viernes, 7 de enero de 2011

La Más Bella de las Ilusiones.



Marpa, el cruel instructor del santo tibetano Milarepa, enseñaba el desprendimiento afirmando que todo era ilusión. Un día se murió su hijo. Marpa comenzó a lanzar sollozos desgarradores. Sus discípulos, asombrados, le dijeron: “¿Pero, Maestro, por qué llora usted, si todo es una ilusión?” El gurú respondió: “¡Es que era la más bella de las ilusiones!”.

En un universo donde nada es real, el individuo imaginario se enfrenta a sueños que van de infiernos atroces hasta dimensiones paradisíacas. Hay quienes se dejan vencer por las pesadillas y, aceptando el horror, se transforman en demonios que se precian de ser “normales como todo el mundo”. Otros, deambulando por el camino de la santidad, buscan la ilusión más bella. Los alquimistas la encarnaron en la “piedra filosofal”, Platón la vio en el mundo de las “ideas puras”, los budistas zen la llamaron “iluminación”, los surrealistas la veneraron como “amor loco”, la mayor parte de los seres humanos aspiran a encontrar “la felicidad”. Cada religión, cada doctrina política, incluso cada ciencia, persigue a la ilusión más bella. Y de todas las artes, el cine es el que, (infructuosamente, por haberse convertido en un negocio vulgar), ha tratado de presentárnosla.

¿Qué es la Iniciación? Es la actividad espiritual que nos enseña a elegir entre dos opciones, siempre la más bella.

De vez en cuando, entre el tumulto de creadores prostituídos, surge un idealista que aspira a filmar la más bella de las ilusiones. Desde sus primeros intentos, le caen encima los demonios de la oscuridad, con su angustiosa pesadilla económica. Se le pide moderación, ser publicista de productos nocivos, ocultar la falsedad, exaltar límites de toda especie, enarbolar una bandera nacional, acariciar el sexo del público o sumir sus cerebros en un mundo infantil. El buscador de la ilusión más bella tiene la sensación de ser un pez que nada contra la corriente.

Si adopta como oficio el ser cineasta, el artista para sobrevivir se ve obligado a hacer concesiones. En productos hipócritamente comerciales, y decir comercial es decir olvidar la ilusión más bella, debe con disimulo deslizar algunas secuencias o escenas o imágenes que, como un vago perfume, recuerden al espectador la finalidad suprema de esta onírica vida: llegar a conocer la ilusión más bella.

En toda su carrera cinematográfica esto es lo que ha intentado mi amigo Jan Kounen. Pero no siendo frívolo y sintiendo en lo profundo de su corazón que una aproximación no era la cosa misma, dio el salto necesario que le hizo sobrepasar los límites industriales y realizar con absoluta honestidad su búsqueda:

Ya que no podía plasmar su anhelo en una pantalla exterior, emprendió una odisea con la intención de llegar a lo más profundo de sí mismo. Eso es lo que nos describe de una manera apasionante en su libro “El conocimiento de la ayahuasca”: diez años, gracias a esa planta sagrada, sumergido en el corazón de la selva amazónica cerca de Perú, guiado por curanderos shipibos, entregando su alma y su espíritu a un torrente de imágenes, al principio incisivas, desequilibrantes, demoledoras, la ilusión más bella estando en el fondo del pozo, sepultada bajo capas y capas de ilusiones infernales provocadas por un mundo en decadencia.

En la gesta del héroe mítico, éste parte en busca del elixir de la vida eterna, atravesando mil y una emboscadas. Cuando lo encuentra, regresa a su punto de partida y lo da de beber a su pueblo. En lo que ha conquistado, nada es para él que no sea para los otros.

Me parece, leyendo su testimonio, tan apasionante como las novelas de aventuras que leía en mi infancia, que después de llegar al secreto último de la ayahuasca, Kounen regresará al cine, al verdadero, y nos otorgará a todos , por medio de sus imágenes, que son condensados de luz, la más bella de las ilusiones.
Creo, habiendo pasado una vida entera buscándola, que la más bella de las ilusiones es nuestra conciencia.

Alejandro Jodorowsky
Imagen: Natalia Kolesnikova / AFP / Getty Images

Marcela Paz.
Chile.