viernes, 16 de septiembre de 2011

"Los Accidentes No Son Accidentales".


Como todo lo demás que hay en nuestra vida, nosotros lo creamos. No se trata de que nos digamos que queremos tener un accidente, sino de que nuestros modelos mentales pueden atraer hacia nosotros un accidente. Parece que algunas personas fueran “propensas a los accidentes” en tanto que otras andan por la vida sin hacerse jamás un rasguño.

Los accidentes son expresiones de cólera, que indican una acumulación de frutraciones en alguien que no se siente libre para expresarse o para hacerse vale. Indican también rebelión contra la autoridad. Nos enfurecemos tanto que queremos golpear a alguien y, en cambio, los golpeados somos nosotros.

Cuando nos enojamos con nosotros mismos, cuando nos sentimos culpables, cuando tenemos la necesidad de castigarnos, un accidente es la una forma estupenda de conseguirlo.

Puede que nos resulte difícil creerlo, pero los accidentes los provocamos nosotos; no somos víctimas desvalidas de un capricho del destino. Un accidente nos permite recurrir a otros para que se compadezcan o nos cuiden al mismo tiempo que curan y atienden nuestras heridas. Con frecuencia también tenemos que hacer reposo en cama, a veces durante largo tiempo, y soportar el dolor.

El sufrimiento físico nos da una pista sobre cuál es el dominio de la vida en que nos sentimos culpables. El grado de daño físico nos permite saber hasta qué punto era severo el castigo que necesitábamos, y a cuánto tiempo deberíamos estar sentenciados.

Louise L. Hay , en “Poder espiritual y salud” (Ediciones Urano)