Era un día de lluvia y tormenta, se había ido la luz. Cuatro hermanos pasaban las vacaciones de invierno junto con sus parejas e hijos en una casa de la montaña. Sin pantallas que enchufar a esa red eléctrica temporalmente apagada, se dedicaron a proyectar sus propias reflexiones en la chimenea. Dialogaron de un sinfín de temas, entre ellos el del nombre:
-¿Qué inspiraría a papá para llamarme “Amalia”?
-¿Y a mí “Ángel”?
-¿En qué estaba pensando mamá cuando se empeñó en bautizarme con el nombre de “Sabrina”?
-¿Y al elegir finalmente “Pilar” para mí?
Nadie dio ninguna respuesta, pero el fuego, de alguna manera les habló:
a la mayor de su obsesión por ser amada,
a otro de su afán por demostrar que poseía un sexo entre la piernas,
a otra de su frustración por no tener poderes mágicos para cambiar la realidad
y a la pequeña, de su terca manía de sostener lo insostenible.
En las brasas quedó un mensaje para todos ellos:
“Ahora mismo busca tu nombre verdadero dentro de ti, ese que no te somete a ningún contrato, a ninguna misión. Ese que no te obliga a devolver a la vida a ningún ancestro, ni a repetir la vida del progenitor narcisista que te lo impuso. Ese que armoniza con tu propia finalidad.
Ese que no busca más que seas feliz, que te realices, siendo exactamente el que eres.”
Cuando volvió la luz, se encendieron algo más que las lámparas y las pantallas en esa casa rodeadas de montañas, empapadas por la lluvia invernal.
Plano Creativo.