Dicen las abuelas que cuando nacimos la tierra nos regalo una vasija sagrada para recordarla. Y nos la puso en un lugar muy especial, abajo de la fuerza de voluntad y arriba de nuestras raíces, y la conectó con nuestros ríos interiores para poderle ofrendar siempre un poco de fertilidad.
Esa vasija es igual a un volcán, y contiene la flama encendida, es ahí donde se gestan todos los nacimientos. Ahí es donde inicia la creación universal. Esa vasija la hizo de barro para que pueda latir. Y si la amamos y cuidamos puede crearse en ella un jardín lleno de sabiduría y memorias.
La hizo perfecta, húmeda, caliente y depositó en ella todas las pócimas y alquimias para recordar cómo se sana la humanidad. Guarda los secretos de toda la creación y de ella sale un poder inigualable.
Nos advirtió que si perdemos la conexión nos enfermamos de tristeza o manipulación. También guardó en ella la receta para su sanación y creo plantas y flores a su servicio, ruda, salvia, Santa María, sangre de grado, menstruanza y cancerina cuando la sentimos quebrada.
La hizo pensando en una flor, se inspiró en las orquídeas y así la dibujó. Con esa sutileza se toca, con sus perfumes ella habla, con sus esencias nos envuelve. La puso es todas sus hijas para que nos recordemos que somos hermanas, y le otorgó ciclos iguales a los de la luna, para hacernos a todas sabias.
Ella puso en esa vasija un hechizo, y el conjuro consistía en prenderlas todas juntas para que pudiéramos conectarnos, recordando a todas nuestras abuelas.
Todas esas vasijas están encendiéndose, el volcán se está despertando.
Lucrecia Astronauta
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