Ya de adultos un hombre o una mujer que no aprenda a integrar su otro aspecto tenderá a inconscientemente proyectar ese otro aspecto externamente y a buscar una pareja que llene ese espacio vacío en su interior. Es muy común en tales casos que se idealice por entero a la pareja en el estereotipo del Principe azul o de la Princesa de los cuentos, poniendo en la pareja todas las expectativas de la felicidad propia y por supuesto quedando decepcionados y frustrados cuando ella no está a la medida de nuestro ideal.
La Princesa o Diosa:
Cuando un hombre no ha aprendido a integrar su aspecto femenino puede suceder que por proyección a su pareja la ponga en una categoría de princesa o Diosa y literalmente se dedique a alabarla, a rendirle pleitesía a adorarla y a creer que ella le dará felicidad eterna y satisfacción sexual infinita. La mujer se siente muy halagada y feliz por supuesto de ejercer semejante hechizo en su pareja, sin embargo muy pronto comienza a sentirse sofocada y acorralada, además de que se da cuenta que si no actúa de la manera en que la tiene idealizada, su pareja comienza a resentirse con ella. No la quiere por lo que es, sino por la imagen que ella representa. Esta proyección actúa de manera ambivalente puesto que de la misma forma que se le idolatra como la princesa del cuento, de un momento a otro pasa a ser la bruja del mismo, y en momentos de mal humor para el hombre la antes Diosa “no hace nada bien”, “es un completo desastre”, “no sirve para nada”, de nuevo esto es sólo una proyección.
El héroe, el Caballero Andante:
Examinemos ahora esta proyección del otro aspecto interior de cada uno de nosotros, pero ahora desde el lado de las mujeres.
Cuando una mujer no ha aprendido a integrar su aspecto masculino puede suceder que por proyección a su pareja la ponga en una categoría de héroe, de caballero andante de mentor espiritual, piensa que ha encontrado el “compañero perfecto” y el “amante ideal”. Lo mismo que en lo anterior, al principio el hombre se siente muy halagado y complacido, pero lentamente se va sintiendo confinado, incapaz de ser fiel a sí mismo y limitado por las expectativas de su pareja que comienzan a sofocarlo. Y entonces se repite el mismo drama, el hombre hace algo que no está a la altura de las expectativas de su pareja y esta de la misma forma que lo elevo al cielo lo manda directo a los abismos, por no decir: “al infierno”. Y esto con una rapidez impresionante. Lo único que ve en él es su “insensibilidad” y su “falta de tacto” y “cariño”, su “torpeza”, “brusquedad”, ha quedado como un bruto insensible. Por no decirle de otra manera. Un hombre que niega su parte femenina puede convertirse en el profesor distraído, demasiado analítico y frío o en un macho insensible que no logra apropiarse de su verdadera masculinidad y fuerza y por tanto se ve forzado a, con su rudeza, demostrarla. Un hombre que logra integrar su aspecto femenino es una mezcla de fuerza interior, de fortaleza, combinado con suavidad exterior, puede expresar su masculinidad de forma tierna y suave.
Una mujer que niega su aspecto masculino puede convertirse en un bombón, preciosa pero de cabeza hueca que no tiene mente ni fortaleza interior o de igual forma abandonar por completo su lado femenino y convertirse en una dictadora, que da ordenes, humilla y critica a los demás y a sí misma.
Una mujer que integra su aspecto masculino se aprecia y valora tanto a si misma como a su pareja y está dispuesta a defender sus principios y valores con firmeza amorosa cuando corresponde y actuar en consecuencia. Descubre su fortaleza interior y su capacidad de crear y de otorgar amor, compasión, sabiduría y belleza a los demás.
Taller: Personalidad, Pareja y Comunicación.
Isabel Salama y Jorge Mendoza.
La relación de pareja sana, llega tras el trabajo de integración de nuestra parte masculina y femenina, tras sabernos y sentirnos seres completos. Es entonces cuando llega la sensación de plenitud y el amor verdadero.
Plano Creativo.