La relación entre belleza y bienestar es más vieja de lo que se piensa. La idea expresada hoy típicamente con la ecuación de “sentirse bien es verse bien”, tiene numerosos antecedentes. Entre ellos la idea de Platón de que la belleza está ligada a la bondad y a la verdad y de manera un poco menos esperada en algunos sutras budistas. En la filosofía platónica la belleza es una expresión del alma que trasciende el cuerpo pero que se expresa también ahí, como el espíritu de un artista anima una escultura. También en el budismo se encuentra esta identidad entre la belleza y el bienestar, en este caso expresada con un componente emocional.
Más allá del canon estético cambiante, el ser humano suele identificar las manifestaciones gestuales de la paz, la relajación, la confianza y la felicidad con la belleza (decía Audrey Hepburn: “las mujeres felices son las hermosas”). En cambio, el estrés, el enojo y la ansiedad nos remiten a precepciones estéticas negativas. Podemos aquí recurrir a la sabiduría milenaria del santo budista Nagarjuna, que vivió hace 1800 años. Un consejo de belleza que podríamos describir como un “cósmetico cósmico”. En su memorable texto Collar de Joyas Preciosas, el fundador del camino medio del budismo señala:
Dar es dar a alguien más de lo que tienes,
y la ética es hacer bien a los demás.
Paciencia es abandonar los sentimientos de enojo,
y el esfuerzo es alegría que incrementa todo bien.
[...]
Dar incrementa la riqueza, un mejor mundo surge de la ética,
la paciencia trae belleza, eminencia viene del esfuerzo.
Concentración trae paz y de la sabiduría nace la libertad,
la compasión logra todo lo que siempre hemos deseado.
En su libro The Diamond Cutter, Michael Roach, el primer monje estadounidense investido como “Geshe” en el budismo tibetano, interpreta este sutra. Roach señala que para vernos físicamente sanos y atractivos es necesario “plantar improntas en el subconsciente rehusándonos a caer en el enojo”. En cierta medida, lo que va haciéndonos envejecer y perder nuestra naturaleza más radiante es nuestra resistencia al mundo, nuestra frustración, de otra forma seguramente envejeceremos pero con una suave dignidad. Roach, sugiere, a su vez, que la belleza es en realidad el resultado de todo un proceso holístico que integra nuestras emociones, pensamientos y la forma en la que vemos el mundo: todo esto se refleja en la punta del iceberg que es nuestro rostro.
Quizás no sea exagerado afirmar que nuestro rostro es como un espejo con memoria: no sólo refleja nuestros estados emocionales sino que va almacenando las formas en las que nos hemos sentido, marcando así nuestras líneas de expresión, las sombras de nuestros ojos, el cariz de nuestra mirada. Nuestro rostro es a fin de cuentas no sólo una expresión del tiempo que hemos vivido sino de cómo lo hemos vivido.
De todo esto podemos concluir que quizás antes que buscar la belleza deberíamos buscar la paz y la felicidad, y la belleza será un grato efecto colateral de nuestra salud mental y física.
Fuente: www.cloralex.com.mx