieron dos versiones en seda
del siglo II a.C. A pesar de los siglos transcurridos, entre las
versiones más antiguas y las más modernas el contenido ha permanecido
prácticamente invariable y la pureza de las enseñanzas ha sido
respetada, lo que no se puede decir de otros textos tradicionales más
cercanos a nosotros, que han sido desvirtuados o alterados en períodos
de tiempo más cortos. La única diferencia que hay entre estas versiones
del siglo II a.C. y las del siglo VII está en el orden. La estructura
actual consta de treinta y siete capítulos dedicados al Tao, seguidos de
cuarenta y cuatro dedicados al Te, y en las antiguas versiones esta
ordenación es inversa.
Te significa fuerza y energía. Se asemeja al concepto de virtud (virtus) en el sentido clásico latino, que no comporta connotación moral, sino que expresa la idea de fuerza vital.
Ching o King significa libro. En China solo se aplicaba
la designación Ching a aquellos textos que se llegaban a consagrar como
tradicionales, como es el caso del Tao Te King, y del I Ching o libro de las mutaciones.
El Tao es la fuente de todos los seres, el principio absoluto y sin
forma que los conforma, les da nacimiento y les otorga una forma. Y el
Te, la fuerza que los alimenta, que los nutre, que los hace crecer,
hasta que, llegado el momento de máximo desarrollo, esta fuerza se
retira e inicia su declive natural.
En el inicio mismo del Tao Te King, Lao-Tsé ya nos previene de
que existe un Tao permanente y un Tao que no lo es. Está trazando una
diferenciación entre un Tao innombrable, incognoscible, inaprensible,
una causa sin causa, un absoluto, un origen primordial, no sujeto al
tiempo ni al espacio, eterno, sin comienzo ni final; y otro Tao al que
podríamos considerar como una emanación del primero, susceptible de ser
comprendido y conocido por nuestra mente, que contendría las semillas de
la manifestación y a partir del cual devendría la existencia de nuestro
universo y de los seres en él contenidos. Este segundo Tao es el
principio del tiempo y del espacio, e imagen de la unidad del caos
primordial. Se corresponde con el símbolo del huevo cósmico, presente en
infinidad de religiones, de cuya eclosión surge el cosmos. Obviamente,
todo cuanto podamos decir está referido a este Tao impermanente.
De la escisión de esta unidad primordial que es el Tao, se engendra
la dualidad inicial del yin y el yang, principios femenino y masculino
presentes en la raíz de toda expresión material. Y esta unidad y esta
dualidad originales constituyen la primera tríada. Dicho en palabras del
Tao Te King: “El Tao produjo al Uno, el Uno produjo al Dos, el
Dos produjo al Tres, el Tres produjo todas las cosas”. El Tao y el
yin-yang, desde la perspectiva védica, recuerdan a Purusha (espíritu) y
Prakriti (materia), o a Poros y Penia, citados por Platón en El banquete,
de cuya unión nacerá Afrodita, el amor, o la fuerza de atracción
universal que hace participar a todo lo creado de una doble naturaleza,
espiritual y material simultáneamente. Desde la óptica de las
religiones, el yin-yang coincide con la primera pareja divina, que son
hermanos y esposos al mismo tiempo, ya que han nacido del mismo embrión,
y tienen naturalezas opuestas y complementarias, de cuya unión surgirá
la vida en todas sus formas.
Estos dos principios, yin y yang, aparecen siempre unidos y no se
pueden disociar, son las dos caras de una misma moneda, dos aspectos de
una misma y única realidad, que es el Tao. Si miramos a nuestro
alrededor, comprobaremos que toda la Naturaleza está polarizada, pero
todo cuanto existe contiene en sí mismo, a su vez, ese doble principio,
en una repetición constante hasta el infinito, desde lo más grande hasta
lo más pequeño. Así, vemos que el cielo es yang y la tierra yin. Pero a
su vez en el cielo está expresada la dualidad en el Sol (yang) y la
Luna (yin). Y en la tierra se puede distinguir la tierra y el agua, en
las que también está representada la dualidad en los montes y los
valles, y en los ríos y los mares. Esto se simboliza en la figura
circular del Tao, dividida en dos partes, una blanca y otra negra. Cada
una de ellas contiene a su vez la semilla de su contrario, expresada en
un pequeño círculo del color opuesto.
Esta continua y múltiple división del universo en el que nos
desenvolvemos transforma nuestro entorno en un mundo dual lleno de
relatividades, en el que nada es categóricamente cierto sino para
nuestra propia subjetividad, que inevitablemente participa de esa
dimensión dual. Cuando nosotros decimos cerca, estamos afirmando lejos. Cuando decimos alto, estamos afirmando bajo. Y cuando decimos grande, estamos afirmando pequeño.
Pero en todos los casos estamos estableciendo inconscientemente
comparaciones. Nada es absolutamente cercano, alto o grande, sino con
relación a algo ajeno a sí mismo, lo que nos devuelve siempre al mundo
de lo dual. Solo el Tao contiene todos los atributos en su grado máximo,
porque es absoluto, y por consiguiente, es lo único real. Todo lo que
está manifestado es relativo y participa de esos atributos divinos en
mayor o menor proporción. Por eso se afirma que Dios está en todas las
cosas.
