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La mayoría de las personas se
identifican completamente
con la voz de la mente,
con ese torrente incesante de
pensamientos involuntarios
y compulsivos y las emociones que lo acompañan.
Podríamos decir que están poseídas por la mente. Mientras permanezcamos completamente ajenos a esa situación, creeremos que somos el pensador. Esa es la mente egotista. La llamamos egotista porque hay una sensación de ser, de yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción y emoción. Hablando en términos espirituales, ése es el estado de inconciencia. El pensamiento, el contenido de la mente, está condicionado por el pasado: la crianza, la cultura, la historia familiar, etcétera. La esencia de toda la actividad mental consta de ciertos pensamientos, emociones y patrones reactivos repetitivos y persistentes con los cuales nos identificamos más fuertemente. Esa entidad es el ego.
En la mayoría de los casos,
cuando decimos "yo", es el ego quien habla, no nosotros, como ya
hemos visto. El ego consta de pensamiento y emoción, un paquete de recuerdos
que identificamos con "yo y mi historia", de papeles que
representamos habitualmente sin saberlo, de identificaciones colectivas como
la nacionalidad, la religión, la raza, la clase social o la filiación política.
También contiene identificaciones personales, no solamente con los bienes
materiales sino también con las opiniones, la apariencia externa, los
resentimientos acumulados o las ideas de ser superiores o inferiores a los
demás, de ser un éxito o un fracaso.
El contenido del ego varía de una persona a otra,
pero en todo ego opera la misma estructura.
En otras palabras, los egos son diferentes sólo en la superficie. En el fondo
son todos iguales. ¿En qué sentido son iguales? Viven de la identificación y la
separación. Cuando vivimos a través del ser emanado de la mente, constituido
por pensamientos y emociones, la base de nuestra identidad es precaria porque
el pensamiento y las emociones son, por naturaleza, efímeros, pasajeros. Así,
el ego lucha permanentemente por sobrevivir, tratando de protegerse y
engrandecerse. Para mantener el pensamiento del Yo necesita el
pensamiento opuesto de "el otro".
El "yo" conceptual no puede sobrevivir sin el "otro"
conceptual. Los otros son más "otros" cuando
los vemos como enemigos. En un extremo de la escala de este patrón egotista
inconsciente está el hábito compulsivo de hallar fallas en los demás y de
quejarse de ellos. Jesús se refirió a esto cuando dijo, "¿Por qué ves la
paja en el ojo ajeno pero no la viga en el tuyo propio?". En el
otro extremo de la escala está la violencia física entre los individuos y la
guerra entre las naciones. En la
Biblia , la pregunta de Jesús queda sin respuesta, pero
obviamente ésta es que cuando criticamos o condenamos al otro, nos sentimos
más grandes y superiores.
QUEJAS Y RESENTIMIENTO
Renegar es una de las
estrategias predilectas del ego para fortalecerse. Cada queja es una historia
inventada por la mente y la creemos ciegamente. No importa si manifestamos
nuestras quejas o si las pensamos en silencio. Algunos egos sobreviven
fácilmente a base de lamentos únicamente, quizás porque no tienen mucho más con
lo cual identificarse. Cuando somos presa de esa clase de ego, nos lamentamos
habitualmente, en particular de los demás. Sin embargo, es
algo que hacemos inconscientemente, lo cual significa que no sabemos lo que
hacemos. Aplicar rótulos mentales negativos a los demás, ya sea en su cara o
cuando se habla de ellos con otros, o sencillamente cuando se piensa en ellos,
suele ser uno de los componentes de este patrón. Utilizar adjetivos ultrajantes
es la forma más cruda de esos rótulos y de la necesidad del ego de tener la
razón y triunfar sobre los demás: "idiota, perra, imbécil", son
pronunciamientos definitivos contra los cuales no hay argumento posible. En el
siguiente nivel más bajo en la escala de la inconciencia están los gritos y
las injurias, y bastante cerca, está la violencia física.
