martes, 3 de mayo de 2011
Cabaret Místico: "Tres Sabias Historias".
1) Un Maestro Zen, sabio, santo, está agonizando. Sus discípulos le ruegan:
-¡Maestro, díganos sus últimas palabras!
Y el monje, antes de lanzar su último suspiro, grita:
-¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir!
En verdad no es el Maestro Zen, en su esencia , el que no quiere morir, sino cada uno de sus cuatro egos. Él, es un ser que ha realizado su consciencia cósmica, y que observa su cuerpo y sus otros tres centros, de manera objetiva. Deja que su cuerpo se exprese: “No quiero envejecer, no quiero podrirme, no quiero dejar de ser materia”.
Deja que su centro intelectual proteste: “No quiero desprenderme de mis palabras, no quiero sumergirme en la nada, no quiero cesar de ser”. Deja que su centro emocional se queje: “No quiero cesar de ser amado, no quiero soltar los lazos que me atan a tantos queridos seres y cosas”. Deja que su centro sexual exclame: “No quiero perder el poder, no quiero nunca más desear, nunca más crear”… Estas cuatro partes del
Maestro, no son el Maestro: éste acepta con tranquilidad morir porque sabe que todo es efímero, que todo es ilusión, que todo tiene la calidad de los sueños. En verdad ha sobrepasado las fronteras de sus cuatro Yo y ha llegado a la consciencia impersonal. No se identifica ni a su cuerpo ni a sus tres centros, no quiere obtener algo ni ser algo, no le importa que lo consideren Maestro, no le importa el Zen, no le importa ser admirado, no le importa que lo recuerden. Lo único que le importa es ser lo que ese impensable que llaman Dios quiere. Mientras lanza su último suspiro, fija la totalidad de su atención en ese algo inmensamente misterioso, ese terreno desconocido, que ha sido él mismo, y se sumerge en la luz eterna.
2) En un campo donde crece un bosque de árboles frutales, llegan multitudes a comer sus frutos. Los árboles así despojados, no pueden reproducirse y el terreno amenaza convertirse en un desierto. El rey entonces da la orden de que sus súbditos cesen de comer frutas. Los árboles crecen, se reproducen, pero como nadie come sus frutos, se secan.
Una verdad es útil solamente en un momento dado, pero no es útil para siempre. Los súbditos deberían haber comido los frutos durante cierto tiempo y luego no hacerlo para darle la oportunidad a los árboles de crecer. Las ideas son dichas en una fecha precisa y en un lugar preciso. Sirven durante un período histórico y luego, si no se les abandona, se convierten en monstruosos parásitos que impiden el desarrollo de la humanidad. Por ejemplo, las familias transmiten a las nuevas generaciones muchas antiguas verdades que, por obsoletas, se han hecho dañinas.
3) La obscuridad llega ante Dios y se queja:
-La luz me persigue, me hace daño.
Dios le responde:
-Llamaré a la luz para que se explique.
Cuando la luz llega, la obscuridad desaparece.
Gracias a esta historia podemos comprender la enigmática frase que dicen los Maestros Zen: “Si me buscas, no me encuentras, Si no me buscas, me encuentras”. Todos nosotros, por haber padecido las antiguas verdades que nos transmiten la familia, la sociedad y la cultura, nos sentimos incompletos. Nos parece vivir en un calabozo mental. Pero el cerebro es infinito, compuesto de millones y millones de neuronas, de las que sólo unas pocas utilizamos durante la vigilia. La unión de esas pocas neuronas forma nuestra individualidad limitada. Vivimos sin saber lo que realmente somos. Para conocernos debemos partir a la conquista de esas regiones misteriosas que forman nuestro verdadero ser. Si somos pacientes y perseverantes, las neuronas comienzan a unirse, formando redes de más en más vastas, haciéndonos vivir libremente en medio de un universo infinito.
Pero, como la oscuridad de nuestra historia, esto nos aterra, porque la liberación mental provoca la muerte de nuestra individualidad cotidiana. Estamos acostumbrados a decir “yo soy yo”, “yo pienso siempre esto, siento esto, deseo esto, necesito esto”, nos sentimos seguros, en cierta manera, porque creemos conocernos. Despertar hacia lo desconocido que somos, nos provoca el miedo a la locura, el miedo a lo incierto, el miedo a perder la definición delante de los seres que amamos, el miedo a ser expulsados de nuestra familia y nuestra sociedad. Nos refugiamos, entonces, en la inercia. Mendigamos a falsos Maestro dosis de aspirinas metafísicas, que nos quiten la angustia, pero que no nos cambien. Decoramos nuestra cárcel mental con cuadros que representan a ventanas abiertas y con espejos.
Te propongo este ejercicio:
Ponle un nombre a tu Ser esencial, lo más sublime que puedas. Y luego bautiza tus cuatro egos con nombres ridículos. Al intelecto, yo lo llamé durante mucho tiempo: “Don Navaja, el Inquisidor castrador” . Una amiga mexicana, de carácter muy colérico, le llamo a su centro emocional “La generala Doña Pancha Villa”… No te doy más ejemplos para que apliques libremente tu imaginación creativa. Cuando hayas bautizado a tus egos intelectual, emocional, sexual y corporal, te darás cuentas que tienes muchos otros sub-egos, tales como el egoísta, la maniática, el acomplejado, la tímida, el glotón, etc. Bautízalos a todos. Este ejercicio te hará progresar porque podrás, de manera objetiva, identificar esas desviaciones y sufrir mucho menos diciéndote , cada vez que alguna de ellas te posea “¡Este no soy yo!¡Esta no soy yo!”.
Alejandro Jodorowsky.
Imagen: Álvarez Cebrián
Expandiendo Nuestra Consciencia.