lunes, 14 de noviembre de 2011
"Hacia una buena crisis. Rito del paso para una sociedad más sana, sabia y ecológica".Jordi Pigem
En 1989 se dijo que todos los politólogos tendrían que dimitir por no haber previsto ninguno la inminente caída del muro de Berlín. También se ha dicho ahora que los grandes profesionales de la economía deberían dimitir por no haber previsto la magnitud de la crisis global en la que hemos entrado.
En 1989 se dijo que todos los politólogos tendrían que dimitir por no haber previsto ninguno la inminente caída del muro de Berlín. También se ha dicho ahora que los grandes profesionales de la economía deberían dimitir por no haber previsto la magnitud de la crisis global en la que hemos entrado. Aparte de Nouriel Roubini (tachado de excéntrico y apocalíptico) ningún economista convencional la vio venir a tiempo. Lo reconoce incluso Paul Krugman, premio Nobel de Economía. No menos grave que la crisis del sistema económico es el colapso de las teorías económicas convencionales, que se han visto completamente desbordadas por la realidad. Las caras largas del último encuentro de Davos no solo tienen que ver con el deterioro de la economía. Tienen mucho que ver con el hecho de que los mapas que usábamos ya no sirven. Los dioses que adorábamos resultaron ser falsos. Aunque nos empeñemos, por inercia, en seguir dando crédito a los mismos métodos y a los mismos expertos.
Un periodista del Corriere della Sera, Federico Fubini, hizo este año en Davos una encuesta a directores de bancos centrales y otras figuras clave del sistema financiero global. Les preguntó si creen que han hecho algo a lo largo de su vida que pueda haber contribuido, aunque sea mínimamente, a la crisis financiera. No, respondió sin titubeos el 63,5%. David Rubinstein, cofundador y director ejecutivo del Carlyle Group, comentó irónicamente: Creí que el 100% diría que no tienen nada que ver. Al fin y al cabo, es habitual que quienes se aferran a un paradigma obsoleto no se den cuenta de su propia responsabilidad o de lo que hay ante sus ojos. Tampoco los teólogos de hace cuatro siglos veían nada cuando miraban a través del telescopio de Galileo.
Una crisis de percepción
Hay una burbuja mucho más antigua y mucho mayor que la burbuja bursátil y la burbuja inmobiliaria. Es la burbuja epistemológica: la burbuja en la que flota la visión economicista del mundo, la creencia en la economía como un sistema puramente cuantificable, abstracto y autosuficiente, independiente tanto de la biosfera que la alberga como de las inquietudes humanas que la nutren. En este sentido, la crisis del sistema económico tiene su origen en una crisis de percepción. La economía ecológica de Joan Martinez Alier y la psiconomía de Àlex Rovira son lentes correctoras de ambos tipos de miopía. La solución a la crisis económica no puede ser solo económica.
Hoy se habla de volver a Keynes. Pero hace setenta años Keynes ya criticaba que todo se reduzca a valores económicos: Destrozamos la belleza de los campos porque los esplendores no explotados de la naturaleza no tienen valor ‘económico’. Seríamos capaces de apagar el sol y las estrellas porque no nos dan dividendos. En sus últimos años Keynes señaló a un joven economista alemán como el más indicado para continuar su legado. Se trataba de E.F. Schumacher, que en los años setenta publicaría un libro de referencia de la economía ecológica, Lo pequeño es hermoso, en el que criticaba la obsesión moderna por el gigantismo y la aceleración y proponía algo insólito: una economía como si la gente tuviera importancia. Schumacher sabía que las teorías económicas se basan en una determinada visión del mundo y de la naturaleza humana. Y todavía hoy, en el siglo XXI, pese a la física cuántica y la psicología transpersonal, la economía imperante se basa en una ontología decimonónica: ve el mundo como una suma aleatoria de objetos inertes y cuantificables, es reduccionista y fragmentadora y tiende a oponer a los seres humanos entre sí y contra la naturaleza. Schumacher ya diagnosticó en 1973 que la economía moderna se mueve por una locura de ambición insaciable y se recrea en una orgía de envidia, y ello da lugar precisamente a su éxito expansionista, y añadió que hoy la humanidad es demasiado inteligente para ser capaz de sobrevivir sin sabiduría.
