A lo largo de tu vida te has pegado tantas borracheras de cianuro que puede que ahora estés padeciendo una severa resaca. Piensa en todas las pataletas que tuviste durante la infancia. En todas las peleas que mantuviste en la adolescencia. Y ya no digamos en todos los conflictos que vienes arrastrando desde que entraste en la edad adulta. Te mientes diciéndote que el tiempo lo cura todo. Pero lo cierto es que con cada perturbación dejaste una secuela emocional en tu interior. No importa cuántos años lleves mirando hacia otro lado. Tu verdadera esencia está sepultada bajo una costra de dolor. Y debido a tu incapacidad para asumir tu parte de responsabilidad cada vez que chocas contra otra persona, tiendes a culpar siempre a los demás de tu sufrimiento. También les guardas rencor, llegando incluso a albergar sentimientos de odio y de venganza. Cada vez que te quejas, estás culpando. Cada vez que te decepcionas, estás culpando. Cada vez que te victimizas, estás culpando. Cada vez que te frustras, estás culpando. Cada vez que juzgas, estás culpando… Pero seamos justos. Tú también te culpas a ti mismo por el daño que crees que has causado a otras personas. La paradoja es que de tanto preservar tu inocencia para sentirte buena persona, en el proceso has quedado atrapado entre la culpa y la culpabilidad.
Borja Vilaseca.
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