Sí, porque la muerte de la civilización puede ser la puerta a la regeneración, a la organización de un mundo nuevo desde el caos. Nos lo afirma Claudio Naranjo en esta entrevista, en la que, además, reconoce que su eneatipo es el cinco, y su pecado capital, la avaricia.
A meses de cumplir sus 80 años, con una barba blanca casi mítica que no logra opacar el brillo casi infantil de sus ojos inquietos que parecen querer escudriñar lo visible y lo invisible, Claudio Naranjo es un genuino representante de una generación de buscadores que quiso apasionadamente cambiar el mundo… A simple vista, quizás, no lo lograron… Pero si nos desapegamos lo suficiente para dar un vistazo un poco más amplio y más profundo, veremos que algunos de los cambios que hoy vive la humanidad y el planeta, algunos aún no manifestados pero en plena ebullición en el caldero de la creación, son el resultado del pensamiento, la acción y la apertura de la mente y del corazón de gente como él. No hay muchos pioneros de ese calibre y de ese peso, pero aún pocos en cantidad, están hoy remeciendo el planeta en diferentes ámbitos y dimensiones, dando espacio para la esperanza y la transformación…
Una biografía larga y fructífera, como la de Claudio, no cabe en estas páginas, que preferimos dedicar a una entrevista que nos acerca un poco más a su original mirada hacia la vida. Afortunadamente, vivimos en tiempos de internet, y quien quiera saber detalles, podrá encontrar incluso su autobiografía en la página de la Fundación (www.fundacionclaudionaranjo.cl).
Sí tenemos que mencionar, necesariamente, que uno de sus trabajos fundamentales es el que ha realizado en cuanto a integrar avances de la psicoterapia con el conocimiento de tradiciones espirituales; que fue discípulo de Fritz Perls y uno de los pioneros de la gestalt en Chile y Sudamérica; que reconoce como maestros al místico George Gurdjieff –de quien se dice que fue quien trajo el Eneagrama a Occidente- y al escultor y poeta Tótila Albert, y que sistematizó y difundió los conocimientos de Oscar Ichazo sobre el Eneagrama, profundizando en la psicología de los Eneatipos.
Participó activamente en la fundación y el desarrollo del programa SAT, Seekers After Truth (Buscadores de la Verdad), que hoy se da en numerosos países del mundo – en Europa, América del Sur y del Norte y Australia- colaborando en la formación de educadores.
Durante el mes de abril, Claudio Naranjo visitó Chile por poco más de una semana. Entre conferencias, reuniones, charlas y entrevistas –e incluso una invitación al Congreso-, se dio el tiempo para recibir a revista SOMOS en una agradable tarde otoñal y dialogar con nosotros en la acogedora casa de Marta Gazzari, representante de la Fundación Claudio Naranjo en Chile.
Se sufre por ignorancia
- Partiendo por el tema de su reciente conferencia en el Teatro de la U. de Chile, ¿cuál es su propuesta para sanar y curar realmente los males del alma y del mundo…?
- De muchas propuestas complementarias, de acuerdo a las distintas teorías del sufrimiento o de la degradación de la conciencia, la primera que propuse es la de Buda, de que se sufre por ignorancia. Y si la ignorancia es el mal, el remedio es la sabiduría. ¿Cuál es la propuesta? Más sabiduría; pero decir que la receta es sabiduría no ayuda mucho, porque es muy difícil llegar a la sabiduría. Se necesita saber cómo llegar a la sabiduría.
Ahí yo planteo que tenemos una mitad del cerebro que es mucho más sabia de lo que imaginamos. Hay una parte nuestra que capta las cosas como son, con una visión clara y contextual, mientras que nuestro pensamiento analítico está perdido pensando paso a paso. De acuerdo con eso, la forma de llegar a la sabiduría es eliminar el filtro de ese mundo isla, de esa isla de nosotros mismos en que estamos metidos.
