“Escriban nombre y apellido antes de comenzar el ejercicio”, ordenó la examinadora de aquella selección de personal. Los candidatos realizaron la prueba y esperaron pacientemente a que los avisaran para la entrevista. En la fase de evaluación, la responsable de evaluarlos, contrastando los nombres que encabezaban cada examen con los datos personales de cada uno de ellos, observó que algunos firmaban con sus dos apellidos, pero otros sólo con el paterno o materno.
Como curiosa que era, se preguntó, ¿qué habrá detrás de cada apellido? Incluyó en la entrevista personal algunas preguntas destinadas a analizar este aspecto y descubrió que algunos no deseaban identificarse con la rama paterna o materna del apellido omitido. Otros, por su nacionalismo extremo, se avergonzaban del origen “extranjero” de ese apellido. Otros intentaban aliarse con el padre en contra de la madre, o al contrario, de modo que tomaban exclusivamente el apellido del progenitor de su bando… y así siguió sacando conclusiones, hasta que cayó en la cuenta de que se estaba alejando de su propósito: seleccionar personal para el aeropuerto.
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