Las palabras, ya sean vocalizadas y convertidas en
sonido o formuladas silenciosamente en los pensamientos, pueden ejercer un
efecto prácticamente hipnótico sobre la persona. Es fácil perdernos en ellas,
dejarnos arrastrar por la idea implícita de que el simple hecho de haberle
atribuido una palabra a algo equivale a saber lo que ese algo es. La realidad
es que no sabemos lo que ese algo es. Solamente hemos ocultado el misterio
detrás de un rótulo. En últimas, todo escapa al conocimiento: un ave, un
árbol, hasta una simple piedra, y sin duda alguna el ser humano. Esto se
debe a la profundidad inconmensurable de todas las cosas. Todo aquello que podemos percibir, experimentar o pensar
es apenas la capa superficial de la realidad, menos que la punta de un témpano
de hielo.
Debajo
de la superficie no solamente todo está conectado entre sí, sino que también está conectado con la Fuente de la vida de la
cual provino. Hasta una piedra, aunque más fácilmente lo harían una flor o un
pájaro, podría mostrarnos el camino de regreso a Dios, a la Fuente , a nuestro propio
ser. Cuando observamos o sostenemos una flor o un pájaro y le permitimos ser sin imponerle un sustantivo o una etiqueta mental, se despierta dentro de
nosotros una sensación de asombro, de admiración. Su esencia se comunica
calladamente con nosotros y nos permite ver, como en un espejo, el reflejo de
nuestra propia esencia. Esto es lo que sienten los grandes artistas y logran transmitir
a través de sus obras. Van Gogh no dijo: "Esa es sólo una silla vieja". La observó una y
otra vez. Percibió la calidad del ser de la silla. Y entonces se sentó ante el
lienzo y tomó el pincel. La silla se habría vendido por unos cuantos dólares.
La pintura de esa misma silla se vendería hoy por más de $25.000 millones.
Cuando nos abstenemos de tapar el mundo con palabras
y rótulos, recuperamos ese sentido de lo milagroso que la humanidad perdió
hace mucho tiempo, cuando en lugar de servirse del pensamiento, se sometió a
él. La profundidad retorna a nuestra vida. Las cosas recuperan su frescura y
novedad. Y el mayor de los milagros es la experiencia de nuestro ser esencial
anterior a las palabras, los pensamientos, los rótulos mentales y las imágenes.
Para que esto suceda debemos liberar a nuestro Ser, nuestra sensación de
Existir, del abrazo sofocante de todas las cosas con las cuales se ha
confundido e identificado. Es de ese proceso de liberación del que trata este
libro.
Mientras más atentos estamos a atribuir rótulos
verbales a las cosas, a las personas o a las situaciones, más superficial e
inerte se hace la realidad y más muertos nos sentimos frente a la realidad, a
ese milagro de la vida que se despliega continuamente en nuestro interior y a
nuestro alrededor. Ese puede ser un camino para adquirir astucia, pero a
expensas de la sabiduría que se esfuma junto con la alegría, el amor, la
creatividad y la vivacidad. Estos se ocultan en el espacio quieto entre la
percepción y la interpretación. Claro está que las palabras y los pensamientos
tienen su propia belleza y debemos utilizarlos, pero ¿es preciso que nos
dejemos aprisionar en ellos?
Las palabras buscan reducir la realidad a algo que
pueda estar al alcance de la mente humana, lo cual no es mucho. El lenguaje consta
de cinco sonidos básicos producidos por las cuerdas vocales. Son las vocales "a, e, i, o, u". Los
otros sonidos son las consonantes producidas por la presión del aire: "s,
f, g", etcétera. ¿Es posible creer que alguna combinación de esos sonidos
básicos podría explicar algún día lo que somos o el propósito último del universo,
o la esencia profunda de un árbol o de una roca?
La palabra "yo" encierra a la vez el mayor
error y la verdad más profunda, dependiendo de la forma como se utilice. En su
uso convencional, no solamente es una de las palabras utilizadas más
frecuentemente en el lenguaje (junto con otras afines como: "mío" y
"mi"), sino también una de las más engañosas. Según la utilizamos en
la cotidianidad, la palabra "yo" encierra el error primordial, una percepción equivocada de lo que somos, un falso
sentido de identidad. Ese es el ego. Ese sentido ilusorio del ser es lo que Albert Einstein,
con su percepción profunda no solamente de la
realidad del espacio y el tiempo sino de la naturaleza humana, denominó
"ilusión óptica de la conciencia". Esa ilusión del ser se convierte
entonces en la base de todas las demás interpretaciones o, mejor aún, nociones
erradas de la realidad, de todos los procesos de pensamiento, las interacciones
y las relaciones. La realidad se convierte en un reflejo de la ilusión
original.
