viernes, 27 de febrero de 2015

"Lo Dicho y lo No Dicho".



Los antiguos romanos creían que la felicidad dependía de algunas palabras que 
los dioses pronunciaban en el momento del nacimiento de una criatura, de tal manera
 que el destino quedaba trazado a partir de la dicta (‘la cosa dicha’). Nada más 
y nada menos que de allí viene la palabra “dicha” como sinónimo de “felicidad”. 
Si extendemos aquella visión, nuestra “dicha” también está determinada 
por la palabra pronunciada ya no por los dioses, sino por nosotros mismos. 
Y en tiempo justo, antes de que fermente en el silencio.

Porque hay silencios piadosos, silencios que economizan lo innecesario, 
silencios plenos de comunicación. Hasta hay silencios que son sagrados. 
Pero necesitamos discernirlos de aquel silencio instalado como una válvula 
que impide refluir frescamente la sangre
 hacia nuestro corazón. Y entonces, las palabras allí estancadas (las no-dichas)
 empiezan a volverse corrosivas. Nos atoran. Nos constriñen. 
Producen vahos de angustia, de irritación, de impensada dureza, 
de desconcertantes miedos, de penas corporales ... Cuando es así, 
y finalmente las decimos, el efecto es como de quien en un fin de semana 
decide limpiar las alacenas y los placares, el altillo y el galpón: 
el espacio libre deja claridad y orden; nos brindamos a nosotros mismos
 una Belleza que estaba, -pero tapada- 
y hacemos lugar para lo nuevo que no tenía cómo acceder a nosotros: 
nuevos sentimientos, nuevos puntos de vista, nuevas actitudes, 
y hasta nueva gente que no se nos acercaba porque estábamos siendo 
una vieja versión de nosotros mismos,
 una versión no-actualizada, con tanta palabra rancia no-dicha.

A veces lo no-dicho se trata de una sola palabra que puede uno tardar años 
en poder decir. Corta. Tremenda. Eficaz si se es fiel a ella. La palabra “basta”. 
Para eso con frecuencia tiene que estar el recipiente lleno de aquello 
que ya no queremos, pues “bastar” significa eso: “ser suficiente, no hacer falta más”.
“No quiero más de esto en mi vida”
es el preludio para todos los otros “Sí, quiero”.



Imagen de La Maga.