Vivimos en nuestro hemisferio izquierdo, pese a que tenemos un hemisferio derecho, un cerebro medio, un cerebro primitivo e instintivo, que saben mucho más, muchas cosas pertinentes a la vida misma. Desde ese conocimiento actual, la propuesta es que tenemos un hemisferio sordo y otro que sabe mucho. Es una fórmula muy antigua, la del yoga, que es la de callar la mente pensante. Y para callarla es necesario calmarla de su excesiva pasión de conseguir cosas, lo que a veces se conoce como reducir el estrés, pero que tiene una dimensión más profunda de paz. O sea, para llegar a no sufrir, necesitamos paz de espíritu, que está poco valorada, parece no servir para nada…
Entonces, lo que hago es poner las cosas en contexto, atar cabos y mostrar que la paz es necesaria para la felicidad, porque sin paz no hay esa comprensión de las cosas tal como son, que hace que podamos transitar por la vida sin tanto problema como cuando vemos las cosas solamente con una de las facetas de nuestros ojos facetados. (Risas)
- Ud. habla de sabiduría, de paz, que todos quisiéramos, pero, ¿cómo se llega a esa paz, si sabemos, por otra parte, que no hay recetas…?
- No haciendo nada (risas). El no hacer es muy importante. Es muy fácil no hacer nada desde el punto de vista de los consejos externos. Hay que tener un pedacito de pavimento o de tierra, o un cojín si uno quiere estar más cómodo. No se necesita nada del mundo externo. Ayuda un poquito de silencio, pero hasta eso es secundario.
Lo que se necesita, más que nada, es motivación para quitarse del medio. No se puede dejar de lado el quehacer sin dejar de lado nuestros excesivos deseos. Y ese fue mi segundo tema, el de disminuir los excesivos deseos.
En la conferencia yo no entré en recursos técnicos. Sería como dar una clase de meditación, sobre el silencio mental. Hay técnicas en el cristianismo ortodoxo, en el cristianismo antiguo, en general. No se llega a la comunión con lo divino sino pasando a través del silencio, la quietud de Santa Teresa, San Juan de la Cruz se dedicó a hablar de eso. El silencio es el quid. Es una fórmula muy antigua y está en todas las religiones, en el yoga, en el hinduismo, en el taoísmo. La cosa es hacerlo, y todo el mundo dice: “Pero cómo, cómo…” Es que para hacerlo, hay que querer hacerlo o aspirar a tener suficiente claridad de que vale la pena. Entonces, yo me considero un propagandista -aunque no sé con qué éxito- para mostrarle a la gente que estas cosas valen la pena…
Cuando está por quebrarse el cascarón…
- Durante la conferencia, usted fue presentado como “maestro” y, en realidad, usted es maestro para mucha gente de varias generaciones…, y al mismo tiempo, como un buscador. Entre ambos calificativos, ¿cuál le parece más cercano a lo que realmente es…?
- A través de mi recorrido, me he autodefinido muchas veces como un buscador, pero pienso que está como pasado de moda…
- ¡Pero fue una generación maravillosa la de los buscadores…!
- Sí, sí, y yo creo que incluso cuando se encuentra, hay que seguir siendo buscador, pero en cierto sentido llega un momento en la vida en que uno ya no está en busca… Durante mucho tiempo, por ejemplo, yo ya no estaba exactamente en búsqueda, sino en espera. Es un estado distinto, cuando uno sabe que ya está por quebrarse el cascarón, como que se estuviera empollando un huevo que se va a abrir, o estar por nacer… Yo he sentido eso por muchos años, y muchas veces lo he explicado como que uno va por un río que está por desembocar en el mar, y ya se huele el olor del mar…
Entonces, la diferencia de un estado de buscador es que uno está haciendo algo por su búsqueda, está leyendo libros… A mí, mi maestro espiritual -porque tengo un maestro espiritual hace un par de años-, me dijo que dejara de meditar y de leer libros espirituales. Y en realidad era coherente con lo que me estaba pasando internamente. Llega un momento en el budismo, en especial en el tibetano, que se llama la etapa “state of no learning” (not more learning), de no más aprendizaje. Uno ya no tiene interés en saber más cosas, ni en hacer esfuerzos por llegar a ninguna parte…
Es como que la vida espontáneamente lo sigue creciendo a uno -porque no es que el crecimiento termine; mientras hay vida hay crecimiento-, pero no es un crecimiento buscado o hecho a través de esfuerzos de práctica.
