Apagas el celular. Cierras todas las puertas. La columna está erguida, la atención recogida hacia el interior, una sonrisa inunda tu rostro. Es hora de abandonar el mundo. Abandonas tu historia, tu presente, tu pasado, tu futuro, tu familia, tu camino, tus preguntas, tus dudas, lo abandonas todo. Es tiempo de ir a las esferas de lo infinito, hacia el reino del gozo celestial y omnipresente.
Con la vista enfocada en el entrecejo, sintiendo la dulzura de tu corazón, tu alma comienza el viaje de regreso al espíritu. Pasa el tiempo sin registro alguno, mientras la paz y la dicha crecen en tu corazón.
Estás haciendo lo más importante que un ser humano puede hacer en su vida: estas meditando.
Abandonas tu mente y descubres que no eres tu mente, que nunca naciste y nunca morirás. Que no eres tu cuerpo ni tus emociones, que estás eternamente salvad@, libre de todo mal.
En cada meditación avanzas un poco más de regreso al Señor/Universo, a aquel que llaman Dios, pero tú ya estás sintiendo, percibiéndolo de forma irrefutable.
Tú sólo lo sabes, junto con aquellos que también decidieron liberarse de la ilusión del mundo y de sus efímeras promesas de felicidad. Se acabó la teoría, Se acabó la religión. Se acabaron las creencias. Estás disfrutando de un gozo superior a las más bellas experiencias de la vida. De regreso a tu bienamado hogar: el momento más hermoso del día.
Desconozco autor/a.
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