La mayoría de seres humanos solemos compartir una misma aspiración: tener el control absoluto sobre nuestra existencia. En general, queremos que las cosas sean como deseamos y esperamos. Y al pretender que la realidad se adapte a nuestras necesidades y expectativas, solemos inquietarnos y frustrarnos cada vez que surgen imprevistos, contratiempos y adversidades.
De ahí que nos guste crear y preservar nuestra propia rutina, intentando, en la medida de lo posible, no salirnos del guión preestablecido. Estudiamos una carrera universitaria que nos garantice salidas profesionales. Trabajamos para una empresa que nos haga un contrato indefinido. Solicitamos una hipoteca al banco para comprar y tener un piso en propiedad. Y más tarde, un plan de pensiones para no tener que preocuparnos cuando llegue el día de nuestra jubilación. En definitiva, solemos seguir al pié de la letra lo que el sistema nos dice que hagamos para llevar una vida normal. Es decir, completamente planificada y, en principio, segura y carente de riesgo.
Así, con cada decisión que tomamos anhelamos tener la certeza de que se trata de la elección correcta, previniéndonos de cometer fallos y errores. Sin embargo, este tipo de comportamiento pone de manifiesto que nos sentimos indefensos e inseguros. Y esto, a su vez, revela que en general no sabemos convivir con la incertidumbre inherente a nuestra existencia. Paradójicamente, si bien tratar de tener el control nos genera tensión, soltarlo nos produce todavía más ansiedad. Por eso muchos estamos atrapados en esta desagradable disyuntiva.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.