Lo cierto es que tenemos derecho a tener defectos y a cometer errores. Luego aceptamos a los demás tal como son. Al igual que nosotros, tienen derecho a actuar como consideren en base a su grado de comprensión, a su estado de ánimo y a su nivel de consciencia. De hecho, al descubrir que nadie ni nada nos ha dañado nunca emocionalmente, nos sentimos mucho más libres y poderosos al encontrarnos con personas conflictivas y situaciones adversas.
Este aprendizaje también nos lleva –finalmente–incluso a aceptar que los demás no nos acepten. Es decir, a no reaccionar ni ponernos a la defensiva cada vez que otras personas proyectan una imagen limitada acerca de nosotros. Más que nada porque están en su derecho de mirarnos, interpretarnos y etiquetarnos según la información distorsionada que les llega a través de sus respectivos modelos mentales. De hecho, al haber trascendido nuestro falso concepto de identidad ya no sentimos la necesidad de justificarnos ni de defendernos. Sabemos quiénes somos y eso es más que suficiente.
Así es como poco a poco nuestra ingesta de chupitos de cianuro va disminuyendo. Y al dejar de envenenar regularmente nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro corazón, recuperamos la conexión con el bienestar profundo y duradero que anida en nuestro interior. Con el tiempo, comenzamos a experimentar una sensación de abundancia y plenitud. Y en base a este nuevo estado de ánimo, tarde o temprano entramos en la vida de los demás con vocación de servicio.
Y tú, ¿te aceptas tal y como eres?.
Borja Vilaseca.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.
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