Es nuestra percepción del mundo a través de los sentidos la que
desvirtúa la auténtica realidad unitaria del Tao, que yace latente
detrás de todas las cosas. Es la mente la que nos hace ver la Naturaleza
como disgregada y diversa, haciéndonos perder la noción de unidad. Para
el Tao no hay dualidad, esa dualidad no existe, es una ilusión de
nuestra mente. En su esencia, todo es uno; sólo en su existencia se
convierte en múltiple. La mente juzga según juicios previos que no son
reales, por cuanto dependen de la posición relativa del observador.
Esta idea también aparece expresada en el budismo cuando se habla de
la gran herejía de la separatividad. Las enseñanzas budistas afirman que
toda la creación es una y única, y que es la mente del hombre la que
crea divisiones y ve las cosas desde un punto de vista dual y subjetivo.
Por eso, consideran la mente como la gran destructora de lo real.
La doctrina del Tao propone una forma de acción que trasciende esa
dualidad. Los grandes maestros de la Humanidad siempre han amado por
igual a todos los seres, sin distinciones. Para el Tao, no hay un ser
que sea más importante que otro. Somos nosotros los que, con nuestros
intereses y deseos, consideramos unas cosas mejores, más agradables o
más importantes que otras. Así, nuestra conducta se guía por lo que me
gusta, lo que no me gusta; lo mío, lo de aquel; lo que quiero, lo que no
quiero, lo que nos hace estar actuando continuamente fuera del Tao.
La acción inspirada en el Tao obra sin retener, no guarda para sí, no
pretende atesorar, no busca enriquecerse. Porque la naturaleza del Tao
es precisamente el flujo de la vida y de las cosas. Es nuestra mente
subjetiva, interesada, la que nos hace ver ganancias o pérdidas en las
cosas, dolor o placer, lo que nos lleva a ponerle una intención a
nuestros actos. Pero, desde el punto de vista del Tao, todo eso no es
real. Parece real para nosotros por nuestra propia percepción y por
nuestro enfoque parcial e interesado de la vida.
Lao-Tsé se refiere al Tao como la Vacuidad. Afirma que el Tao es
grande precisamente porque está vacío. Es por ese vacío por lo que las
cosas son útiles. Las vasijas tienen capacidad de contener porque están
vacías, y las casas se pueden habitar por su vacío. Si imaginamos al Tao
como una gran matriz, comprenderemos que es por esa vacuidad. Si no
fuese así, si no estuviese permanentemente vacío, no podría ser
permanentemente creativo, y no podría mantener el flujo continuo de
vida. Por eso, al Tao se lo considera la Madre de todos los seres.
En este sentido, Lao-Tsé aconseja vaciar la mente de deseos y de
intenciones para, una vez exenta de intereses personales, poder obrar de
acuerdo con el Tao. En esto se basa también el concepto del wu-wei, y
la recta acción del Bhagavad Gita hindú. Este es el verdadero
sentido del no actuar. El Tao actúa, pero no pone intenciones a las
cosas, no trata de favorecer a unos sobre otros, y toma en cuenta por
igual a todos los seres. La recta acción no tiene connotaciones morales,
en el sentido de bueno o malo, ya que tanto en las buenas como en las
malas acciones volveríamos otra vez a la dualidad. La recta acción,
similar al imperativo categórico de Kant, hace coincidir el querer con
el deber. Nosotros, de forma instintiva, consciente o inconscientemente,
tratamos a las personas y a las cosas queridas con un afecto especial
que no sentimos hacia lo que nos es extraño, tiñendo de intención
nuestras acciones y nuestra conducta.
Quienes han comprendido el Tao actúan por igual con todos los seres.
Esto es lo que está en la raíz de todas las religiones: no hacer
distinción entre los seres. Lógicamente, resulta una meta a alcanzar.
Como seres humanos dotados de voluntad y libertad, tenemos la capacidad
de elegir entre actuar o no conforme al Tao. La diferencia entre un
hombre común, como nosotros, y un sabio, reside, entre otras cosas, en
nuestro concepto de libertad. Para el sabio, la libertad no consiste en
hacer esto o aquello, sino en plegarse a la voluntad del Tao.
Este es el trabajo que propone Lao-Tsé a través del Tao Te King.
Miguel Angel Bellver.
Imagen de fabiotroglia.com
Bibliografía
Dos grandes maestros del taoísmo. Lao Tse/Chuang Tzu. Carmelo Elourdy.
Editorial Nacional.
Las enseñanzas de Lao Zi. Iñaki Preciado. Editorial Kairós.
Tao Te King. Lao Tsé. Versión de Richard Wilhelm. Edicomunicación.
Tao Te Ching. Lao Tsé. Versión de Juan Fernández Oviedo. Editorial Adiax S.A.
Los místicos taoístas. Howard Smith. Edicomunicación.