- Y eso, a su vez, ¿sería parte de la maestría? ¿El ya no buscar…?
- Claro, claro, el camino tiene muchas etapas. Durante mucho tiempo fui un buscador avanzado, un buscador que tiene tanto que decir, que transmite, que inspira, que ayuda, aunque no haya llegado a la última etapa…
Yo diría que estoy llegando a una etapa en que ni siquiera me interesa enseñar, aunque me interesan las personas más que nunca. Me siento más solidario, siento más a las personas, pero se me ha agotado el deseo de poner las cosas en palabras, de explicar. Entonces, no sé cómo lo voy a hacer cuando sea grande…(risas)
Yo creo que voy a seguir enseñando, porque mi vida estaría muy malgastada si no me aprovecharan en lo que he aprendido… Así es que el jefe dirá que es lo que hago, pero me imagino que será de una manera diferente.
- ¿A qué se refiere cuando dice “aunque no haya llegado a la última etapa”?
Creo que estoy al borde de una etapa de paz aún más grande, en que voy a tener menos ganas de hacer nada. Yo hago mucho, me muevo por todo el mundo, doy muchos cursos, escribo libros y, en cierto modo, tengo mucha motivación, me siento vibrante de una pasión de hacer todo lo que hago, saco energías de no sé dónde, aunque voy a cumplir los ochenta. Pero creo que me va a tocar una etapa más contemplativa.
Transmitir por presencia
- ¿En qué está enfocado en este momento Claudio Naranjo? ¿Sólo en el SAT o en algo más?
- El SAT es un fruto maduro de mi vida, se gestó a través de muchos años, ha tenido unos cuarenta años o más de evolución, y se ha ido perfeccionando. He dado muchos de mis últimos años a perfeccionar a la gente que ha colaborado conmigo, para que el SAT pueda subsistir aunque yo no esté. Ese cuidado que he dado a mis colaboradores es para dejar una comunidad armoniosa, de gente que no sea demasiado prima donna, demasiado competitivos unos con otros; es muy difícil. En ciertos países no lo he logrado, pero hay un cuerpo, una facultad de una cuarentena de personas en el mundo que tienen una muy buena relación unos con otros, que saben bailar juntos y de ahí surge una coreografía espontánea. Eso es un fruto maduro, que no sé cómo me va a involucrar en el futuro.
Creo que me voy a seguir involucrando viendo a la gente que pasa a través del SAT y llega a un cierto punto, porque tengo algo que transmitir, no tanto de carácter instructivo ni de actividad terapéutica, sino que es más por presencia. ¿Qué forma le voy a dar a eso? Pienso que no será la forma que conozco ahora, porque todo evoluciona y sobre todo porque me siento en una transición de un estado a otro. Eso es buena parte de mi trabajo.
Hay otra parte, no menos importante, que es el escribir, porque nadie va a escribir mis libros por mí. Y las cosas que he comprendido y aprendido a través de la vida son bastantes y muy diversas. Este año estoy terminando un libro que llamo “Hermenéutica musical”, que es una manera de explicar el contenido vivencial, las experiencias humanas, que transmite la gran música. Para mí tiene el sentido de ser un puente para la comprensión de la obra aún desconocida de Tótila Albert, que fue inspirado a escribir obras que él llamaba de dictado musical, porque canalizaba palabras que le llegaban aparentemente de los grandes compositores alemanes, en especial de Brahms, con una correspondencia de sílaba por nota. Es una cosa muy maravillosa de escuchar… Entonces, este libro es una de mis tareas pendientes, porque yo fui heredero -no sólo espiritual sino también material- de esos poemas de los manuscritos. Ese es uno de varios libros que estoy escribiendo…
- ¿Varios simultáneamente?
- Nueve (risas).
Este año se va a publicar un libro sobre la ayahuasca. Yo abrí ese campo en los años 60; me dediqué a las plantas mágicas y los alucinógenos sintéticos y otras cosas cuando trabajaba para la Universidad de Chile, y no había ningún escándalo.