El resentimiento es la emoción
que acompaña a las lamentaciones y a los rótulos mentales, y refuerza todavía
más el ego. El resentimiento equivale a sentir amargura, indignación, agravio u
ofensa. Resentimos la codicia de la gente, su
deshonestidad, su falta de integridad, lo que
hace, lo que hizo en el pasado, lo que dijo, lo que no hizo, lo que debió o no
hacer. Al ego le encanta. En lugar de pasar por alto la inconciencia de los
demás, la incorporamos en su identidad. ¿Quién lo hace? Nuestra inconciencia,
nuestro ego. Algunas veces, la "falta" que percibimos en otra persona
ni siquiera existe. Es una interpretación equivocada, una proyección de una
mente condicionada para ver enemigos en los demás y elevarse por encima de
ellos. En otras ocasiones, la falta puede existir pero la amplificamos al
fijarnos en ella, a veces hasta el punto de excluir todo lo demás. Y fortalecemos
en nosotros aquello contra lo cual
reaccionamos en otra persona.
No reaccionar al ego de los
demás es una de las formas más eficaces
no solamente de trascender el ego propio sino también de disolver el ego colectivo de
los seres humanos. Pero solamente podemos estar en un estado donde no hay
reacción si podemos reconocer que el comportamiento del otro viene del ego, que
es una expresión de la disfunción
colectiva de la humanidad. Cuando reconocemos que no es personal, se pierde la compulsión de reaccionar
como si lo fuera. Al no reaccionar frente al ego logramos hacer aflorar la
cordura en los demás, es decir, oponer la conciencia incondicionada a la
condicionada. En ocasiones quizás sea necesario tomar medidas prácticas para
protegernos contra personas profundamente inconscientes. Y podemos hacerlo sin
crear enemistad. Sin embargo, la mayor protección es permanecer en la
conciencia. Una persona se convierte en enemiga cuando personalizamos la
inconciencia de su ego. No reaccionar no es señal de debilidad sino de fuerza.
Otra forma de expresar la ausencia de reacción es el perdón. Perdonar es pasar por alto o
no reparar. No reparamos
en el ego sino que miramos la cordura alojada en la esencia de todos los seres
humanos.
Al ego le encanta quejarse y
resentirse no solamente con respecto a otras personas, sino también a las
situaciones. Lo mismo que se le hace a una persona se le puede hacer a una
situación: convertirla en enemiga. La implicación siempre es: esto no debería
estar sucediendo; no quiero estar aquí; no quiero tener que hacer esto; es una
injusticia conmigo. Por supuesto el peor enemigo del ego es el momento
presente, es decir, la vida misma.
No se deben confundir las quejas
con el hecho de hacer ver a una persona una deficiencia o un error a fin de que
pueda corregirlo. Y abstenerse de quejarse no significa necesariamente tolerar
la mala calidad o la mala conducta. No es cuestión de ego decirle a un mesero
que la sopa está fría y que debe calentarse, siempre y cuando nos atengamos a
los hechos, los cuales siempre son neutros. Renegar es decir "Cómo se
atreve a traerme una sopa fría". Hay allí un "yo" al cual le
encanta sentirse personalmente ofendido por la sopa fría y que va a sacar el
mayor provecho de la situación, un "yo" que disfruta cuando
encuentra la falta en el otro. Las quejas a las cuales nos referimos están al
servicio del ego, no del cambio. Algunas veces es obvio que el ego realmente no
desee cambiar a fin de poder continuar quejándose.
Trate de atrapar a la voz de su
mente en el momento mismo en que se queja de algo, y reconózcala por lo que es:
la voz del ego, nada más que un patrón mental condicionado, un pensamiento.
Cada vez que tome nota de esa voz, también se dará cuenta de que usted no es la
voz sino el ser que toma conciencia de ella. En efecto, usted es la conciencia consciente de la voz. Allá en el fondo está la conciencia,
mientras que la voz, el pensador, está en primer plano. Es así como usted se
libera del ego, de la mente no observada. Tan pronto como tome conciencia del
ego que mora en usted, deja de ser ego para convertirse en un viejo patrón
mental condicionado. El ego implica inconciencia. La conciencia y el ego no
pueden coexistir. El viejo patrón o hábito mental puede sobrevivir y reaparecer
durante un tiempo porque trae el impulso de miles de años de inconciencia
colectiva, pero cada vez que se lo reconoce, se debilita.
Eckhart Tolle, libro "Una Nueva Tierra".
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"La Realidad es Neutra".
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