Cuando se tienen hijos pequeños, se les debe dar ayuda,
orientación y protección en la medida de lo posible,
pero lo más importante es darles espacio para ser.
Los hijos llegan al mundo a través de nosotros, pero no son "nuestros". La noción de "Sé lo que es mejor para ti" puede ser cierta cuando son muy pequeños, pero mientras más crecen, más pierde validez. Mientras mayores sean nuestras expectativas sobre la forma como se desenvolverán sus vidas, más viviremos desde la mente en lugar de estar presentes para ellos. Con el tiempo cometerán errores y tendrán sus aflicciones, como todos los seres humanos. En realidad, podrán ser errores solamente desde nuestro punto de vista. Lo que vemos como error podría ser exactamente lo que necesitan hacer o experimentar. Debemos darles tanta ayuda y orientación como podamos, pero también en ocasiones debemos permitirles cometer errores, en especial cuando comienzan a entrar en la edad adulta. En ocasiones también debemos dejarlos sufrir. El sufrimiento puede salir de la nada o puede ser consecuencia de sus propios errores.
¿No sería maravilloso si pudiéramos ahorrarles todo ese sufrimiento? Claro que no. No evolucionarían como seres humanos y permanecerían en la superficie, identificados con la forma externa de las cosas. El sufrimiento nos ayuda a adentrarnos en nosotros mismos. La paradoja es que el sufrimiento se debe a la identificación con la forma pero a la vez erosiona la identificación con la forma. El sufrimiento es, en gran medida, producto del ego, aunque con el tiempo lo destruye, pero solamente hasta tanto se trae el sufrimiento a la conciencia.
La humanidad está destinada a trascender el sufrimiento, pero no de la manera como piensa el ego. Uno de los muchos supuestos erróneos del ego, uno de sus muchos pensamientos ilusorios es "No tendría por qué sufrir". Algunas veces ese pensamiento se transfiere a un ser cercano: "Mi hijo no tendría por qué sufrir".
Ese es el pensamiento que se encuentra en la raíz del sufrimiento. El propósito del sufrimiento es noble: promover la evolución de la conciencia y consumir al ego. El hombre crucificado es un arquetipo. Representa a todos los hombres y a todas las mujeres. El proceso se hace más lento en la medida en que nos resistimos al sufrimiento porque la resistencia produce más ego al cual consumir. Sin embargo, cuando aceptamos el sufrimiento se acelera el proceso gracias al hecho de sufrir conscientemente.
Podemos aceptar el sufrimiento para nosotros mismos o para alguien más, como un hijo o un progenitor. La transmutación ocurre simultáneamente con el sufrimiento consciente. El fuego del sufrimiento se convierte en la luz de la conciencia.
El ego dice, "no tengo por qué sufrir", y ése pensamiento acrecienta el sufrimiento. Es una distorsión de la verdad, la cual siempre ha sido paradójica. La verdad es que debemos acoger el sufrimiento para poder trascenderlo.
LA PATERNIDAD Y LA MATERNIDAD CONSCIENTES.
Muchos hijos abrigan ira y resentimiento hacia sus padres y, muchas veces, la causa es la falta de autenticidad en su relación. El hijo anhela un progenitor que sea un ser humano, no un personaje, independientemente de la meticulosidad con la cual se esté representando al personaje. Es probable que como padres hagamos todo lo correcto y lo mejor que podemos por nuestros hijos, pero hacer lo mejor puede no ser suficiente. En efecto, hacer nunca será suficiente si descuidamos el Ser. El ego no sabe nada acerca del Ser sino que cree que la salvación final está en el hacer. Cuando somos presa del ego creemos que haciendo más y más finalmente acumularemos suficientes "acciones" para sentirnos completos en algún momento futuro. No es así. Solamente nos perderemos en medio de la actividad.
Toda la civilización se está perdiendo en medio de una actividad que no está anclada en el Ser y, por tanto, es inútil.
¿Cómo traer el Ser a la vida de una familia ocupada, a la relación con los hijos?.
La clave está en prestarles atención a los hijos. Hay dos clases de atención. Una es la basada en la forma. Y la otra es la atención informe. La atención basada en la forma siempre está conectada de alguna manera con la acción o la evaluación. "¿Hiciste tus tareas? Come. Arregla tu habitación. Cepíllate los dientes. Haz esto. Deja de hacer eso. Apúrate, alístate".
