Aprender a amar no entra en los planes
de nuestro proceso de condicionamiento familiar,
social, cultural, religioso, laboral, político y económico.
Como estudiantes nos hacen memorizar lo inimaginable. Luego nos preparan para ser profesionales productivos para el sistema. Pero se olvidan de lo más básico, de lo realmente esencial. Así es como entramos en el mundo: sin saber gestionar nuestra vida emocional. Y si bien el éxito no es la base de la felicidad, ésta sí es la base de cualquier éxito. Por el contrario, desde pequeños nos hacen creer que “el mundo está lleno de gente malvada”. Que “no hay que confiar en los desconocidos”. Que “lo importante es ocuparse de uno mismo e ir tirando”. Así, el miedo, la frustración y el resentimiento van pasándose de generación en generación, creando una cultura basada en la desconfianza, la resignación y la insatisfacción.
La perversión de la naturaleza humana ha llegado hasta tal punto que a lo largo de este proceso de condicionamiento también escuchamos que “la bondad es sinónimo de estupidez”, pues “uno siempre termina por arrepentirse de sus buenas acciones”. Y que “amarse a uno mismo” es una conducta “egoísta”, propia de un “narcisista”. De ahí que hablar acerca del “amor por el prójimo” suene “ridículo”, “cursi” e incluso “sectario”. O que solamos repetirnos expresiones como “piensa mal y acertarás” y “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Borja Vilaseca.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.
borjavilaseca.com