Estaba expectante de cómo celebraría Wesak, la luna llena más poderosa del año a nivel espiritual por la cercanía con las energías de iluminación. Tenía que ser un día especial de celebración, pero no tenía nada planeado ni en vista. Ante el misterio y la duda hice lo que siempre hago en casos de extrema importancia, exclamo al aire sin sobre actuar y sosteniendo la imagen en mente de lo que deseo materializar, digo: Universo, ¡sorpréndeme!. ...Y me sorprendió.
El universo movió los hilos y recibí un cariñoso email de Constanza invitándome a su casa donde realizaría un Temazcal. Esta hermosa chamana dueña de un terreno abundante en naturaleza al pie de los imponentes macizos de los Andes, me daba la oportunidad de vivenciar bajo la mágicas energías de la luna llena de Wesak esta ceremonia ancestral, que es un sistema de purificación físico, mental, emocional y espiritual utilizada desde hace siglos por los pueblos indígenas de Centro América, legado de los Mayas, como medicina infalible que ahuyenta cualquier tipo de enfermedad o dolencia existente o por existir. Realizaría un viaje en el tiempo hacia las húmedas profundidades de la madre tierra quien siempre esta dispuesta a contenerme en su cálido vientre para limpiar mis heridas, escuchar mis plegarias y purificar mi mundana estructura. Era la oportunidad perfecta para renacer y recuperar la inocencia y la pureza de un bebé en plena gestación, trabajo nada fácil de realizar en mi mente, cuerpo y emociones distorsionados por los muchos años que han estado expuestos sin haber estado presente en mi cuerpo, ni con la conciencia suficiente para protegerme de este mundo que poco sabía del amor cuando aterricé en el.
El radiante sábado de luna llena acudimos al llamado 7 mujeres de largas y coloridas faldas con hawaianas, toalla y “planta en mano”. Teníamos que llevar al encuentro a un representante vivo del reino vegetal, el requisito era que tuviese raíces para que crecieran en la tierra y perduraran en el tiempo.
Comenzamos la celebración en un pequeño templo sentadas formando un círculo donde cada una tomaba la palabra al sostener un totem sagrado. Luego de decir nuestros nombres e intenciones al estar ahí, silenciosa y telepáticamente en un íntimo rezo nos dirigimos a la planta a quien le encargamos encarecidamente deseos y bendiciones para nuestros seres amados, para nosotras y para este mundo. Fuimos a enterrarlas en el jardín con la esperanza de que crezcan sanas y fuertes, expeliendo en cada respiro nuestros deseos. A la mía le pedí expresamente que resistiera la intemperie porque sospechaba por las indicaciones de la vendedora, que no era una especie para campo traviesa, ventoleras, lluvias, ni sol directo. Imposible no identificarme con ella, el terreno al que la exponía era someterla a mi historia como sobre viviente en la faz de este mundo, expuesta a estímulos brutales y violentos que arrasaron por largo tiempo con mis sentimientos, dignidad y autoestima. En fin, luego de enterrar mi delicada flor, roja de pasión bajo un escuálido árbol, llegó el turno del ritual del vapor.
Muy cerca de la ruca, pequeña cúpula –o inipi–, construida con varas de madera flexible y cubierta con muchas mantas que no permiten filtraciones de luz, ardía con fuerza una gran fogata que contuvo por horas en su centro a “las abuelas”, piedras volcánicas, grandes y porosas poseedoras del código genético de la historia del planeta y que al calentarse liberan su memoria y sabiduría.