Crisis de madurez
No pocos bioeconomistas y economistas ecológicos, conscientes de que el crecimiento económico se había convertido en una carrera contra la geología, contra la biosfera y contra el sentido común, veían venir esta crisis desde que se aceleró la globalización. Otros parecen haberla intuido mucho antes. El economista suizo Hans Christoph Biswanger analizó en Dinero y magia la segunda parte del Fausto de Goethe como una crítica premonitoria de la fáustica economía moderna. El dinero (nuestro símbolo favorito de inmortalidad) se vuelve adictivo y el individuo entrega su alma por él. En el cuarto acto Fausto define así su deseo más profundo: ¡Obtendré posesiones y riquezas! (y anticipando nuestra sociedad hiperactiva añade: La acción lo es todo). La alquimia ha sido sustituida por la especulación financiera: se trata de crear oro artificial que a partir de la nada pueda multiplicarse sin límites.
Goethe aparte, hoy sabemos que nuestro rumbo no es sostenible a nivel económico, energético, ecológico o psicológico. Mientras la economía crecía creíamos poder ignorar el incremento de las desigualdades y el deterioro ecológico, o soñar que serían resueltos por la bonanza económica. Ahora ya no. La burbuja epistemológica empieza a desvanecerse: el mundo real existe y llama con fuerza a nuestras puertas, por ejemplo en forma de imprevisibles cambios climáticos y de escasez de materias primas. Las crisis interrelacionadas del mundo de hoy nos sitúan, a escala planetaria y a escala personal, ante un rito de paso sin precedentes. Nuestra sociedad tiene mucho de rebelión e hiperactividad adolescentes: rebelión contra la biosfera que nos sustenta y contra un cosmos en el que nos sentimos como extraños, hiperactividad en el consumismo y en la aceleración que nos lleva a posponer la plenitud a un futuro que nunca llega. La crisis como rito de paso nos desafía a alcanzar una madurez sostenible y serena que redescubra el regalo de la existencia en el aquí y ahora.
Hace ahora cuatro siglos, en el año 9 del siglo XVII, Kepler publicó su Astronomia nova y Galileo empezó a explorar los cielos con su telescopio. Ambos sentaron las bases de una astronomía que sabe predecir con precisión los movimientos planetarios. Pero el método se llevó a un extremo, identificando el mundo con un libro escrito en lenguaje matemático y reduciendo la realidad a lo que es cuantificable. De modo que los colores, olores, sabores, toda apreciación de sentido o de belleza y todo lo que constituye nuestra experiencia inmediata del mundo serían sólo ilusiones. La geometrización del mundo nos ha brindado un enorme poder, sin duda. Pero hemos acabado reduciéndolo todo a códigos de barras, cifras, estadísticas y redes de abstracciones. Como las que rigen la economía, cada vez más ajenas a la experiencia concreta de tierras y gentes. Ajenas, incluso, a sus propias crisis.
Las cosas no seguirán igual
La palabra crisis viene del griego krinein (decidir, distinguir, escoger), raíz también de crítica y criterio. Durante las crisis resulta decisivo saber usar nuestro mejor criterio. Uno de los significados de krisis en griego era el momento decisivo en el curso de una enfermedad, cuando la situación súbitamente mejora o empeora. Este sentido médico es el sentido principal que crisis tuvo en latín y en la mayoría de lenguas europeas hasta el siglo XVII, y sigue siendo el primero que da el Diccionario de la Real Academia (hay que esperar al siglo XVIII para que surja en francés el sentido político de crisis, aplicando metafóricamente al cuerpo social lo que era propio del cuerpo humano). Durante siglos se ha hablado con toda naturalidad de la buena crisis que conduce a la curación del enfermo. En este sentido, una crisis es una oportunidad. O una especie de viaje por los espacios que analiza la Teoría del Caos, en los que una pequeña fluctuación puede dar lugar a desarrollos sorprendentes y duraderos. Lo único que está claro en un momento de crisis es que las cosas no seguirán igual.
Los años venideros están llamados a ser un rito de paso para la humanidad y la Tierra, un tiempo crucial en el largo caminar de la evolución humana. Podemos imaginar que participaremos en transformaciones radicales y muy diversas, en amaneceres sorprendentes y crepúsculos intensos, y que el colapso de las estructuras materiales e ideológicas con las que habíamos intentado dominar el mundo abrirá espacios para la aparición de nuevas formas de plenitud.