Fui el primero en interesarme en la ayahuasca cuando no existía todavía el Santo Daime. El 62 fui a Colombia, contacté con los chamanes, conseguí las plantas, las traje a Chile y mandé a hacer investigaciones químicas. Empecé a hacer un trabajo con voluntarios, vi que las visiones de las personas que tomaban ayahuasca en situación experimental, sin saber lo que tomaban, eran comparables a las visiones de los indígenas: las mismas serpientes, los mismos tigres, las mismas águilas…, muy misteriosa la coincidencia.
Ahora, por fin, en España, un editor que sabía de ese libro antiguo, me ha pedido que lo publique, pero no lo iba a publicar cuando ya tantas personas han publicado mi información en sus libros, así es que tuve que hacerle una segunda parte…
El eneagrama y la fijación
- Cambiando de tema, se dice que el eneagrama es un mapa de la mente humana, y el protoanálisis, según entiendo, sería el trabajo que permite trascender la fijación egótica… ¿Se trasciende realmente la fijación o sólo se “mantiene a raya”, por decirlo de alguna manera, a través de la autoobservación?
- Se cambia la relación con el ego. Es como si uno tuviera un niño que fue condicionado a tener ciertas reacciones adaptativas, pero que después, a la larga, se hacen obsoletas. Entonces, uno tiene este niño malcriado… Y no se trata de dominarlo exactamente, sino de convivir con él en forma armónica. Hay que darle un poquito de satisfacción al ego para que el ego lo deje tranquilo a uno; y en ese momento, el ego no sólo nos deja tranquilo, sino que además nos ayuda a hacer lo que estamos haciendo.
- O sea, hay una parte de aceptación de lo que uno es…
- Es un proceso que tiene etapas. Yo diría que en la primera etapa se predica una cruzada contra el ego, que es funcional, puesto que sirve poner a la gente en una posición enemiga a su propio ego, hacer esa guerra santa que dicen los sufíes contra el ego, aprovechando que uno no tiene otra posibilidad. Cuando uno se fija en su ego, no puede sino criticarlo…
Entonces, se aprovecha esa guerra, y no es que uno vaya a matar al ego, sino que uno fortalece su propio espíritu en el proceso de ser libre de ego, de desidentificarse del ego. Eso es lo más importante: un cambio de relación con respecto al ego, que tiene que ver con un cambio de identidad. Al comienzo, uno está identificado con el ego, y después es como si fueran dos en uno. Por último, uno se reconoce otra cosa.
- ¿Me permitiría hacerle una pregunta indiscreta? Porque dicen que no hay preguntas indiscretas, solamente respuestas indiscretas…
- ¡Sí, sí…!
- ¿Se puede saber cuál es –o era- su número en el eneagrama y cuál su pecado capital, y si ha logrado trascenderlo?
- Sí… Cuando me encontré con Oscar Ichazo, él me dibujó un eneagrama y me preguntó: “¿Dónde crees que estás?” Yo pensé que mi fijación era el orgullo o el miedo, y él ya había escrito su respuesta separadamente en otro papelito: había puesto la avaricia. Apenas me conocía, y lo vio…
- Bueno, él veía la fijación en la cara; hay todo un mapa del rostro humano…
- Es más que eso. Yo a veces lo veo en la voz o hablando por teléfono con la gente, otras veces no lo veo en un año. Uno tiene puntos ciegos. Ciertas personas no reconocen su propio ego y, mientras no lo reconocen, uno tiene mucha dificultad de vérselo. Hay muchos casos distintos.
Aunque a mí me sorprendió la avaricia, recuerdo que esa misma noche me convencí de que Ichazo tenía razón. Empecé a ver que era un concepto que anudaba muchas cosas, y lo fui comprendiendo más y más como una tendencia no sólo a ahorro de energía sino que a no involucrarme.
- ¿Qué número es la avaricia y cómo se manifiesta?
- Cinco. Es una tendencia a ser más un observador de las cosas, que no se mete, no se moja, dada por un sentido muy fuerte de impotencia. Yo diría que el hecho de ser hoy un militante por cambiar el mundo, da vuelta mi tendencia básica, que era no meterme con el mundo y esconderme en una rendija.
