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Al construir su árbol genealógico observó con asombro que sus ancestros, en cada generación, llevaban nombres originales inventados por sus respectivos progenitores. Se preguntó: ¿Hasta qué punto, fruto de la tradición, aquello no se había convertido en una obligación? Pronto sería madre, había llegado su turno y deseaba obrar con sabiduría.
Una voz amiga le dijo: “Cualquier cosa, cuando se lleva a los extremos, puede convertirse en un ritual de obligado cumplimiento -siempre absurdo-. Sin embargo, esta rutina parece más saludable que la de repetir un mismo nombre durante cientos de generaciones”