En este rito de paso del final de la modernidad una mala crisis nos conduciría a extender la sed de control, la colonización de la naturaleza y de los demás y nuestro propio desarraigo. Una buena crisis, en cambio, nos conducirá a una cultura transmoderna, en la que una economía reintegrada en los ciclos naturales esté al servicio de las personas y de la sociedad, en la que la existencia gire en torno al crear y celebrar en vez del competir y consumir, y en la que la conciencia humana no se vea como un epifenómeno de un mundo inerte, sino como un atributo esencial de una realidad viva e inteligente en la que participamos a fondo. Si en nuestro rito de paso conseguimos avanzar hacia una sociedad más sana, sabia y ecológica y hacia un mundo más lleno de sentido, habremos vivido una buena crisis.
Buena crisis y buena suerte.
Buena Crisis. Jordi Pigem,2009.
“Lo que ha entrado en crisis no es solo el neoliberalismo, ni siquiera el capitalismo. Podríamos decir que ha entrado en crisis el economicismo, la visión del mundo que considera la economía como el elemento clave de la sociedad y el bienestar material como clave de la autorrealización humana. El economicismo es común al capitalismo y el marxismo, y durante mucho tiempo a la mayoría de nosotros nos pareció de sentido común —pero hubiera sido considerado un disparate o una aberración por la mayoría de las culturas que nos han precedido, que generalmente veían la clave de su universo en elementos más intangibles, culturales, religiosos o éticos.
En el fondo, sin embargo, no sólo ha entrado en crisis el economicismo, porque la crisis actual es sistémica y no sólo económica. Tiene una clara dimensión ecológica (pérdida de biodiversidad, destrucción de ecosistemas, caos climático), pero también hay crisis desde hace tiempo en la vida cultural, social y personal. La sociedad, los valores, los empleos y hasta las relaciones de pareja se han ido volviendo cada vez menos sólidos y más líquidos, en la acertada expresión del sociólogo Zygmunt Bauman. Disminuyen las certezas y crece la incertidumbre en múltiples ámbitos, incluso en las teorías científicas que en vez de volverse cada vez más simples y generales se vuelven más parciales y complicadas.
Vivimos una crisis sistémica, que habíamos conseguido ignorar porque el crecimiento de la economía nos hechizaba con sus cifras sonrientes y porque los goces o promesas del consumo sobornaban nuestra conciencia. Pero el espejismo del crecimiento económico ilimitado se desvanece y de repente nos damos cuenta de que no podemos seguir ignorando la crisis ecológica, la crisis de valores, la crisis cultural. Tenemos cantidades ingentes de información, centenares de teorías y muchas respuestas, pero la mayoría sirven de muy poco ante las nuevas preguntas. Lo que ha entrado en crisis es toda la visión moderna del mundo, que de repente se nos aparece obsoleta y pide urgentemente ser reemplazada por una visión transmoderna, más fluida, holística y participativa.
Una visión del mundo no es una simple manera de ver las cosas. Determina nuestros valores, dicta los criterios para nuestras acciones, impregna nuestra experiencia de lo que somos y hacemos. En el fondo podríamos decir que lo que finalmente ha entrado en crisis es el ego moderno, toda una forma de estar en el mundo basada en un complejo de creencias que inconscientemente compartíamos.
La crisis no solo es una oportunidad para avanzar hacia economías y sociedades que sean más justas, sostenibles y plenamente humanas. También es una alarma que ha saltado porque ya es hora de despertar. Porque la economía global era como un gigante sonámbulo, que avanzaba a grandes zancadas sin saber a dónde iba, sin saber lo que estrujaba bajo sus pies, inmerso en las ensoñaciones de una visión del mundo caduca. Por ello la crisis es como una vigorizante ducha fría. Una oportunidad para despertar”.
Jordi Pigem (Barcelona, 1964), escritor y doctor en filosofía, fue profesor del Masters in Holistic Science del Schumacher College, en donde coincidió entre otros con Fritjof Capra y James Lovelock.Imparte cursos y conferencias como profesor invitado tanto en universidades y foros públicos, como en el ámbito empresarial. Colabora habitualmente con diferentes fundaciones y ONG. Es autor de La odisea de Occidente y Buena crisis (Kairós).
Fuente: http://www.mundonuevo.cl
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