“La enfermedad es un conflicto entre el espíritu y el alma.
La curación final y total viene del interior”.
Edward Bach.
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“A quien desee la salud, hay que preguntarle primero
si está dispuesto a suprimir las causas de su enfermedad.
Sólo entonces será posible ayudarle”.
Hipócrates.
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“Todas las enfermedades, hasta las más crueles, eran una forma de espectáculo. En la base había una protesta contra una carencia de amor y la prohibición de cualquier palabra o gesto que evidenciara esa falta. Lo no dicho, lo no expresado, el secreto, podía llegar a convertirse en enfermedad. El alma infantil, ahogada por la prohibición, elimina las defensas orgánicas para permitir la entrada del mal que le dará la oportunidad de expresar su desolación. La enfermedad es una metáfora. Es la protesta de un niño convertida en representación”.
Alejandro Jodorowsky, en “La danza de la realidad”.
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Marianne Costa: Entre las cinco palabras las más buscadas por los internautas se encuentra: “enfermedad”.
En el Tarot, esta representada por el arcano XII – colgando de pie, cabeza abajo, los brazos cruzados detrás de la espalda, él encarna a la vez la impotencia, el estancamiento, pero también la posibilidad de una reflexión profunda y de un encuentro consigo mismo.
¿Pero de donde viene la enfermedad? ¿Y qué es en realidad?
Para tradiciones chamánicas, la enfermedad es siempre algo que se nos echa encima: maldición o montón de basura. Puede ser también una desgracia que se encuentra en nuestro camino. En todo caso, es algo ajeno, un elemento exterior a nuestro ser esencial, que fundamentalmente no forma parte de nosotros. Sin embargo, todos hemos vivido la experiencia de sentirnos identificados a nuestra enfermedad (sea física o psíquica), sobre todo cuando el dolor se hace extremo, al punto de amenazar nuestra vida. Esta sensación ”mi enfermedad soy yo” es muy convincente. Tenemos que movilizar todos los recursos de nuestra concentración, sabiduría y amor para lograr considerar la enfermedad como un maestro que nos señala una mutación necesaria.
¿Entonces quién está enfermo? ¿Qué es la enfermedad?.
Jodorowsky dijo varias veces, como de broma: “intentaré vivir hasta los 120 años si mi ego no me mata antes”. En realidad no es ningún chiste: el ego nos enferma y nos mata. En el ego la enfermedad se puede enraizar. ¿Pero qué es el ego en la perspectiva metagenealógica?
Podemos también llamarle “el niño persistente”. Esta formulación puede sorprender a quienes tengan el culto del “niño interior”. Pero no hay que confundir al niño sano (es decir la capacidad que tiene un joven sistema nervioso, todavía muy energético, de aprender, maravillarse, jugar, ensayar y equivocarse), quien representa nuestro fundamento creativo, con el niño enfermo, herido y agobiado por prohibiciones y órdenes heredadas del árbol genealógico, quien escoge soluciones repetitivas para no desagradar al clan. Esta es la matriz de nuestro ego tóxico.
La totalidad de nuestros problemas, conflictos y sufrimientos tienen su origen en el “niño persistente”. Esta personalidad adquirida, y por lo tanto ilusoria, nos acompaña hasta la muerte. Tenemos que domarlo, es decir enseñarle a inclinarse con amor y reverencia delante de nuestro ser esencial, libre, creativo y absolutamente cariñoso. Cuando el ego se hace servidor del ser esencial, el niño persistente le cede el sitio al niño sano y creativo. Entonces cumplimos nuestra “misión de vida”, es decir la Conciencia universal se expresa en forma original a través de nosotros. Nos hacemos carpinter@s, pintor@s, triunfamos en los negocios, criamos a nuestros hijos o abrimos una tienda de uñas postizas. Toda actividad es sagrada cuando emana de la personalidad auténtica.
La dinámica de base en el árbol genealógico es precisamente esta lucha entre las fuerzas creativas, nacidas de nuestra Conciencia esencial, y la tendencia profundamente humana a repetir lo conocido, obedeciendo al clan, lo que nos conduce poco a poco a vivir sólo por imitación. En este sentido “el ego nos mata”, repitiendo las enfermedades del árbol, aplicando remedios falsos, buscando sin cesar, en un pasado químerico, la aprobación de los adultos que nos criaron.
Las situaciones del pasado se reproducen sin fin, bajo formas diferentes, y nuestra tentación fundamental (la del niño persistente) es esperar que la situación cambie sin tener que cambiar nosotr@s mism@s. Por ejemplo: soy una mujer y tuve un padre ausente; me enamoro de un hombre ausente y me comporto como una niña abandonada, esperando que este hombre vaya a cambiar. O soy un chico y tuve una madre “santa”, meritoria, sexualmente frustrada y castradora; voy a partir mi vida emocional en dos, por un lado con una esposa “santificada” y por el otro, con una amante sexual. Viviré en una culpabilidad constante, agotado y ansioso, incapaz de reunir estas dos imágenes de la mujer. Millares de situaciones infantiles se reproducen así en el curso de nuestra vida, engendrando conflictos, tragedias, dándonos cada vez el sombrío placer de revivir el mismo guión.
