Había un niño muy sensible e inteligente que solía lamentarse por el estado en el que se encontraba el mundo. El pequeño solía pasarse tardes enteras llorando por la contaminación y la destrucción que estaba sufriendo el planeta. Y se sentía triste por las graves consecuencias que tenían la guerra y el hambre sobre la vida millones de seres humanos.
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Más adelante -durante su juventud- empezó a protestar y a quejarse por las políticas impulsadas por el gobierno de su país. Y al cumplir la mayoría de edad se convirtió en activista. Se pasaba los días luchando contra diversos representantes de las instituciones políticas, empresariales y religiosas con más poder. Movido por una profunda rabia e impotencia, peleaba para cambiar determinadas leyes que tanto mal causaban a los habitantes de su nación.
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Frustrado por no conseguir los cambios que deseaba, al llegar a la edad adulta centró sus juicios en su mujer y sus hijos. Estaba tan preocupado de que su familia se quedara estancada en la mediocridad, que cada noche les recordaba cómo tenían que comportarse para ser dignos de su apellido. Y por más que su mujer y sus hijos trataran de acomodarse a sus expectativas, aquel hombre no consiguió nunca librarse de sus miedos. La suya fue sin duda una vida marcada por la lucha y el sufrimiento.
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Sin embargo, al cumplir ochenta años y aquejado de una enfermedad terminal, experimentó una revelación que transformó su manera de ver la vida. Tanto es así, que horas antes de fallecer dejó por escrito el epitafio que más tarde se escribiría sobre su tumba:
«Cuando era niño quería cambiar el mundo.
Cuando era joven quería cambiar mi país.
Cuando era adulto quería cambiar a mi familia.
Y ahora que soy un anciano y que estoy a punto de morir,
he comprendido que si hubiera cambiado yo,
habría cambiado todo lo demás».
Si te sientes identificado con el protagonista dime, ¿qué es lo que intentas cambiar y qué estás haciendo para gestionarlo y trabajar la aceptación?.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.
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