Aparte de la identificación con
los objetos, otra forma primordial de identificación es con mi cuerpo. Ante
todo, el cuerpo es masculino o femenino, de manera que el sentido de ser
hombre o mujer absorbe buena parte del sentido del ser de la mayoría de las
personas. El género se convierte en identidad. La identificación con el género
se promueve desde los primeros años de vida y obliga a asumir un papel y a
amoldarse a unos patrones condicionados de comportamiento que inciden en todos
los aspectos de la vida y no solamente en la sexualidad. Es un papel en el cual
quedan atrapadas totalmente muchas personas, generalmente en mayor medida en
las sociedades tradicionales que en la cultura occidental, donde la
identificación con el género comienza a disminuir ligeramente. En algunas
culturas tradicionales, el peor destino para una mujer es ser soltera o
infértil, y lo peor para un hombre es carecer de potencia sexual y no poder
producir hijos. La realización en la vida es sinónimo de la realización de la
identidad de género.
En Occidente, la apariencia
física del cuerpo contribuye en gran medida a nuestro sentido de lo que creemos
ser: su vigor o debilidad, su belleza o fealdad en comparación con los demás.
Muchas personas consideran que su valor es proporcional a su vigor físico, su
apariencia, su estado físico y su belleza externa. Muchas sienten que valen
menos porque consideran que su cuerpo es feo o imperfecto.
En algunos casos, la imagen
mental o el concepto de "mi cuerpo" es una distorsión completa de la
realidad. Una mujer joven, sintiéndose
pasada de peso, puede matarse de hambre cuando
en realidad es delgada. Ha llegado a un punto en que ya no puede ver su cuerpo,
lo único que "ve" es el concepto mental de su cuerpo, el cual le
dice, "soy gorda", o "engordaré". En la raíz de esta
condición está la identificación con la mente. Ahora que las personas se
identifican más con su mente, intensificando la disfunción egotista, ha habido
un aumento considerable en la incidencia de la anorexia. La víctima podría
comenzar a sanar si pudiera mirar su cuerpo sin la interferencia de sus juicios
mentales, o si pudiera al menos reconocer esos juicios por lo que son en lugar
de creer en ellos o, mejor aún, si pudiera sentir su cuerpo desde adentro.
Quienes se identifican con su
físico, su vigor o sus habilidades, sufren cuando esos atributos comienzan a
desaparecer, lo cual es inevitable, por supuesto. Como su misma identidad se
apoyaba en ellos, se ven abocados a la destrucción. Las personas, bien sean
bellas o feas, derivan del cuerpo buena parte de su identidad, sea ésta
positiva o negativa. Dicho más exactamente, derivan su identidad del
pensamiento del yo que asignan erróneamente a la imagen o el concepto de su
cuerpo, el cual no es más que una forma física que comparte la suerte de todas
las formas: la transitoriedad y, finalmente, el deterioro.
Equiparar con el "yo"
al cuerpo físico percibido por los sentidos, el cual está destinado a
envejecer, marchitarse y morir, siempre genera sufrimiento tarde o temprano.
Abstenerse de identificarse con el cuerpo
no implica descuidarlo, despreciarlo o dejar de interesarse por él. Si es fuerte, bello y vigoroso, podemos
disfrutar y apreciar esos atributos, mientras
duren. También podemos mejorar la condición del cuerpo mediante el ejercicio y
una buena alimentación. Cuando no equiparamos el cuerpo con la esencia de lo
que somos, cuando la belleza desaparece, el vigor disminuye o no podemos valernos por nosotros mismos,
nuestro sentido de valía o de identidad no
sufre de ninguna manera. En realidad, cuando el cuerpo comienza a debilitarse
la luz de la conciencia puede brillar más fácilmente a través del
desvanecimiento de la forma.
No son solamente las personas
que poseen cuerpos hermosos o casi perfectos quienes tienen mayor probabilidad
de equipararlo con su ser. Podemos identificarnos fácilmente también con un
cuerpo "problemático" y convertir la imperfección, la enfermedad o la
invalidez en nuestra propia identidad. Entonces comenzamos a proyectarnos como
"víctimas" de tal o cual enfermedad o invalidez crónica. Nos
rodeamos de la atención de los médicos y de otras personas que confirman
constantemente nuestra identidad conceptual de víctimas o pacientes. Entonces
nos aferramos inconscientemente a la enfermedad porque se ha convertido en el
aspecto más importante de la noción del ser. Se ha convertido en otra forma
mental con la cual se puede identificar el ego. Cuando el ego encuentra una
identidad, no se desprende de ella. Es sorprendente, pero no infrecuente, que
al buscar una identidad más fuerte, el ego opte por crear enfermedades a fin de
fortalecerse a través de ellas.
Aunque la identificación con el
cuerpo es una de las formas más básicas del ego, la buena noticia es que
también es la más fácil de trascender. Esto no se logra haciendo un esfuerzo
por convencernos de que no somos cuerpo, sino dejando de prestar atención a la
forma corporal externa y a las formas mentales del cuerpo (bello, feo, fuerte,
débil, demasiado gordo, demasiado delgado) para centrar la atención en la
sensación de vida que lo anima. Independientemente de la apariencia externa del
cuerpo, más allá de la forma exterior hay un campo de energía intensamente
vivo.
Si usted desconoce la conciencia
del cuerpo interior, cierre los ojos por unos momentos y trate de discernir si
sus manos tienen vida. No le pregunte a la mente porque ésta le responderá
diciendo, "No siento absolutamente nada". Quizás también responda,
"Necesito cosas más interesantes en las cuales pensar".
Entonces, en lugar de preguntarle a su mente, vaya directamente a las manos. Con
esto quiero decir que tome conciencia de la sensación sutil de vida que ellas
encierran. Está ahí. Lo único que debe hacer es fijar su atención para notarla.
Al principio podrá sentir un leve cosquilleo y después una sensación de
energía o de vida. Si mantiene su atención en las manos durante un rato, esa
sensación de vida se intensificará. Algunas personas ni siquiera necesitan
cerrar los ojos puesto que logran sentir sus "manos interiores"
mientras leen estas frases. Después lleve su atención a los pies y fije en
ellos su atención durante uno o dos minutos. Comience a sentir las manos y los
pies al mismo tiempo. Después incorpore otras partes del cuerpo (piernas,
brazos, abdomen, tórax, etcétera) hasta tener conciencia de su cuerpo interior
como una sensación global de vida.
Lo que denomino el "cuerpo
interior" no es realmente cuerpo sino energía vital, el puente
entre la forma y lo informe. Desarrolle el hábito de sentir el cuerpo interior
con la mayor frecuencia posible. Al cabo de un tiempo ya no tendrá que cerrar
los ojos para sentirlo. Por ejemplo, trate de sentir el cuerpo interior cuando
esté en compañía de alguien. Es casi como una paradoja: al estar en contacto
con el cuerpo interior deja uno de identificarse con el cuerpo y con la mente.
Quiere decir que ya no nos identificamos con la forma sino que nos apartamos
de esa identificación hacia lo informe, al cual podemos también denominar el
Ser. Es nuestra identidad esencial. Tomando conciencia del cuerpo no solamente
nos anclamos en el momento presente sino que abrimos una puerta para escapar
de la cárcel del ego. También fortalecemos nuestro sistema inmunitario y la
capacidad del cuerpo de sanarse a sí mismo.
Eckhart Tolle en "Una Nueva Tierra".