Cuando ya no podemos más, pedimos la ayuda de un maestro espiritual o de un terapeuta. Nos declaramos por fin “enferm@”, psíquicamente, físicamente, y con lucidez nos damos cuenta que esta vida no es nuestra.
Pero a estas alturas, la inmensa mayoría llega con un pedido mas enfermo todavía: el de ser tratad@s pero no de curar. Nos negamos a emprender la mutación.
Mutar es soltar la identidad adquirida, este “yo” al cual nos aferramos como un bebé al pecho de su madre. El miedo a la muerte nos mantiene en la enfermedad.
¿En qué consiste la mutación?
En una conciencia implacable de nuestras proyecciones, de las astucias y de las manifestaciones de este niño persistente. No hay que querer borrarlo: nunca desaparecerá, pero su influencia puede volverse menos imperiosa. Estamos tan identificados a nuestros deseos irrealizados, a nuestros sentimientos negativos, a nuestros pensamientos estrechos y a nuestros límites materiales que acabamos tomándolos por nuestro ser esencial. Esta es la última trampa del árbol, y la más poderosa: la persistencia tiránica del niño irréalizado quien se hace pasar por un adulto ofendido, enérgico, rígido, competente, colérico, culpable, seductor, etc.
Durante mi estancia en Hauteville, el ashram de Arnaud Desjardins, me citaron esta frase maravillosa de Daniel Morin quien fue mucho tiempo un colaborador muy próximo de Arnaud: “cuando me levanto por la mañana, el discípulo esta cansado, pero el ego esta fenomenal”. El “discípulo” es la parte de nosotros capaz de disciplinarse. Pero todos conocemos la indisciplina, esta pereza esencial que nos impide hacer lo que tenemos que hacer. Es un estado donde voluntariamente olvidamos que vamos a morir, y nos comportamos como si tuviéramos toda la vida delante de nosotros. En el plano psicológico podríamos decir: “el adulto consciente esta cansado pero el niño persistente esta fenomenal”. Esta es la lucidez que necesitamos cuando nos dejamos manipular por las creencias, los sentimientos negativos, las frustraciones y los miedos.
El niño persistente pisa, exige, niega la realidad tal como es, quiere una varita mágica para cambiar su entorno. Quiere volver a la infancia y qué, mágicamente, las circunstancias de esta infancia hayan cambiado. Quiere un papá y una mamá perfectos, pero sin tener que crecer. Esta varita mágica no existe. Pero en lugar de hacernos conscientes, seguimos proyectando la esperanza de esta perfección sobre el resto del mundo: amantes, amigos, dueños, terapeutas, todos tendrían que ser super-papá y super-mamá. Cuando la realidad se hacer evidente, tenemos ataques de rabia, de desesperación o de asco, decidiendo que nos “traicionaron”, “nos insultaron “, “nos decepcionaron”. En realidad el otro siempre ha sido tal como es, y hace lo que puede.
Tenemos que salir de la niñez persistente y crecer. Para lograrlo y salir de la trampa del árbol, la única solución es vernos a nosotros mismos. Es bastante terrorífico. De repente nos damos cuenta: “esta cólera me pertenece”… ” fui agresivo, manipulado por la violencia de mi árbol “… “tengo una atracción irresistible hacia esta persona porque me puede hacer sufrir tanto como mi padre lo hacía”…
Es mucho más cómodo, frente a nuestras dificultades, elegir soluciones ya hechas o culpar a los demás. Sin embargo, vale la pena emprender la mutación, y conocer su sabor inimitable. Llegaremos a agradecer a aquellos quienes hacen el esfuerzo de hacernos conscientes. Llegaremos a la paz, y cuando surge una reacción compulsiva, la miraremos con valor pensando “es interesante, mi árbol se manifiesta dentro de mi”.
Haciendo este esfuerzo esencial, uno puede sanar su árbol, estableciéndose firmemente en una posición adulta y consciente. Es entonces cuando se convierte en el “fruto sabroso” que alimentará el mundo.
En este estado, si el ego tan tramposo nos enferma, viviremos la enfermedad como una aventura más, un viaje del cual la destinación puede ser la curación física, efímera, o una muerte serena, como la que Arnaud Desjardins acaba de vivir, haciéndonos el regalo inestimable de su paz absoluta cuando dejó su cuerpo el último 10 de agosto.