Segura de los pasos que daba, me echo sal a la boca y cubierta solo por un playero pareo entro al inipi besando la tierra y saludando a mis ancestros. Ciega como un topo, recorro gateando y a tientas el estrecho y oscuro lugar sin despegarme de la pared, mi única referencia espacial, busco mi lugar y me siento en posición del loto esperando a que entren las demás mujeres a sus puestos. En el ombligo de la ruca hay un hoyo semi profundo que recibe a las abuelas sagradas quienes entran alegres y ardiendo al rojo vivo. Saludándolas y dándoles la bienvenida comienza la apertura de los cuatro portales. Uno a la vez se invocan las cuatro direcciones del mapa, sus espíritus y sus fuerzas, para dar paso al ritual de los opuestos representados por el fuego y el agua. Se vierte espaciadamente una infusión de plantas medicinales sobre las milenarias rocas, esta chirriante y volcánica unión arroja grandes cantidades de vapor aromático el que penetra e impregna cada célula del cuerpo humano llevando su virtuoso gas hasta los huesos, atravesando el alma. Soportando 50 grados de calor no es tiempo ni lugar de guardar las apariencias ni de reprimir las emociones, como lo impone la vida social. El estar en una oscura cámara de catarsis espiritual impregnada de un sagrado vapor candente, ocho mujeres desnudas de cuerpo y alma acogemos nuestro interior y sin manipular ni controlar, damos rienda suelta al mundo de las sensaciones, y cualquier cosa que sea que brota de el, lo verbalizamos sin vergüenza ni tapujos. En un minuto de total confianza y confidencialidad, exudamos la vida y sus avatares, sacamos una a una a viva voz los dolores y miedos mas profundos, confesamos las malas elecciones y pronunciamos los pensamientos oscuros, obsesivos, intolerables y destructivos que nos persiguen como sombras infatigables que nos han ayudado a co crear vidas confusas, erráticas y sin sentido, lo que inevitablemente nos sumerge en sufrimientos innecesarios que van dejando cuerpos cansados y enfermos. Esa noche, con la más absoluta oscuridad como cómplice, y sin negar lo que nos ocurría internamente ni resistiéndonos a ello, nos convertimos en seres completamente vulnerables al revelar nuestros mas íntimos secretos, pero mágicamente y al mismo tiempo, nos convertimos en mujeres autenticas, espontáneas e infinitamente mas humanas.
Apoyadas por la energía de la gran madre, mientras los espíritus del fuego, el agua, el aire, la tierra y unos cuantos seres de luz invocados y que habitan al otro lado del velo realizaban la liberación y transmutación de lo que ya no nos servía, se escuchaba pura y cristalina la voz de Pepita de Oro (Constanza), que acunaba, calmaba y transmitía infinita dulzura y amor con canciones en una lengua nativa. En ese instante de extrema belleza y contención me fundí con esta madre que pulsa y late conciencia. Y al igual como en mi gestación, desnuda y con el cuerpo caliente cubierto por el sudor y deliciosas aguas perfumadas con hierbas me acosté sobre la "tierra-vientre" gratamente húmeda y contemplé como se disolvían y esfumaban en la densa atmósfera mis errores, dolores, tristezas y apegos. Más lucida que nunca, tuve la seguridad que mi espíritu se despegaba de todo lo inservible e inútil, recuperando mi vitalidad, mi grandeza y mi libertad.
Al vivenciar durante mas de una hora esta hoguera purificadora y con total confianza en el proceso, renací hecha sopa por la transpiración y roja como un cangrejo junto a mis hermanas de fuego, mujeres profundas que se vigilan a si mismas y se dan el tiempo de conocerse para reírse de sus propios egos infantiles. Sus miradas revelan que buscan elevarse para recuperar la conciencia disfrazada de victima doliente, ese traje ya nos queda chico, estamos bien encaminadas dando el gran paso a la evolución de la conciencia.
Salgo de la ruca y al ver la brillante luna de Wesak enmarcada sobre la majestuosa montaña andina, me doy cuenta que mis verdaderos padres me saludan al renacer, somos una perfecta triada formada por padre cielo, madre tierra y la raza de los hombres, el hijo-hija sagrada hecho momentáneamente carne y hueso.
Al irme de ese precioso lugar, agradeciendo a la magnífica anfitriona toda su guía y contención, y aún saboreando esta mágica experiencia, me doy cuenta que - sin duda-, la sabiduría que más me convence es la que entregan los antiguos habitantes de este mundo, quienes jamás pierden el contacto con la naturaleza y sus ciclos, viviendo en unidad y hermandad con sus semejantes, honrando y respetando a este gran ser vivo que es la tierra, nuestra tierra, que nos provee en grandes cantidades de todo lo necesario para vivir en paz, celebrando la existencia, sonriendo saludables y en un estado constante de confianza, armonía y felicidad.
Entrego mi profunda gratitud y bendiciones a los miles de hombres y mujeres
en todos los rincones de esta tierra, de todas las razas y credos,
quienes silenciosamente entretejen un nuevo mundo donde reina el amor,
la belleza, la verdad, la confianza, la humildad, la armonía,
la compasión, el respeto, y la paz,
y en el cual se reverencia a un Dios que nos ama, nos guía y nos habita.
Desde mi corazón,
Marcela Paz.
Mayo, 2009.
Marcela Paz.
Mayo, 2009.
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"Constanza Henriquez: Pepita de Oro"
Chamana Urbana.
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"Constanza Henriquez: Pepita de Oro"
Chamana Urbana.
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