Me quedan cosas, me queda cierta inseguridad respecto al futuro, una tendencia a prepararme de antemano ante las situaciones en lugar de ser como esas avecillas del Evangelio que no se preocupan de qué van a comer, ni cómo se van a vestir. No es una confianza tan perfecta en que Dios me está cuidando, y que yo puedo descuidarme completamente. En épocas de mi vida he vivido eso, sé cómo es…
Enseñar a ser feliz
- ¿Podemos hablar sobre educación? Porque Ud. ha señalado muchas veces que la educación es perversa porque no ayuda al desarrollo humano…
- Porque obstaculiza el desarrollo…
- ¿Cómo debería ser la educación para estar al servicio de la conciencia humana? ¿Cuál debería ser el enfoque, cuál el cambio?
- A mí me gusta explicarlo en términos de tres acápites. Uno, el más obvio, es que la educación debe ocuparse de que la gente sea más buena, más bondadosa, más cálida, más empática, más solidaria. Hay tantas palabras que uno puede usar respecto a importarle el otro: no ser tan individualistas, no tan fijados en su propia ventaja, no tan egoísta, más amorosos.
Pero para que una persona se desarrolle en forma más amorosa necesita tener más amor por sí misma. No se puede amar al prójimo sin amarse a sí mismo, y aunque se repite el precepto cristiano “Ama al prójimo como a ti mismo”, la gente no se da cuenta que se odia a sí misma, que se rechaza, que se desvaloriza, que se avergüenza de sí misma, que se culpa a sí misma. Cada uno tiene un policía o un capataz metido en la cabeza, y si no se cambia ese régimen interno de autoacusación, de autodesprecio, de autopersecución incluso, es muy difícil amar al prójimo.
Ese aspecto de la educación debería ayudar a la gente a estar en armonía consigo misma, apreciativa consigo misma, a tratarse bien, a ser amiga de sí misma… A eso lo llamo el aspecto emancipatorio, porque tiene mucho que ver con la libertad. Mientras uno se está acusando, culpando, exigiendo, uno no es libre de la sociedad; está haciendo eco de las voces de los padres, que le dijeron “tienes que hacer esto, tienes que hacer aquello”.
Uno tiene que querer a su niño interior; la educación no ayuda a querer al niño interior, se encarniza contra el niño. No hay una voluntad de que los educandos sean más felices, parece completamente irrelevante que se le enseñe a la gente a ser más feliz. Así es que serían dos cosas: ser más libre y feliz, tener más fe en las preferencias espontáneas, que incluyen lo lúdico, los intereses espontáneos, los deseos de los niños.
Es parte de la cultura una criminalización de los deseos y dar por sentado que el deber es más importante que el placer. Yo creo que hay un cerebro que busca placer, y otro que busca el deber, y que estas son partes que deben estar integradas, que deben aprender a caminar juntas. Entonces esas serían dos cosas: amor y libertad.
Y la tercera es la sabiduría, que hoy ni siquiera se entiende qué es. Porque se supone que tiene que ver con el saber, pero más bien tiene que ver con una actitud ante las cosas, con el desapego. La sabiduría es algo como lo que va adquiriendo un niño que deja atrás los juguetes de una época que ya pasó. Así como el niño deja atrás los juguetes, los adultos también dejan atrás muchas de sus pasiones juveniles a medida que van madurando. Uno se va enfocando más en las cosas sustanciales, va encontrándole el verdadero sentido a la vida, lo que es vida, lo que no es vida. Es como una discriminación de lo que es banal o trivial de lo que es verdaderamente sustantivo.
La sabiduría es todo un campo que requiere del autoconocimiento. Me parece indispensable que la educación incorpore el autoconocimiento, que es lo que están haciendo las empresas, las industrias al empezar a realizar talleres con coaches, trabajos de conocimiento personal , porque se están dando cuenta que la gente trabaja mejor cuando está un poco más feliz. Los educadores no se han dado cuenta que para que la gente aprenda también necesita estar un poco más feliz.
Herederos de la sabiduría…
- Yo no sé si a Ud., desde Estados Unidos o Europa, le tocó ver un poco de lejos algo de lo que pasó con el movimiento estudiantil acá en Chile.
