"Odio que me hagan perder el tiempo"
“Me gusta que las cosas sucedan cuando yo quiero".
"Mándame el informe urgentemente".
"¡Hay que ver qué lenta es la gente!".
"Ya va siendo hora de que cambien las cosas".
"¡Date prisa, que llegamos tarde!".
"¡Lo necesito ahora mismo!".
"¿Por qué no me ha llamado todavía?".
"¡Me muero por que sea viernes!".
"No soporto que me hagan esperar".
Si te resulta muy familiar alguna de estas afirmaciones, seguramente conocerás bien qué es la impaciencia. La impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Se trata de un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los acontecimientos externos en base a una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar. Sin embargo, funcionar según esta falsa creencia revela una verdad incómoda, que suele costarnos bastante aceptar: la impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Porque si lo estuviéramos realmente, no tendríamos ninguna prisa.
Escritor, periodista,
inspirador para personas con necesidad de cambio.
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