La buena noticia es que cuando logramos reconocer la
ilusión por lo que es, ésta se desvanece. La ilusión llega a su fin cuando la
reconocemos. Cuando vemos lo que no somos, la realidad de lo que somos emerge
espontáneamente. Esto es lo que sucederá a medida que usted lee lenta y
cuidadosamente este capítulo y el siguiente, los cuales tratan sobre la
mecánica del falso yo al cual llamamos ego. Así, ¿cuál es la naturaleza de este
falso ser?
Cuando hablamos de "yo" generalmente no
nos referimos a lo que somos. Por un acto monstruoso de reduccionismo, la profundidad
infinita de lo que somos se confunde con el sonido emitido por las cuerdas vocales o con el pensamiento del
yo que tengamos en nuestra mente y lo que sea con lo cual éste se identifique.
¿Entonces a qué se refieren normalmente el yo, el mi y lo mío?
Cuando un bebé aprende que una secuencia de sonidos
emitidos por las cuerdas vocales de sus padres corresponde a su nombre, el
niño comienza a asociar la palabra, la cual se convierte en pensamiento en su
mente, con lo que él es. En esa etapa, algunos niños se refieren a sí mismos en
tercera persona. "Felipe tiene hambre". Poco después aprenden
la palabra mágica "yo" y la asocian directamente con su nombre, el
cual ya corresponde en su mente a lo que son. Entonces se
producen otros pensamientos que se fusionan
con ese pensamiento original del "yo". El paso siguiente son las
ideas de lo que es mío para designar aquellas cosas que son parte del yo de
alguna manera. Así sucede la identificación con los objetos, lo cual implica
atribuir a las cosas (y en últimas a los pensamientos que representan esas
cosas) un sentido de ser, derivando así una identidad a partir de ellas. Cuando
se daña o me quitan "mi" juguete, me embarga un
sufrimiento intenso, no porque el juguete tenga algún valor intrínseco (el niño
no tarda en perder interés en él y después será reemplazado por otros juguetes
y objetos) sino por la idea de lo "mío". El
juguete se convirtió en parte del sentido del ser, del yo del niño.
Sucede lo mismo a medida que crece el niño, el
pensamiento original del "yo" atrae a otros pensamientos: viene la
identificación con el género, las pertenencias, la percepción del cuerpo, la
nacionalidad, la raza, la religión, la profesión. El Yo también se identifica
con otras cosas como las funciones (madre, padre, esposo, esposa, etcétera),
el conocimiento adquirido, las opiniones, los gustos y disgustos, y también con
las cosas que me pasaron a "mí" en el pasado, el recuerdo de las
cuales son pensamientos que contribuyen a definir aún más mi sentido del ser
como "yo y mi historia". Estas son apenas algunas de las cosas de las
cuales derivamos nuestra identidad. En últimas no son más que pensamientos
sostenidos precariamente por el hecho de que todos comparten la misma noción
del ser. Esta interpretación mental es a la que normalmente nos referimos
cuando decimos "yo". Para ser más exactos, la mayoría de las veces no
somos nosotros quienes hablamos cuando decimos y pensamos el "Yo",
sino algún aspecto de la interpretación mental, del ser egotista. Una vez
acaecido el despertar continuamos hablando de "yo", pero con una
noción emanada de un plano mucho más profundo de nuestro ser interior.
La mayoría de las personas continúa identificándose
con el torrente incesante de la mente, el pensamiento compulsivo, principalmente
repetitivo y banal. No hay un yo aparte de los procesos de pensamiento y de
las emociones que los acompañan. Eso es lo que significa vivir en la
inconciencia espiritual. Cuando se les dice que tienen una voz en la cabeza que
no calla nunca, preguntan, "¿cuál voz?" o la niegan airadamente,
obviamente con esa voz, desde quien piensa, desde la mente no observada. A esa voz casi
podría considerársela como la entidad que ha tomado posesión de las personas.
Algunas personas nunca olvidan la primera vez que
dejaron de identificarse con sus pensamientos y experimentaron brevemente el
cambio, cuando dejaron de ser el contenido de su mente para ser la conciencia
de fondo. Para otras personas sucede de una manera tan sutil que casi no la
notan, o apenas perciben una corriente de alegría o paz interior, sin
comprender la razón.
Extracto del libro "Una Nueva Tierra" de Eckhart Tolle.
Foto Little Monk Boy - Burma de Les meilleures photos du monde (Facebook).