- Algo he visto, algunos videos…
- Si en este minuto, alguien lo nombrara asesor del Ministro de Educación, ¿qué consejo le daría Ud. a ambas partes, pensando en el objetivo final de esta búsqueda de la sabiduría a través de la educación formal? ¿Por dónde podría venir una solución a ese conflicto?
- En primer lugar, revalorizar lo humanístico, las artes, el legado de los intuitivos de la historia, los escritores, los pensadores, incluso el legado religioso universal, porque la actitud hegemónica del cristianismo o del Islam o de la religión local, según el lugar donde se esté, es semejante a la actitud de la política, de los partidos políticos, en incluso, de los partidos de fútbol. Aún las cosas más grandes en el mundo se han contaminado de partidismos fanáticos.
A pesar de los parlamentos de religión que habido, no se llega a la actitud de que todos debemos ser herederos del legado común de sabiduría de la humanidad, y que las palabras de Cristo, de Buda, de los Vedas y de Mahoma, todas cuentan. Pero para entender las palabras sabias hay que tener ya un poco de sabiduría, una cierta actitud mental, un interés en estas cosas. Se necesitaría que la cultura validara el espíritu de búsqueda, y eso no lo hace la educación. Lo tendrían que hacer los medios de comunicación, dar ejemplos, mostrar films adecuados, que no ocurra que la persona que siente el impulso de búsqueda -que es el gran capital humano-, que siente sed de eso que se necesita y que debe realizarse, no se sienta como un bicho raro, sino que se sienta validado por el ambiente.
La cultura está muy lejos de dar sentido, no tiene un esquema; ni siquiera en el mapa académico de la realidad o el mapa postiluminista, no está la idea de que haya que llegar a alguna parte, de que seamos seres en desarrollo. Todo eso debería estar en la cultura, debería haber un ministerio para ocuparse de esas cosas: un Ministerio del Espíritu…
Fe en la catástrofe
- La humanidad está en este momento en un proceso de cambios profundos y acelerados y algunos bastante dramáticos. ¿Cree Ud. que los seres humanos lograremos dar el salto cuántico que nos permita el despertar colectivo, o realmente vamos de cabeza al fin de los tiempos y punto?
- Yo tengo la impresión de que hay una inteligencia que subyace a nuestra vida y que no querrá perder el esfuerzo de haber creado a este planeta y a esta gente. Pero también tengo la impresión de que no podemos seguir como vamos… ¡Cómo vamos a sobrevivir si hasta ahora no hemos podido reducir la población, si no hemos podido reducir tantas cosas, de las que ya sabemos lo suficiente como para haber intervenido! Estamos más destructivos que nunca, nos estamos comiendo nuestro medio ambiente…
Creo que la única manera de conciliar el optimismo o la fe con el hecho de que las cosas van de peor en peor, es tener fe en la catástrofe. El barco en que vamos, el vehículo patriarcal se está hundiendo. La embarcación que construimos hace unos cuantos miles de años -que llamamos la civilización, el sistema -se está echando a perder…
Es como un parto; los partos son dolorosos. Hay un proceso individual muy conocido, de muerte y resurrección, muerte y renacimiento… Hay cientos de leyendas sobre ese mismo tema, porque en todas las culturas hay personas que lo han vivido en carne propia…
- O sea… ¿podríamos tener esperanza…?
- Podríamos tener esperanza en la muerte de la civilización, ya que puede ser la puerta a la regeneración, a la organización de un mundo nuevo desde el caos. La nada podría ser un mejor auspicio para una nueva vida que la destrucción de la vida problemática, de esa costra, de ese cáncer que nos está comiendo la vida…
- Mientras nos quede planeta…
- Ahí está la cosa, es una lucha contra el tiempo…
- ¿Cree Ud. en la posibilidad de un despertar colectivo?
- Sí, sí, yo creo que la condición normal, sana de las personas es el estar despiertas. El no estar despiertos es una enfermedad que es mantenida socialmente. Es normal que la vida se contagie y que genere vida, pero hemos construido todo un caparazón sociopolítico, económico, que está haciendo muy difícil ese despertar. Sin embargo, está ocurriendo un cierto despertar…
Revista Somos.
Fotografìas de Ricardo Aliaga Bascopé.
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