martes, 4 de junio de 2013

"El Florecer de la Conciencia Humana". Eckhart Tolle.


La Tierra, hace 114 millones de años, un día poco después de despuntar el alba: la primera flor en existir sobre el planeta abre sus pétalos para recibir los rayos del sol. Con anterioridad a ese suceso extraordinario que anuncia la transformación evolutiva de la vida vegetal, el planeta había estado cubierto de vegetación durante millones de años. Es probable que la primera flor no hubiera sobrevivido por mucho tiempo y que las flores hubieran seguido siendo fenómenos raros y aislados, puesto que las condi­ciones seguramente no eran favorables para una florescencia ge­neralizada. Sin embargo, un día se llegó a un umbral crítico y súbitamente debió producirse una explosión de colores y aromas por todo el planeta, de haber habido una conciencia con capacidad de percepción para presenciarla.

Mucho tiempo después, esos seres delicados y perfumados a los cuales denominamos flores desempeñarían un papel esencial en la evolución de la conciencia de otras especies. Los seres humanos se sentirían cada vez más atraídos y fascinados por ellas. Seguramente, a medida que la conciencia humana se fue desarro­llando, las flores pudieron ser la primera cosa que los seres hu­manos valoraron sin que representaran un valor utilitario para ellos, es decir, sin que tuvieran alguna relación con su supervi­vencia. Sirvieron de inspiración para un sinnúmero de artistas, poetas y místicos. Jesús nos dice que contemplemos las flores y aprendamos a vivir como ellas. Se dice que Buda pronunció una vez un "sermón silencioso" mientras contemplaba una flor. Al cabo de un rato, uno de los presentes, un monje de nombre Mahakasyapa, comenzó a sonreír. Se dice que fue el único que comprendió el sermón. Según la leyenda, esa sonrisa (la realiza­ción) pasó a veintiocho maestros sucesivos y mucho después se convirtió en el origen del Zen.

La belleza de una flor pudo arrojar un breve destello de luz sobre la parte esencial más profunda del ser humano, su verdadera natu­raleza. El momento en que se reconoció por primera vez la belleza fue uno de los más significativos de la evolución de la conciencia humana. Los sentimientos de alegría y amor están íntimamente li­gados con ese reconocimiento. Sin que nos diéramos cuenta, las flo­res se convertirían en una forma de expresión muy elevada y sagrada que moraría dentro de nosotros pero que no tendría forma. Las flores, con su vida más efímera, etérea y delicada que la de las plantas de las cuales nacieron, se convertirían en especie de mensajeras de otro plano, un puente entre el mundo de las formas físicas y de lo informe. Su aroma no solamente era delicado y agradable para los sentidos, sino que traía una fragancia desde el plano del espíritu. Si utilizamos la palabra "iluminación" en un sentido más amplio del aceptado convencionalmente, podríamos pensar que las flores cons­tituyen la iluminación de las plantas.

Cualquiera de las formas de vida de los distintos reinos (mi­neral, vegetal, animal o humano) pasa por la "iluminación". Sin embargo, es algo que sucede muy rara vez puesto que es más que un paso en la evolución: también implica una discontinuidad de su desarrollo, un salto hacia un nivel completamente diferente del Ser, acompañado, en lo que es más importante, de una disminu­ción de la materialidad.

¿Qué podría ser más denso e impenetrable que una roca, la más densa de todas las formas? No obstante, algunas rocas sufren cambios en su estructura molecular, convirtiéndose en cristales para dar paso a la luz. Algunos carbones se convierten en diaman­tes bajo condiciones inconcebibles de calor y de presión, mientras que algunos minerales pesados se convierten en piedras preciosas.

La mayoría de los reptiles rastreros, los más íntimamente unidos a la tierra, han permanecido iguales durante millones de años. Sin embargo, algunos otros desarrollaron plumas y alas para convertirse en aves, desafiando la fuerza de la gravedad que los había mantenido sujetos al suelo durante tanto tiempo. No aprendieron a reptar o a andar mejor, sino que trascendieron totalmente esos dos pasos.

Desde tiempos inmemoriales, las flores, los cristales, las pie­dras preciosas y las aves han tenido un significado especial para el espíritu humano. Al igual que todas las formas de vida, son, lógicamente, manifestaciones temporales de la Vida y la Concien­cia. Su significado especial y la razón por la que los seres huma­nos se han sentido fascinados y atraídos por ellas pueden atribuirse a su cualidad etérea.

Cuando el ser humano tiene un cierto grado de Presencia, de atención y alerta en sus percepciones, puede sentir la esencia di­vina de la vida, la conciencia interior o el espíritu de todas las criaturas y de todas las formas de vida, y reconocer que es uno con esa esencia y amarla como a sí mismo. Sin embargo, hasta tanto eso sucede, la mayoría de los seres humanos perciben solamente las formas exteriores sin tomar conciencia de su esencia interior, de la misma manera que no reconocen su propia esencia y se limitan a identificarse solamente con su forma física y psi­cológica.

Sin embargo, en el caso de una flor, un cristal, una piedra preciosa o un ave, hasta una persona con un grado mínimo de Presencia puede sentir ocasionalmente que en esa forma hay algo más que una simple existencia física, aún sin comprender la razón por la que se siente atraída y percibe una cierta afinidad por ella. Debido a su naturaleza etérea, esa forma oculta menos el espíritu interior que otras formas de vida. La excepción de esto son todas las formas recién nacidas como los bebés, los cachorros, los gati­tos, los corderos, etcétera; son frágiles, delicados y no se han establecido firmemente en la materialidad. De ellos emana todavía inocencia, dulzura y una belleza que no es de este mundo. Son un deleite hasta para los seres humanos relativamente insensi­bles.

