viernes, 19 de agosto de 2016

"Homo Pokemon". Cristián Warnken.


Siento su tremenda orfandad, su honda soledad y pienso en sus piezas estrechas en departamentos sin luz ni patio y veo hacia atrás una vida vacía, monótona, con madres y padres ausentes, en un mundo sin Dios.

Camino entre zombies de todas las edades que buscan unos "pokemones" imaginarios entre las calles de mi ciudad. En realidad, parezco yo el zombie de una especie en extinción, la de los que recorremos los parques para contemplar los árboles, y las calles para encontrarnos con los otros.
¡Cómo se llenaron nuestras ciudades de personas! ¿Adónde estaban todos estos habitantes que hoy emergen de la nada para copar los espacios públicos? ¿Estaban en sus casas, sumergidos en las pantallas onanistas, eran unos muertos en vida que de pronto resucitaron, unos vampiros que descubrieron que en la realidad también estaba su alimento virtual? ¡A muchos de estos nativos digitales no les había visto jamás la cara, tal vez nunca me habría topado con ellos si no hubiese sido por los pokemones, los grandes buscados! Son las 11 de la mañana, y el Parque Forestal parece invadido por una oleada de muertos vivientes.
Por estos mismos senderos se pasearon el "chico" Molina, Enrique Lihn, Luis Oyarzún, los muchachos de la generación del 50. Ellos también buscaban, pero no a los pokemones, sino la verdad perdida, la poesía extraviada. Daban vueltas y vueltas, peripatéticamente, conversando hasta la primera hora del alba, y tal vez llegarían a la conclusión a la que han llegado los sabios de todos los tiempos, que no hay que buscar para encontrar, sino para seguir buscando.
De pronto quiero huir de estas tribus de nativos digitales, me dan ganas de pararme en mitad de ellos, y gritar a voz en cuello: "¡viva la realidad!, ¡viva el viento, las hojas, vivan los rostros, vivan las cosas que se tocan y se huelen, las puestas de sol, los abrazos y las lágrimas! ¡Abajo la realidad virtual!" Pero, de pronto, y de la nada, se apodera de mí un sentimiento de piedad, una oleada de amor por todos estos niños y niñas y siento su tremenda orfandad, su honda soledad y pienso en sus piezas estrechas en departamentos sin luz ni patio y veo hacia atrás una vida vacía, monótona, con madres y padres ausentes, en un mundo sin Dios (en el que Google reemplazó a Dios) ni ideales y una infancia sin trompos, ni emboques ni pichangas... Y me dan unas ganas ubérrimas (como diría Vallejo) de abrazarlos a todos, uno por uno, y decirles "¡oh, mis queridos homo pokemon, abandonados en una ciudad sedentaria, vosotros que fuisteis nómades y cazadores alguna vez, y ágiles y despiertos, alertas para ir detrás de la presa, libres como el viento, ahora os pokemonizáis para volver a ser cazadores de algo, de una presa en fuga, escondida; ahora tenéis un sentido que llena esas terribles e interminables horas vacías, ahora sois otra vez los monos que fuisteis, algo os sacó de vuestros domicilios para volver a caminar...Voy con ustedes, os sigo, camino a vuestro lado, alienados que buscáis instintivamente lo abierto!". Todo esto lo diría en un tono muy de la poesía de Walt Whitman, con camaradería y afecto un poco impostado, pero afecto al fin y al cabo.
Pero me quedo petrificado, extrañado, entre miles de buscadores de pokemones. Ni grito en sus caras mi odio a la virtualidad asesina de la realidad ni abrazo la humanidad y el instinto remoto, darwiniano, escondido detrás de ese juntarse en grupos y clanes, detrás de una presa. Me quedo ahí, cierro los ojos y me pregunto: "¿Quién está detrás de estos juegos?, ¿no será una expresión más del mal y la alienación imperantes?" Y, entonces, recuerdo una conversación que tuviera hace años con el gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso, que también caminara por este mismo parque. Cuando le pregunté por la maldad en el hombre, me miró detrás de sus ojos socarrones y me dijo: "No, Cristián, el hombre no es malo, ¡solo es tonto!" ¿No han sido acaso la mayoría de nuestros actos gregarios en la historia humana acciones igual de predecibles que las de este nuevo juego virtual? Y esta columna podría terminar con este minicuento a la manera de Monterroso: "Cuando despertó, los buscadores de pokemones todavía estaban ahí".
Cristián Warnken.
Conversando en Positivo
Imagen de es.ign.com