miércoles, 24 de noviembre de 2010
"Una Historia de Presencia". Eckhart Tolle.
Un día vino a verme una mujer de unos treinta años. Cuando me saludó, pude sentir el sufrimiento a pesar de su sonrisa amable y superficial. A los pocos segundos de comenzar a contarme su historia, su sonrisa se convirtió en una mueca de dolor. Entonces rompió a llorar inconsolablemente. Me dijo que se sentía sola y fracasada. Estaba llena de ira y tristeza. Siendo niña había sufrido los abusos de un padre físicamente violento. Vi claramente que su sufrimiento no se debía a las circunstancias de su vida en ese momento sino a que cargaba el peso de un cuerpo del dolor muy denso. Su cuerpo del dolor se había convertido en el filtro a través del cual veía la situación de su vida. Todavía no estaba en capacidad de ver la conexión entre el dolor emocional y sus pensamientos, puesto que estaba completamente identificada con ambos. No podía reconocer que estaba alimentando su cuerpo del dolor con sus pensamientos.
En otras palabras, vivía con la carga de un yo muy infeliz. Sin embargo, en algún nivel debió reconocer que la fuente del sufrimiento estaba en su interior, que ella misma era su carga. Estaba lista para despertar y por eso había acudido a mí.
Le pedí que llevara su atención a lo que sentía en el interior de su cuerpo y que sintiera la emoción directamente, no a través del filtro de sus pensamientos de infelicidad, de su historia de tristeza. Dijo que había venido con la esperanza de que yo le mostrara el camino para salir de su infelicidad, no para entrar en ella. Sin embargo, hizo lo que le pedí, aunque con algo de renuencia. Lloraba y temblaba. "Eso es lo que siente en este momento", le dije, "no hay nada que pueda hacer ahora porque eso es lo que siente en este momento. Entonces, en lugar de cambiar la forma como se siente en este momento, lo cual generará más sufrimiento, ¿cree posible aceptar por completo lo que siente ahora?"
Guardó silencio unos instantes. Súbitamente se mostró impaciente como si quisiera levantarse y dijo enojada, "no, no deseo aceptar esto". "¿Quién está hablando?", le pregunté, "¿usted o su infelicidad? ¿Se da cuenta de que su infelicidad por estar infeliz es otra capa más de infelicidad?" Calló nuevamente. "No le estoy pidiendo que haga algo. Lo único que le pido es que trate de descubrir si le es posible permitir que esos sentimientos residan ahí. En otras palabras, y esto puede parecerle extraño, ¿qué sucede con la infelicidad? ¿No desea averiguarlo?"
Me miró intrigada durante unos momentos, y al cabo de un minuto de silencio, noté un cambio importante en su campo de energía. Dijo, "es raro, todavía me siento infeliz, pero ahora hay un espacio alrededor, parece que me pesara menos". Fue la primera vez que alguien utilizó esa descripción: hay espacio alrededor de mi infelicidad. Ese espacio se produce cuando aceptamos interiormente lo que estamos experimentando en el presente.
No dije mucho más para dejarla vivir su experiencia. Más adelante comprendió que en el mismo momento en que dejó de identificarse con el sentimiento, con esa emoción dolorosa que vivía en su interior, tan pronto como centró su atención sin tratar de resistirse, ese sentimiento ya no podría controlarla ni controlar su pensamiento, ni mezclarse con una historia inventada por su mente y titulada "Mi pobre yo infeliz". Encontró otra dimensión en su vida, la cual trascendía ese pasado personal: la dimensión de la Presencia. Puesto que es imposible ser infeliz sin una historia triste, hasta ahí llegó su infelicidad. También fue el comienzo del fin de su cuerpo del dolor. La infelicidad no es más que la combinación de la emoción con una historia triste.
Cuando terminó nuestra sesión, fue muy satisfactorio para mí ver que venía de ser testigo del surgimiento de la Presencia en otro ser humano. La razón misma de nuestra existencia en forma humana es traer a este mundo esa dimensión de la conciencia.
También había visto cómo se había disminuido el cuerpo del dolor, no como consecuencia de una lucha, sino al proyectar sobre él la luz de la conciencia.
A los pocos minutos de irse mi visitante, se presentó una amiga a dejarme algo. Tan pronto como entró en la habitación dijo, "¿qué pasó aquí?" Se siente una energía pesada y lóbrega. Casi podría decir que me siento mal. Debes abrir las ventanas y quemar incienso". Le expliqué que venía de presenciar una gran liberación en una persona con un cuerpo del dolor muy denso y que lo que estaba sintiendo seguramente era parte de la energía liberada durante esa sesión. Sin embargo, mi amiga no quiso quedarse para escuchar toda la historia. No veía la hora de salir.
Abrí las ventanas y salí a cenar en un restaurante indio cercano. Lo que sucedió allí fue otra confirmación más de lo que ya sabía: que en un plano, todos los cuerpos del dolor, aparentemente individuales, están conectados. Sin embargo, la forma como obtuve la confirmación fue bastante estremecedora.
EL REGRESO DEL CUERPO DEL DOLOR.
Me senté en el restaurante y pedí la comida: Había otros pocos comensales. En una mesa cercana estaba terminando de comer un señor de edad madura, sentado en una silla de ruedas. Me dirigió una mirada breve pero intensa. Al cabo de unos pocos minutos, se mostró alterado, agitado y comenzó a sacudirse. Cuando el mesero se acercó a retirarle el plato, el señor comenzó a discutir con él. "La comida estuvo pésima". "¿Entonces por qué la comió?" preguntó el mesero. Esas palabras bastaron para que se deshiciera en improperios. Comenzó a gritar y de su boca salían toda clase de insultos. El comedor se llenó de un odio intenso y violento. Podíamos sentir cómo esa energía penetraba en el cuerpo en busca de algo a lo cual aferrarse. El hombre pasó a gritarles a los demás comensales, pero por alguna razón me ignoró por completo mientras yo permanecía en intensa Presencia. Sospeché que el cuerpo del dolor universal había regresado para decirme, "pensaste que me habías derrotado, pero mírame, aquí estoy".
También contemplé la posibilidad de que el campo de energía que se había liberado durante la sesión me había seguido al restaurante y se había pegado a la única persona en quien encontró una frecuencia vibratoria compatible, es decir, un cuerpo del dolor pesado.
El administrador abrió la puerta, "sólo váyase, váyase". El hombre salió a toda velocidad en su silla, dejando a todo el mundo aturdido. Un minuto después regresó. Su cuerpo del dolor no había terminado todavía. Necesitaba más. Empujó la puerta con la silla de ruedas, gritando vulgaridades. Una mesera trató de impedirle entrar y él se impulsó hacia adelante clavando a la muchacha contra la pared. Algunos de los comensales se levantaron para tratar de retirarlo. Hubo gritos, chillidos y se armó el desorden. Un poco más tarde se presentó un agente de policía, el hombre se tranquilizó y se le pidió que se fuera y no regresara. Por fortuna, la mesera no estaba lastimada, salvo por unos cuantos moretones en las piernas.
Cuando retornó la calma, el administrador se me acercó y me preguntó,"¿Usted provocó todo esto?", un poco en broma pero quizás sintiendo que había una conexión.
Eckhart Tolle, "Una Nueva Tierra".
Marcela Paz.
Santiago - Chile.
Expandiendo Nuestra Consciencia.