Así que cuando contemplamos conscientemente una flor, un cristal o un ave sin decir su nombre mentalmente, se convierte en una ventana hacia el mundo de lo informe. Podemos vislumbrar algo del mundo del espíritu. Es por eso que estas tres formas "iluminadas y aligeradas" de vida han desempeñado un papel tan importante en la evolución de la conciencia humana desde la antigüedad; es la razón por la cual la joya de la flor de loto es un símbolo central del budismo y la paloma, el ave blanca, representa al Espíritu Santo en el cristianismo. Han venido abonando el te­rreno para un cambio más profundo de la conciencia planetaria, el cual debe manifestarse en la especie humana. Es el despertar es­piritual que comenzamos a presenciar ahora.

¿CUÁL ES LA FINALIDAD DE ESTE LIBRO?

¿Está lista la humanidad para una transformación de la concien­cia, un florecimiento interior tan radical y profundo que la flores­cencia de las plantas, con toda su hermosura, sea apenas un pálido reflejo? 

¿Podrán los seres humanos perder la densidad de las es­tructuras mentales condicionadas y llegar a ser, lo mismo que los cristales o las piedras preciosas, transparentes a la luz de la conciencia? 

¿Podrán desafiar la fuerza de gravedad del materialismo y la materialidad para elevarse por encima de la forma cuya iden­tidad mantiene al ego en su lugar y los condena a vivir prisione­ros dentro de su personalidad?

La posibilidad de esa transformación ha sido el tema central de las enseñanzas de los grandes sabios de la humanidad. Los mensajeros como Buda, Jesús y otros (no todos conocidos) fueron las primeras flores de la humanidad. Fueron los precursores, unos seres raros y maravillosos. En su época no era posible todavía un florecimiento generalizado y su mensaje fue distorsionado o mal comprendido. Ciertamente no transformaron el comportamiento humano, salvo en unas cuantas personas.

¿Está más preparada la humanidad ahora que en la época de los primeros maestros? 
¿Por qué habría de ser así? 
¿Hay algo que podamos hacer para propiciar o acelerar este cambio interior? 
¿Qué es lo que caracteriza el tradicional estado egotista de la conciencia y cuáles son las señales que permitirán reconocer el surgimiento de la nueva conciencia? 

Estos son los interrogantes que tratare­mos de resolver en este libro. Pero es más importante el hecho de que este libro es en sí un medio de transformación emanado de esa nueva conciencia que comienza a aflorar. Aunque los conceptos y las ideas aquí contenidos son importantes, son secundarios. No son más que señales a lo largo del camino que conduce hacia el despertar. A medida que vaya leyendo se operará un cambio en usted.

La finalidad principal de este libro no es darle a su mente más información ni creencias, ni tratar de convencerlo de algo, sino generar en usted un cambio de conciencia, es decir, un despertar. En ese sentido, este libro no es "interesante", puesto que esa palabra implica la posibilidad de mantener una distancia, jugar con las ideas y los conceptos en la mente y manifestarse de acuer­do o en desacuerdo con ellos. Este libro es sobre usted. Si no contribuye a modificar el estado de su conciencia, no tendrá sig­nificado alguno. Solamente servirá para despertar a quienes estén listos. Aunque no todo el mundo está listo, muchas personas sí lo están y, cada vez que alguien despierta se amplifica el ímpetu de la conciencia colectiva, facilitando el cambio para los demás. Si no sabe lo que significa despertar, siga leyendo. Es solamente a tra­vés del despertar que podrá comprender el verdadero significado de la palabra. Basta con un destello para iniciar el proceso, que es irreversible. Para algunos, este libro será ese destello, para mu­chos otros que quizás no se hayan dado cuenta, el proceso ya ha comenzado. Este libro les ayudará a reconocerlo. Algunos habrán emprendido el camino como consecuencia del sufrimiento o de una pérdida, mientras que otros quizás lo hayan hecho a través del contacto con un maestro o una enseñanza espiritual, la lectura de El poder del ahora o de algún otro libro pleno de vida espiri­tual y de energía transformadora, o una combinación de lo ante­rior. Si ya se ha iniciado en usted el proceso del despertar, éste se acelerará e intensificará con esta lectura.

Una parte esencial del despertar consiste en reconocer esa parte que todavía no despierta, el ego con su forma de pensar, hablar y actuar, además de los procesos mentales colectivos con­dicionados que perpetúan el estado de adormecimiento. Es por eso que el libro muestra los principales aspectos del ego y la forma como operan tanto a nivel individual como colectivo. Esto es importante por dos razones conexas: la primera es que a menos de que usted conozca la mecánica fundamental del ego, no podrá reconocerlo y caerá en el error de identificarse con él una y otra vez. Eso significa que el ego se apoderará de usted y fingirá ser usted. La segunda razón es que el acto mismo de reconocer es uno de los mecanismos para despertar. Cuando usted reconozca su inconciencia, será precisamente el surgimiento de la conciencia, el despertar, el que hará posible ese reconocimiento. No es posible vencer en la lucha contra el ego, como no es posible luchar contra la oscuridad. Lo único que hace falta es la luz de la conciencia. Usted es esa luz.

Eckhart Tolle. 
Introducción del Libro: Una Nueva Tierra.