¿Qué más debemos hacer ahora? Esta pregunta básicamente resume la vida familiar de muchos hogares. Claro está que la atención basada en la forma es necesaria y tiene su lugar, pero si es el único elemento de la relación con el hijo, entonces falta la dimensión vital y el Ser se pierde completamente entre "los apuros del mundo", como dice Jesús.
La atención informe es inseparable de la dimensión del Ser. ¿Cómo opera?.
Al mirar, oír, tocar o ayudar al hijo a hacer esto o aquello, nos mantenemos alertas, quietos, completamente presentes, no deseando otra cosa que no sea ese momento, tal y como es. Es así como abrimos espacio para el Ser. En ese momento, estando presentes, dejamos de ser padre o madre. Somos la conciencia, la quietud, la Presencia que oye, mira, toca y habla. Somos el Ser detrás de la acción.
RECONOCER AL HIJO.
Somos seres humanos. ¿Qué significa eso? Dominar la vida no es cuestión de control sino de encontrar el equilibrio entre nuestra humanidad y nuestro Ser. Nuestros personajes y las funciones que cumplimos como ser madre, padre, esposo, esposa, joven o viejo, al igual que todo lo que hacemos, pertenece a la dimensión humana. Son cosas que tienen su lugar y a las cuales debemos honrar, pero que no son suficientes para llevar una vida o una relación verdaderamente plena y significativa. Lo humano por sí solo nunca es suficiente, independientemente de cuánto nos esforcemos o de todo lo que logremos. Por otro lado está el Ser. Esta dimensión se encuentra en la presencia quieta y alerta de la Conciencia misma, la Conciencia que somos. Lo humano es la forma. El Ser no tiene forma. Lo humano y el Ser no están separados sino entretejidos.
En la dimensión humana, somos incuestionablemente superiores a nuestros hijos. Somos más grandes, más fuertes, sabemos más, podemos hacer más. Si ésa es la única dimensión que conocemos, nos sentimos superiores a nuestros hijos, aunque sea inconcientemente. Y hacemos sentir inferiores a nuestros hijos, aunque sea inconcientemente. No hay igualdad entre nosotros y nuestros hijos porque solamente hay forma en la relación y, en la forma es obvio que no podemos ser iguales. Podemos amar a nuestros hijos, pero ese amor será solamente humano, es decir, condicional, posesivo, intermitente.
Somos iguales solamente más allá de la forma, en el Ser; y es solamente cuando encontramos la dimensión sin forma en nuestro interior que puede haber verdadero amor en esa relación. La Presencia, nuestro Yo Soy eterno se reconocen en el otro, y ese otro, en este caso el hijo, se siente amado, es decir, reconocido.
Amar es reconocer en el otro. Entonces el carácter "ajeno" del otro se nos revela como una ilusión perteneciente únicamente al ámbito humano, al ámbito de la forma. El ansia de amor de todos los hijos radica en el ansia de ser reconocidos, no en el plano de la forma, sino en el plano del Ser. Si los padres honran solamente la dimensión humana del hijo pero descuidan su Ser, el hijo sentirá que la relación no es plena, que algo verdaderamente vital les hace falta, y acumularán sufrimiento y a veces resentimiento inconsciente contra sus padres. "¿Por qué no me reconoces?" Ese parecería ser el clamor del sufrimiento o del resentimiento.
Cuando el otro nos reconoce, el reconocimiento trae la dimensión del Ser al mundo de una manera más intensa a través de los dos. Ese es el amor que redime al mundo. Me he referido a esto concretamente a través de la relación concreta con los hijos, pero es algo que se aplica, como es obvio, a todas las relaciones.
Se ha dicho que "Dios es amor", pero eso no es absolutamente correcto. Dios es la Única Vida más allá de las incontables formas de vida. El amor implica dualidad: amante y amado, sujeto y objeto. Así, el amor es el reconocimiento de la unicidad en el mundo de la dualidad. Ese es el nacimiento de Dios al mundo de la forma. El amor hace que el mundo sea menos mundano, menos denso, más transparente a la dimensión divina, la luz de la conciencia misma.
"Una Nueva Tierra". Eckhart Tolle.
Imagen de latam.discovery.com