El universo puso en nuestras manos la vida. Ella se compone de felicidad, amor, libertad, paz y salud. Lo sutil es el complemento invisible para quienes activan su despertar, y con ello, su potencial, semillas esperando pacientemente las condiciones mínimas, para germinar en el jardín del corazón. El presente se inclina adelante, el techo del pasado es transparente, para posibilitar aprendizajes y dinamizar crecimientos. Nacemos incompletos, con la amnesia pegada a nuestra memoria y con total ceguera del futuro, da la impresión que nos proponen disfrutar de la sorpresa y convencernos que el destino es metáfora inspiradora para unos y pretexto de enanismo consciencial para otros.
La vida es un proceso fugaz, lo sabían nuestros abuelos indígenas, por ello no malgastaron su energía acumulando cosas que luego no podrán llevar. Ayer escuché rumores de infelicidad, no hay palabra adecuada si estamos en el lugar equivocado. Desde que nos despertamos, constatamos que todo es uno y todo está vivo. Recuerdo cuando vi a mi madre hablando con un árbol; cuando mi abuela me pidió acompañarla a dar comida a la montaña, era la ofrenda ceremonial, el pacto de reciprocidad que dinamiza alianzas invisibles y protecciones de otras dimensiones.
Al principio no sabía que el precio de la libertad, es la incompletud con la que nacemos. Llámame cuando hayas despertado, le dije; hoy me informaron que se marchó sin atravesar la noche de la ignorancia, sin saborear el amanecer de una conciencia creciendo y recordando que la evolución es la consecuencia de la recuperación de la visión, traducida en la comprensión de la misión y su respectiva realización.
Recuerdo las veces que apagué el televisor y sintonicé el silencio, ese terreno transparente donde me reencuentro con mi bisabuela, la que me devolvió la salud y la vida cuando niño.
Un día, recuerdo haber entrado a hurtadillas al futuro, mientras miraba mi propio reflejo en el espejo movible de una piscina, apagué la visión, era gris y arrollador, me tapé los ojos, me escondí al fondo del miedo, era aún adolescente, los últimos temores, daban vueltas alrededor de la cama, esa noche.
La ciencia del abuelo indígena es la magia, la sabiduría ancestral, es su vestuario. Tenía 17 años cuando me senté a los pies del anciano, vio algo en mí, aceptó transmitirme sus secretos. El silencio fue su primera lección, mis oídos retumbaron; la palabra es sagrada fue el segundo regalo, escuchar es un acto de reverencia. El tercero era el alerta sereno, el observar sin involucrarse, un requisito.
Posteriormente comprendí que la madre tierra está siendo herida por estilos de vida y modelos de desarrollo, que la reconstrucción de la sensibilidad, nos volverá alfabetos en los otros idiomas para habilitarnos a participar de diálogos con los árboles, los ríos, los cóndores y los lugares sagrados.
Cuando partió el abuelo, recordé su pedido: comparte este mensaje, no permitas que se acumule polvo sobre él, recuerda a la gente de otros horizontes,
que la vida es otra cosa y que aún es tiempo de vivir.
que la vida es otra cosa y que aún es tiempo de vivir.
Chamalú.
Imagen: Nativos Americanos de la ilustradora Lee Bogle.
Imagen: Nativos Americanos de la ilustradora Lee Bogle.