domingo, 29 de mayo de 2011
"Conversación Con Un Maestro Basurero".
París, junto al “Jardin des Plantes” se alza una mezquita árabe. En una esquina del templo hay un café frecuentado por ciudadanos con sed de silencio que, bebiendo té a la menta, reciben el bálsamo místico que emana de esa arquitectura… Esta mañana se sentó junto a mí un humilde obrero argelino, recogedor de basuras, viejo, de mirada mansa e inteligente. Trabamos conversación. Me habló durante una hora de la simple sabiduría de los santos del Islam. Recuerdo algunas de esas enseñanzas, lamento no haber tenido un cuaderno para anotarlas todas:
“Aunque creas que no te entienden, di lo mejor que piensas, y si hay algo bello en tu corazón, comunícalo: esas palabras producirán un beneficio al igual que el remedio que bebe un enfermo y que actúa sobre él aunque ignore su naturaleza”.
“Cuando escuches a alguien no te preocupes de que sea humilde o poderoso porque en la vía de la verdad, la pobreza o la riqueza no sirven para nada”.
“Un hombre sabio no es aquel que distingue el bien del mal; eso hasta los animales saben hacerlo. Un sabio es aquel que entre dos males elige el menor, y entre dos cosas buenas discierne cuál es la mejor”.
“Ve siempre la muerte ante tus ojos y recuerda, cuando estés acostado, que ella reposa bajo tu almohada. La vida disminuye cada día: aprovéchala”.
“Cuando encuentres a tu prójimo, no busques sus defectos sino mira bien en qué es superior a ti. Todo ser humano puede enseñarte algo”.
“El más bello de los actos es la práctica de la sinceridad”.
“Modera tus deseos: si no le pides nada a los demás, todos tendrán necesidad de ti”…
Me despedí del anciano y, lleno de alegría, salí a la calle para encontrarme con edificios por cuyas ventanas, desde aparatos de televisión, líderes políticos peroraban con rostros hipócritas, prometiendo miles de cosas que, si resultaban elegidos, serían incapaces de cumplir. Añoré los tiempos remotos en que los servidores del pueblo eran filósofos santos al servicio del alma humana, en un planeta venerado y no al servicio de sus propios bolsillos en un planeta explotado hasta su casi exterminio.
Alejandro Jodorowsky