martes, 25 de enero de 2011

Ex Pedro Y una Chamana del Mundo (Psicomagia).



EX-PEDRO PREGUNTA:

Querido amigo, querría saber si puedes ayudarme. La cosa es muy simple: no tengo relaciones con mis padres, no me conocen, no se interesan por lo que hago, y, además, quiero cambiarme nombre, porque me dieron el de mi abuelo paterno, Pedro Pierotti. Siento que necesito renacer. Por favor, ayúdame. Un abrazo, el que hasta hoy se llamó Pedro.

ALEJANDRO RESPONDE.

Querido ex-Pedro, cambiarte de nombre es una buena manera de acabar con tu identificación a la etiqueta negativa que tus padres te pegaron en el alma cuando naciste. No sólo llevas encima un Pedro, sino también un Pierotti, que significa, en italiano, “Hijo de Pedro”. Lo que quiere decir que desde hace incontables generaciones nadie tiene la libertad de ser lo que verdaderamente es, obligado como está por su apellido a imitar a un arcaico patriarca fundador. Sin embargo tienes que darte cuenta que, lo hayan querido tus progenitores o no, a través de ellos se ejerció la voluntad del Universo para que tu nacieras: fueron canal de la Conciencia Divina. Por aquello debes respetarlos: algo tienen que te es necesario, si no tu espiritu hubiera elegido otros ovarios y otro semen gestador para encarnarse. Aunque creas despreciarlos, no debes eliminarlos sino absorberlos. Oculto, en el fondo de sus inconsciente, guardan para ti un tesoro. Un legado negativo puede transformarse en positivo… Haz dos plantillas de cuero, que meterás en tus zapatos. En la que se apoya la planta de tu pie izquierdo escribe: PE… Y en la plantilla que va en el zapato derecho, escribe DRO. Así, marcharás 40 días sobre tu ex nombre, absorbiendo la energía que te transmite desde el pasado. Luego esas plantillas se las envías por correo a tus padres acompañadas de una caja de monedas de chocolate.

MARÍA CRISTINA PREGUNTA:

Mi problema es “¿cómo puedo convertirme en chamán en esta sociedad?”.

ALEJANDRO RESPONDE:

Querida mujer en cuyo nombre se une la Santa Vírgen y su hijo perfecto, el Cristo: En nuestra sociedad paternalista donde la única posibilidad “decente” para una mujer es ser pura y parir un hijo perfecto, tú quieres romper límites y entrar en un mundo mágico, donde los poderes viriles del chamán te son permitidos. Para lograr el poder de existir, ser auténtica, debes aceptar de cesar de rechazar ser mujer. Tu condición femenina te parece que te desvaloriza frente a la sociedad. Para recuperar tus íntimos valores, te recomiendo un acto de psicomagia, que otra mujer que sufría el mismo problema que te agobia, realizó logrando congraciarse consigo misma. Reproduzco para ti su carta de agradecimiento:
Don Alejandro, usted me dió este acto: “Camina por el centro de la ciudad donde habitas, una hora cada día, durante media semana, con tu sangre menstrual en el rostro. Siente el orgullo de ser mujer paseándote entre la gente, y si hay muchos hombres, mejor”… Un lunes, cuando me bajaron las reglas, delante del espejo del baño me comencé a poner la sangre en la cara. Me critiqué a mí misma por hacer esa locura. Pero me obligué a salir a la calle. Cada vez que me cruzaba con alguien, lo miraba de reojo para ver si se me quedaba mirando. Tenía miedo sobre todo de encontrarme con un conocido que viniera saludarme y besarme. ¡Difícil situación! Creí que una hora así sería interminable, pero se me pasó volando. Me lavé la cara y me sentí contenta de haber superado el primer día. Volví a repetir lo mismo los tres días siguientes. De sentirme avergonzada pasé a sentirme en comunión con las demás mujeres que veía por la calle; como si por primera vez me diera cuenta que formaba parte de ellas y ellas de mí. Con toda facilidad entré en tiendas, compré cosas, nadie pareció fijarse en las rayas rojas que me cubrían la cara. Tomé el coche y fuí a la casa de mi madre para invitarla a dar un paseo conmigo. ¡Increible, no me dijo nada! Montó en el coche conmigo y me pidió que la llevara a una farmacia para comprar un calmante para su dolor de cabeza. Intantáneamente a mí también me dolió la cabeza. Me dí cuenta entonces que ella no me miraba a la cara. Es más, me dí cuenta también, que desde que nací nunca me había mirado. Le acerqué el rostro a un centímetro del suyo y le dije: “No soy una ilusión tuya, es decir, un hombrecito perfecto: soy una perfecta niña.” Ella se puso a llorar. La tomé en mis brazos como si fuera mi hija y le dije: “Eres una maravillosa mujer”. Nos bajamos del coche, y entramos en una pastelería. Comimos a medias una tarta de manzanas. Me acompañó al baño y observó con un silencio respetuoso como me lavaba la cara. Se nos pasó el dolor de cabeza. Siento que he recuperado la fe en mí misma. Gracias, Ulda Vera.”

Gurdjieff dijo algo que me sirvió mucho: “Son tan perezosos para sanarse a sí mismos que tratan de sanar a los otros”… Si quieres cambiar a la sociedad, comienza por cambiarte a ti misma. Haz el acto que aconsejé a doña Ulda Vera. Recuperada la fe, puedes comenzar a curar al mundo entero.

Alejandro Jodorowsky.
Imagen: marconi