No somos nuestro nombre ni el lugar donde nacimos. No somos lo que hacemos ni lo que tenemos. No somos nuestro trabajo, nuestra ropa, nuestro coche, nuestra casa, nuestra cuenta corriente, nuestras posesiones o nuestro equipo de fútbol. Tampoco somos nuestra página de Facebook/Instagram ni lo que los demás piensan de nosotros. Estamos tan acostumbrados a ser quienes se supone que hemos de ser, que no tenemos ni la más remota idea de cual es nuestra verdadera identidad. Y para disimularlo, nos pasamos el día detrás de una máscara, relacionándonos con otras caretas que esconden seres humanos que tampoco se conocen a sí mismos. Por eso la sociedad es un gran teatro. Y no lo digo metafóricamente. Cada uno de nosotros se ha convertido en un actor que interpreta un guión de vida escrito por otros y orientado a cumplir las expectativas de los demás. Nuestro malestar es proporcional a nuestra confusión. Y ésta se refleja por el disfuncionamiento de nuestra mente. Va completamente a su bola. Aunque nos cueste comprenderlo, no somos lo que pensamos acerca de nosotros mismos. De hecho, no nos parecemos en nada a la persona que creemos que somos. Sin embargo, nos identificamos con todo tipo de pensamientos, algunos de los cuales están locos de atar. ¿Cómo vamos a ser nuestra mente si tenemos la capacidad de observarla? ¿Cómo podemos ser nuestros pensamientos si podemos modificarlos? Como dijo el sabio Jiddu Krishnamurti: “No eres la charla que oyes en tu cabeza. Eres el ser que escucha esa charla.”
Y tú, ¿cómo frenas la charla que escuchas en tu cabeza
para no identificarte con tus pensamientos?.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.
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